Espacios reciclados

Crecimiento urbanístico en el norte de Medellín apuesta por el desarrollo de comunidades menos favorecidas.

Manuela Lopera. Especial para El Espectador
18 de octubre de 2010 - 08:00 p. m.

Medellín, que la semana pasada sirvió de sede a la VII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo, y que se ha convertido en referente obligado por su crecimiento acelerado en los últimos años, es una ciudad que continúa su liderazgo en materia urbanística.

En esta ocasión, la Bienal fue la vitrina del proyecto “Punto de desarrollo cultural”, una iniciativa sin precedentes que involucra la extensión del Centro de Desarrollo Cultural de Moravia (CDCM), un edificio diseñado por el arquitecto Rogelio Salmona y que desde hace dos años le viene cambiando la cara a uno de los sectores de la capital antioqueña más golpeados por la marginalidad y la pobreza: “un barrio que fue negado por el imaginario de los demás ciudadanos de Medellín, un lugar que fue estigmatizado como el barrio de los ladrones, los tugurios y las putas, pero por el que hoy pasa todo el mundo”, dice orgulloso Carlos Uribe, director del CDCM.

El Centro, a través de un convenio con la fundación Cittá del arte-Pistoletto en Italia, invitó al colectivo Stealth, formado por los arquitectos Marc Neelen y Ana Dzokic, para que junto a un grupo de arquitectos y artistas plásticos locales diseñaran un nuevo espacio destinado a la cultura en el norte de la ciudad.

El proceso mismo rompió esquemas. Con un presupuesto recortado (70 millones de pesos) y un límite de quince días para diseñar un edificio con tres espacios definidos, la propuesta fue trabajar con material reciclado. La experiencia, que se convirtió en un laboratorio de arquitectura, fue a la inversa: primero se inició la búsqueda de materiales y luego se cumplió la etapa de diseño.

En dos semanas encontraron dos contenedores, un bus, tanques, puertas, rejas metálicas, cajas de cerveza, botellas, llantas y ventanas de vidrio que se convirtieron en la materia prima principal de la estructura: “Desde el principio supimos que no podíamos construir un edificio sólido, por el bajo presupuesto. A través de un laboratorio de hábitat se llegó a la propuesta de los contenedores, porque además dialogaba con la historia de reciclaje del barrio”, precisa Carlos Uribe.

El edificio albergará tres espacios específicos: una cocina, que ocupará Cocineros de Moravia, un proyecto que desde hace 17 años hace almuerzos comunitarios para 200 niños del barrio; el segundo espacio es un taller de artes plásticas en el que funcionarán actividades de manualidades, cine y pintura; y el tercer espacio será una sala de lectura infantil.

Arquitectura revolucionaria

Mark Neelen (Holanda) y Ana Dzokic (Serbia) son los dos arquitectos invitados por el Centro de Desarrollo Cultural de Moravia para diseñar el proyecto de extensión. Ambos conforman Stealth Unlimited, un colectivo que tiene como objeto de estudio el proceso de definición de las ciudades en desarrollo y sus necesidades urbanísticas y sociológicas. Desde hace más de diez años se involucraron con procesos de autoorganización, en los que la gente construye por sí misma sus propios entornos en lugares afectados por la violencia, el desarraigo y la guerra: “Nos interesó más la lógica de los procesos que en cómo quedaban estéticamente”, afirma Anna Dzokic, quien compara un poco las realidades de lugares como Belgrado en Serbia y Tirana en Albania con la realidad del norte de Medellín, una zona periférica con problemáticas sociales en la que la gente ha tenido que encontrar su propia manera de organizarse.

Su metodología consiste en mostrar a las comunidades ejemplos de países que han resuelto problemas de desplazamiento, reorganización de sus sistemas de vivienda, salud, educación y cómo eso se involucra con asuntos urbanísticos de todo tipo. Más allá de preocuparse por hacer gran arquitectura, en el sentido de estructuras glamourosas y hasta esnobs, lo que plantean es comprender los procesos de organización de la gente local, para trabajar partiendo de una comunicación profunda entre arquitectura y comunidad: “Cuando miramos una ciudad no nos fijamos tanto en su apariencia física. Por supuesto que nos interesa la estética, pero comenzamos a mirar lo que hay detrás, porque esas decisiones tienen un sentido”, reflexiona Mark.

Ambos expertos internacionales creen que lo más interesante está ocurriendo por fuera de Europa y por eso decidieron aceptar la invitación del CDCM: “Aquí hay ejemplos de cómo la gente tiene que enfrentarse a los retos urbanísticos de sus ciudades. Además, la inversión que Medellín ha hecho en lugares vulnerables es un modelo para el mundo”.

Desde que comenzaron a trabajar, Ana y Mark se dedican a pensar su profesión como una herramienta para articular más saberes: “Es importante aprender a ver el oficio con más modestia, entender que la arquitectura es sólo una parte dentro de un montón de necesidades y que sigue teniendo un poder limitado”.

Luego de una experiencia relámpago de 15 días durante septiembre, en los que también trabajaron en un proyecto en conjunto con el Área Metropolitana llamado “Cerramiento del morro de Moravia”, que consistió en diseñar una especie de muro para sellar la montaña que antes era un basural, los arquitectos trabajaron con materiales reciclados encontrados en el área urbana de Medellín, pero sobre todo con las inquietudes que recogieron de conversar con la gente del barrio, con el material humano, ese que para ellos es el más importante.

Por Manuela Lopera. Especial para El Espectador

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