Publicidad

El asesino de Zaldúa

Mi pregunta sólo llevaba la intención de comenzar una conversación que entibiara un poco aquel frío de madrugada. Bogotá estaba desierta. Lloviznaba. De cuando en cuando aparecía un carro por ahí, seguido de un taxi con las luces apagadas, a mil por minuto. Un bus fantasma, un fantasma borracho o un borracho medio muerto.

Fernando Araújo Vélez
03 de agosto de 2008 - 10:13 p. m.

El semáforo sobre la Sexta con Séptima cambió a rojo. Yo frené y fue ahí, con el Capitolio y la Casa de Nariño y todo ese pasado frente a mí, en esos 30 segundos de rojo, cuando se me ocurrió soltarle a mi copiloto la pregunta maldita: “Oiga, ¿y qué imagen guardan ustedes, los descendientes de Zaldúa, de Rafael Núñez?”.

Fernando giró.  Balbuceó dos o tres palabras, una frase, como si sus ideas se hubieran peleado entre ellas por imponerse. La luz se puso en verde. Yo no sabía si continuar o quedarme allí y aguardar algún ataque. Me recosté contra la puerta, atento a defenderme. Fernando era un hombre respetado y respetuoso, culto, educado. Biznieto, en fin, del ex presidente Francisco Javier Zaldúa. Pese a todo ello, era un perfecto desconocido para mí, y más de una vez he tenido que soportar que perfectos desconocidos impregnados de abolengos se rompan por una supuesta diminuta razón.

Teníamos por delante un largo viaje que se pudo haber transformado en una eterna pesadilla si yo no hubiese dicho a tiempo que Núñez había sido un vendido.  “Más que vendido fue un asesino”, dijo Fernando, para seguir luego con una catarata de hechos según los cuales Núñez había cambiado las leyes a su antojo para prohibir que Zaldúa pudiera salir de Bogotá como presidente, a sabiendas de que ya era viejo y no estaba muy bien de salud. “Núñez, sí.  Él, que cuando fue presidente se largó a Cartagena cada vez que le dio la gana.

 Él, que hablaba tantas pestes de Bogotá”. Zaldúa apenas duró ocho meses como presidente, y como presidente murió, a finales de diciembre de 1882. Lo mataron las intrigas de la política, la mezquindad, las extorsiones y su propia honradez. Cuando terminó de contarme la historia, Fernando era otro. Parecía ver la vida que le pasaba por enfrente sólo en tonos grises. Lo vi abatido, sin ilusiones.

Así llegamos hasta Chapinero. Subimos la 63 hasta la carrera octava y nos tomamos un café al lado de un anticuario. Una señora pasó al lado de nosotros con un paquete en las manos y entró en el almacén de antiguos cachivaches. Yo la seguí.  Regresé 10 minutos más tarde. Para no contarle a mi acompañante que la señora de antes acababa de vender una pistola “que le perteneció al ex presidente Francisco Zaldúa, su última reliquia”, como dijo, le pregunté a Fernando si pensaba escribir algún día algo sobre su antepasado. “Sí, sí, pero es que estoy contra el tiempo”, me respondió, presuroso. Luego dijo: “¡En 2011 se cumplen dos siglos de su nacimiento!”. Aún no había terminado el mes de octubre de 2003.

Por Fernando Araújo Vélez

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar