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Apasionada por la justicia

Desde la jurisprudencia y la cátedra, Catalina Botero está convencida de que la Constitución debe ser un manual de protección ciudadana.

Jorge Cardona Alzate
26 de julio de 2008 - 01:50 a. m.

Desde sus días de colegio, Catalina Botero Marino tuvo una notoria pasión por la justicia. Por eso, cuando se graduó de bachiller en el Liceo Juan Ramón Jiménez, donde aprendió cómo administrar la libertad con criterio responsable, ya sabía su destino: la Universidad de los Andes, donde optó por cursar la carrera de Derecho. Era 1983 y Colombia se debatía entre la esperanza del proceso de paz del gobierno Betancur, la irrupción del paramilitarismo y la guerra contra el narcotráfico. Época crucial que asimiló como estudiante, ilusionada en un país tolerante y justo.

Hasta que vino el holocausto del Palacio de Justicia, que partió en dos la historia contemporánea de Colombia. Y Catalina Botero, como sus demás condiscípulos, asistió horrorizada al triste espectáculo de ver el templo de la justicia asaltado por la subversión y recuperado con tanques de guerra. De esa conmoción nacional, con sus amigos surgió la idea de crear un periódico de nombre simbólico: 6 y 7, para recordar esos días de noviembre de 1985 en que se hizo pavesas un sueño de paz y se abrió paso una época azarosa en que los crímenes políticos se volvieron comunes.

Ya oficiaba como líder estudiantil, expectante porque la izquierda democrática y la lucha contra la corrupción forjaran la amalgama de una nueva política. Pero en contraste, vio cómo los lideres esenciales de ese ideal común caían uno a uno asesinados. Primero Luis Carlos Galán, después Bernardo Jaramillo, más adelante Carlos Pizarro. Cuando todo parecía volcado al abismo, surgió otra esperanza: la Séptima Papeleta. Empezó en las aulas de la Universidad del Rosario, creció en la Universidad Externado y pronto se transformó en una fuerza generacional que sacó de su letargo a Colombia.

Una de las promotoras de ese movimiento fue Catalina Botero. Así recuerda ese momento de revolución pacífica: “Éramos estudiantes, algunos anarquistas, otros fervientes católicos, todos en el delirio de los 20 años haciendo posible el sueño de la Constituyente”. Por esos mismos días concluyó sus estudios y, recomendada por profesores, entró a trabajar en la Vicepresidencia Jurídica del Banco de Colombia. Apenas duró cuatro meses y regresó a las aulas a emprender un posgrado en su camino elegido: el Derecho Administrativo.

Desde entonces anhelaba convertir la Constitución en un manual ciudadano y, como premio a su búsqueda, la Universidad de los Andes le entregó dos cátedras: Introducción al Derecho y Ética y Filosofía Jurídica. Casi tan joven como sus alumnos y con un espontáneo don de expositora, capaz de contagiar a su auditorio, en sus clases logró transmitir que literatura y doctrina pueden unirse en la defensa de la dignidad humana, o que la poética del derecho es estética de la palabra para exaltar los supremos valores de la libertad y la justicia.

Cuando concluyó su posgrado ya tenía en la mira un doctorado en España e ingresó a la Complutense de Madrid, segura de que las tesis del jurista argentino Carlos Santiago Nino podían multiplicarse en la defensa ciudadana. Su propósito era vivir en Europa varios años, pero en 1992 la llamó su profesor Ciro Angarita para que fuera su magistrada auxiliar en la Corte


Constitucional. Sin pensarlo dos veces regresó a Colombia y junto al jurista Angarita aprendió en pocas semanas cómo se defiende el libre desarrollo de la personalidad.

Después tuvo tiempo de entender qué es un maestro, pues a pesar de sus limitaciones físicas, Angarita era una lección de vida. Se lanzaba en parapente, montaba en mula, tenía claro que hombre y juez viven en los escenarios de sus decisiones. Pero como se lo había advertido, fue una experiencia corta. Él no fue reelegido y ella se fue a trabajar en defensa carcelaria con el procurador Carlos Gustavo Arrieta. Años después, cuando supo de la muerte de Angarita, lloró 15 días. Aún hoy, cuando tiene dudas, cree conversar con su amigo o piensa: “¿Qué hubiera hecho Ciro?”.

Luego volvió a la Corte, esta vez como magistrada auxiliar de Eduardo Cifuentes, otro de sus maestros, con el privilegio de vivir el día a día de una Corte estelar. En 2000, Cifuentes resultó electo Defensor del Pueblo y Catalina Botero lo acompañó como directora de Prevención y Promoción en D.H., cargo que la regresó al periodismo, las universidades y las organizaciones sociales. Cuando Cifuentes renunció en 2003 para aceptar una misión internacional, su alumna también lo hizo y aceptó un cargo en la Fundación Social.

Pero como si el escenario estuviera reservado para su derrotero personal, por tercera vez llegó a la Corte, esta vez como magistrada auxiliar de Jaime Córdoba. Todo marchaba sobre rieles e incluso alcanzó a oficiar como magistrada (e) entre julio y septiembre de 2007, hasta que su cotidianidad fue interrumpida hace algunas semanas por una propuesta: ser relatora especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de D.H. Entonces aceptó concursar con 69 eminentes candidatos de todos los países del continente.

El pasado lunes, junto a cinco seleccionados, presentó entrevista en Washington y antes de que regresara al país fue notificada de su elección. Por primera vez Colombia tendrá relator en la Comisión de D.H. de la OEA y esa misión la cumplirá una brillante abogada que ahora tiene claro que deberá seguir pensando en la justicia viajando en muchos aviones. Pero lo hará con la energía desbordante que la caracteriza, porque lo suyo es una herencia de familia, que Catalina Botero aprendió a combinar con sus gustos universales.

Su afición por la música, cualquiera que ella sea; la admiración por la escultura, de todos los tamaños; y el deseo permanente de que le alcance el tiempo para extasiarse en el buen cine. La otra faceta de esta talentosa bogotana, hija de paisa y costeña, que ahora será continental de tiempo completo. Y lo quiere ser con la misma virtud que atribuye al periodismo colombiano: “Con valentía para ayudar a reconfigurar el Estado de Derecho”. Con esa agenda de proyección cosmopolita, parte a cumplir una misión libertaria: defender los derechos de los periodistas de América.

Por Jorge Cardona Alzate

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