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En las entrañas de la Tierra

En Chile no se habla de otra cosa: el milagro de la mina San José.

Juan Jorge Faúndes / Especial para El Espectador / Santiago de Chile
24 de agosto de 2010 - 10:10 p. m.

Desde el fondo de la mina San José, ubicada en Copiapó, en el desierto de Atacama, más de 800 kilómetros al noreste de Santiago, subiendo por un estrecho cordón umbilical metálico de aproximadamente 10 centímetros de diámetro, después de más de 17 días sepultados 700 metros más abajo, la voz de los 33 mineros atrapados, entera y fuerte, surge en el altavoz del citófono entonando a coro el himno nacional.

Es inevitable que el ministro de Minería, Laurence Golborne, y los rudos y entrenados rescatistas, ingenieros, topógrafos, geólogos y mineros que rodean el aparato, intenten balbucear también el himno patrio, pero la emoción les corta la voz. Aquellas firmes voces que cantan: “Puro Chile es tu cielo azulado” y rinden honores a la “majestuosa montaña”, es especialmente significativo. El minero siempre ha respetado el cerro, la montaña que ahora es literalmente su Madre Tierra.

Se supo que los 33 mineros estaban vivos cuando a las 05:50 horas de la mañana del domingo 22 una de las sondas que perforaban en su búsqueda, la sonda 10B, hizo contacto a los 688 metros de profundidad. Primero fueron dos golpes fuertes en el metal. Un operario que grababa en un video en ese momento, narra: “Se escucha en este momento que están golpeando el tubo. El ministro se abraza de felicidad. Hay mucha alegría aquí…”. Luego las manos del ministro comienzan con mucho cuidado, con cariño, a tratar de abrir sin dañar los húmedos trozos de papel amarrados al tubo y que traían la noticia que unió a Chile en una sola emoción. Los atrapados habían enviado un escueto pero suficiente mensaje manuscrito con letras rojas: “Estamos bien / en el refugio / los 33”.

“¡Están vivos, concha de su madre!”, el ministro ya no puede retener su emoción y se estrecha en un abrazo con André Sougarret, el ingeniero que el gobierno puso al mando de las labores de rescate. Entre exclamaciones de júbilo y lágrimas, el secretario de Estado, que no se había movido de allí en días, con su casco blanco y su casaca roja, es sucesivamente abrazado por los rescatistas: “¡Lo logramos, huevón! ¡Bien, huevón!”…

A las 14:30 horas, el operario de la sonda 10B, Eduardo Guerra, no aguanta más la orden de esperar a que llegara el presidente, que estaba viajando desde Santiago para anunciar de manera oficial la buena nueva, y corre a contar la noticia al campamento de los familiares, localizado en las inmediaciones de las actividades de búsqueda y rescate.

Cerca de 45 minutos después, a las 15:15 horas, Piñera hace público al país el acontecimiento. Y narra que viajó a Copiapó desde Santiago, minutos después de la muerte de su suegro, de un cáncer terminal, “murió en mis brazos”, dijo. Pese a la reciente muerte del padre de su esposa, Piñera no podía retener su alegría: “Me siento más orgulloso que nunca de ser chileno y de ser presidente de Chile… Así que solamente puedo decir en un momento de tanta alegría: ¡Viva Chile, mierda!”.

Y miles de habitantes de todas las ciudades del país salieron a las calles como si Chile hubiera ganado el Mundial de Fútbol, caravanas de automóviles recorrían las ciudades con banderas haciendo sonar sus bocinas, y en la Plaza Baquedano de Santiago, donde siempre se celebran los triunfos deportivos, los grupos espontáneos se reunían a gritar y ondear banderas.

La primera señal, antes del escrito, fue una mancha roja en el tubo de la sonda. Luego, a medida que subía, amarrada con gomas y cables, una bolsa plástica con el mensaje y una carta del minero Mario Gómez, de 63 años, a su familia, donde además informaba que la sonda había aparecido en el túnel del nivel 44. Después, tras enviarse una cámara, se produce aquel contacto visual, como si fuera una ecografía del útero materno. Las luces de cascos que se encienden y apagan, y ese rostro de minero, esos ojos, como de un bebé entre el líquido amniótico… que da la vuelta al mundo.

El primer diálogo se produce pasada la 1 de la tarde del lunes 23 cuando logra enviarse un citófono por el estrecho ducto: “Aló, habla el ministro, atención mina”. “Aló, ministro, un momento, aquí le paso al jefe. ¿Me escucha?”. “Sí, lo escucho. Páseme al jefe de turno”.

El jefe del turno, quien, como recién entonces se supo, hizo efectivo su liderazgo desde el instante mismo del derrumbe, es el topógrafo de 54 años Luis Urzúa. Éste dividió la galería de dos kilómetros que tienen para desplazarse, en tres sectores: dormitorio, comedor y letrinas. Al mismo tiempo, racionó la alimentación disponible. Durante los 17 días de aislamiento, cada 48 horas los mineros atrapados comieron dos cucharadas de jurel en lata y media taza de leche; también, unos trozos de galletas y duraznos en conserva. este miércoles, sin embargo, por el “cordón umbilical” les están enviando cuidadas dosis de alimentos y medicinas que ordena un equipo de médicos, nutricionistas y psicólogos que monitorean segundo a segundo la situación física y mental de los 33 mineros, uno de los cuales es de nacionalidad boliviana.

Dentro de la mina quedaron tres camiones 4 x 4, un camión, tres máquinas perforadoras y dos grúas, con cuyas baterías obtuvieron energía para la provisión de luz. este martes 24, en una liturgia ecuménica de acción de gracias oficiada en La Moneda, el palacio de gobierno, 32 banderas chilenas y una boliviana representaban a estos hombres cuyo destino es permanecer en el refugio de la mina durante tres o cuatro meses, hasta que se perfore un ducto de entre 66 y 70 centímetros de diámetro con una máquina australiana que se está instalando, y cuyo avance promedio será de quince a 20 metros diarios. Entonces saldrán de las entrañas de la Madre Tierra.

Por Juan Jorge Faúndes / Especial para El Espectador / Santiago de Chile

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