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Un tiempo perdido

"Todo pasa pronto", la ópera prima de Juan David Correa, es una historia familiar de infancia y de recuerdos, que regresa a través de los ojos de un niño a la Bogotá de los 70.

Sara Araújo Castro
14 de noviembre de 2007 - 05:23 p. m.

 ¿Cómo funciona la memoria? ¿Recordamos las cosas tal y cómo fueron o se acomodan en el tiempo? Muchos recuerdos se escapan, otros se transforman. Es difícil tener presente a lo largo de los años lo que éramos de niños y cómo lo vivimos. En esa difícil tarea se metió Juan David Correa para hacer su primera novela, Todo pasa pronto, una historia familiar que tiene lugar en la Bogotá de finales de los 70. Para Correa, "no existe la verdad. Todo lo que vivimos y recordamos son sólo versiones", y así escoge la versión de un niño de 10 años para hablar de muchas otras cosas.

El narrador, Pablo, un niño bogotano tímido y enfermizo, decide desde muy pequeño hacerles frente a los juegos de la mente y registrar en su cuaderno cada cosa que pasa a su alrededor. De qué manera su vida cotidiana oscila entre la seguridad y la catástrofe y cómo sus sentimientos frente a la situación de su familia se abren paso en medio de una gran confusión.

El diario de Pablo, que en cierta manera coincide con la narración, desarrolla un momento crucial en su vida que incluye el nacimiento de su hermano menor y una ruptura familiar. A lo largo de esta novela se revela no sólo la realidad de un pequeño temeroso, sino la ciudad y el tiempo que él vive, un momento político particular que marcó una generación.

La precisión en los detalles y la consistencia en el lenguaje propio de un jovencito de su edad hacen de esta historia de Correa un viaje en el tiempo que recuerda, sin pretender serlo, Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt.

Juan David Correa, periodista y literato, habitual columnista de libros de El Espectador y editor de la revista Arcadia, esta vez, desde el otro lado de la barra, respondió acerca de su primer trabajo de ficción.

¿Cómo construyó la voz de un niño de 10 años?

Eso fue quizá lo más difícil. La idea se me ocurrió porque yo quería una historia que sucediera en los años 70, pero no quería una investigación exhaustiva. Que lo hiciera un niño de diez años, era la manera perfecta para que fuera creíble.

De todas maneras, los detalles de la ciudad y del momento son muy reales...

Sí, porque una vez comienzo a recordar y a preguntar cómo era esa ciudad, esa década, nada se detiene. Fue como volver a un tiempo que yo creía estaba perdido en la memoria. Una época que quería contar, que añoraba, pero que me resultaba muy difícil de abordar. Al hacerlo, con un niño, todo fue más fácil.

En la historia, Pablo viaja a través del tiempo continuamente y en ocasiones se cuelan en su relato los recuerdos de infancia de su madre, de su padre e incluso los suyos... ¿es una historia sobre la memoria?

La historia es la de una noche de insomnio que vive un niño de diez años y que asiste aterrado a una crisis familiar. Ese insomnio dispara el recuerdo de todo cuanto ha vivido junto a sus padres. Es una historia familiar.

¿Es posible construir la vida de un personaje de 10 años sin echar mano de la propia historia?

Creo que todo el mundo se preocupa demasiado por lo autobiográfico del libro. Ese personaje puedo ser yo. Pero creo que es una suma de muchos otros que conocí. Esa es la gracia de la literatura: no se trata de ser fiel a la supuesta realidad.

¿Por qué quería escribir sobre los años 70 y 80 en Colombia?

Las familias cambiaron mucho en la década de los 70. Creo que es la primera generación de clase media urbana en Colombia. Ese cambio, que supuso que las mujeres, en masa, pudieran trabajar, además de todos los ingredientes políticos, hizo que quienes nacimos en ese momento, creciéramos en familias menos convencionales.

El elemento político está muy presente en la novela, sin ser la trama central. ¿Cree que esta generación estuvo marcada más que las otras por la situación política?

No necesariamente. Creo que cada momento en la Colombia de los últimos cien años ha marcado para siempre a las diversas generaciones. Lo que sí es cierto es que fue una década, o mejor, dos décadas, los 60 y los 70, que de alguna manera si convulsionaron al mundo. Pasaron muchas cosas. Y pasaron muy pronto.

Muchos críticos literarios no se atreven, en virtud de su actividad, a enfrentarse al público. ¿Cómo superó esta tara y se enfrentó a una publicación?

Digamos que yo no me he sentido nunca un crítico. Siempre he querido escribir. Lo que sea. Por eso hago periodismo. En cuanto a mi tarea como lector y escritor de reseñas o comentarios de libros, creo que ha sido también fundamental para tener una disciplina: cuando escribes cada semana una columna sobre un libro estás, como decía García Márquez, siempre con la mano caliente.

Esta historia nació en Paris. ¿Tuvo que ver la distancia para escribir de Bogotá?

Yo siempre quise escribir una historia que sucediera en esta ciudad tan rara que nos tocó en suerte, que en aquellos años no era lo que es hoy: una ciudad gris, caótica, que no le pertenece a nadie. Comencé a escribir allá, pero eran cuentos sobre esa época. Hace un año largo, pensé que tenía que sentarme a escribir este libro. Así que una vez encontré el narrador, algunas escenas que había escrito, se articularon en la novela.

Por Sara Araújo Castro

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