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Los ancianos que pararon el tránsito

Usuarios y personal del liquidado Seguro Social protestaron por la mala atención y la falta de pago.

Santiago La Rotta
23 de junio de 2008 - 07:51 p. m.

Los pasajeros que iban en el Transmilenio se miraron unos a otros sorprendidos. Algunos fruncieron el ceño. El bus llevaba detenido más de 15 minutos. Adelante había una larga fila de articulados, como una enorme serpiente roja que se alargaba por la troncal de la Avenida Caracas hasta donde la vista alcanzaba. Al instante, la estación de la calle 26 tuvo que ser cerrada y las personas que esperaban en su interior salieron por orden de la Policía. Todos miraban afanados sus relojes: las 7 a.m.

Metros más adelante una caneca azul de metal bloqueaba la vía. Sentados encima de ella estaban varios ancianos con megáfono en mano gritando arengas. Unas 50 personas más, todas ellas mayores, taponaron el otro carril de la vía. Al poco tiempo llegaron unidades de la Policía, los mismos agentes que van al estadio, los mismos que se paran impávidos a oír cómo los demás gritan hasta que les llega una orden.

“Que viva la seguridad social”. “Abajo el ministro de desprotección social”. “Que vivan los derechos de los adultos mayores”. Todas las arengas eran repetidas, con todo el pulmón que los años permiten, por un coro exiguo, pero firme. Ahí, en medio del frío de la mañana bogotana, estaba un grupo algo nutrido de ancianos que se pararon a exigir respeto y atención. No estaban solos.

Junto con ellos se encontraba personal de las entidades de la ESE Luis Carlos Galán, parte del liquidado Seguro Social, a quienes desde hace aproximadamente cuatros meses no se les paga salario. “Un mes sí, un mes no. Un mes sí hay atención a los usuarios, el otro quién sabe. A veces hay medicamentos, a veces no. La situación es completamente irregular y afecta tanto a los pacientes como al personal que trabaja conforme a estas cooperativas de trabajo social”, aseguró Alfonso Pardo, presidente del sindicato del Seguro Social.

Wilson, quien sólo quiso dar su nombre, afirmó que él lleva un mes tratando de consultar a un especialista, pero que aún no ha sido posible. “Yo vine, de nuevo, el miércoles, el viernes y hoy. Ninguno de los tres días me atendieron, no dan explicaciones, tan sólo nos cierran la puerta en la cara a todos: a mí y a las cerca de 250 personas que estábamos haciendo fila. Esta situación lleva más de dos meses. No es justo. Yo incluso sigo pagando mi aporte al sistema”.

Al lugar llegaron diferentes instituciones a hacerle frente a la protesta, a hacer preguntas y recoger testimonios. Vinieron la Personería, la Secretaría de Gobierno. Desde antes estaba el general Rodolfo Palomino, comandante de la Policía Metropolitana, quien pacientemente escuchó las denuncias y quejas de los manifestantes. Sin embargo, muchos le gritaron que por qué enviaron a un general de la República, cuando quien debería estar presente es el ministro de Protección Social, Diego Palacio.

En pocos minutos el piquete de uniformados juntó sus escudos y avanzó sobre la multitud. Cordialmente, pero sin ceder un metro, empujaron a los manifestantes hacia los andenes de la Avenida Caracas. De inmediato dieron la orden a los buses de Transmilenio para que marcharan de nuevo por el corredor vial. Así las cosas, replegados los ancianos hacia los andenes y con el tráfico reabierto a la fuerza, la protesta terminó, a las 10:35 a.m., sin heridos ni muertos, pero sin mayores compromisos o soluciones.

Entonces, abriéndose paso por entre la multitud que rodeaba al general, se acercó Wilson. Sus cansados ojos azules refulgían de furia. Sin gritar, pero enérgicamente, invitó al oficial a que pidiera una cita a través del sistema, que se arriesgara a ser burlado por su propio sistema de salud.

El ministro Palacios  afirmó que el problema no era que no había doctores, sino que, como no se les les pagó el viernes, hoy decidieron no prestar el servicio. Ratificó que lo más importante era atender a la gente y trabajar para que esas situaciones no vuelvan a presentarse. Así mismo, dijo que ya había consultorios adecuados para atender a los pacientes.

Por Santiago La Rotta

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