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Volver al pasado

Doce familias bogotanas decidieron abandonar la ciudad para fundar una aldea en el campo y adoptar un estilo de vida ecológico.

Mariana Suárez Rueda
31 de julio de 2008 - 06:31 a. m.

Viven en pleno siglo XXI como lo hubieran hecho si estuvieran en el campo a finales del siglo XIX. Cocinan en hornos de leña lo que cultivan en sus huertos. Construyeron sus casas con barro, pasto y guadua. No usan baños tradicionales, sino letrinas secas, que les permiten reutilizar sus desechos como abono orgánico. Tampoco se bañan o lavan su ropa con jabón tradicional, prefieren hacerlo con jabones de tierra que están libres de detergente y no contaminan el medio ambiente.

Decidieron abandonar la ciudad hace más de cinco años en busca de un lugar tranquilo donde vivir, en el cual tuvieran la posibilidad de implementar proyectos de desarrollo sostenible, lejos del ruido y en armonía con la naturaleza. “El ser humano está acostumbrado a arrasar con todo lo que encuentra para satisfacer sus necesidades. Nosotros quisimos erigir un lugar que combina la vida silvestre con la del hombre”, cuenta David Forero, uno de los creadores de esta comunidad que habita en la vereda Victoria Alta en el municipio de Silvania, a 90 minutos de Bogotá.

De alguna forma, el estilo de vida de este grupo de personas terminó por llevarles la contraria a aquellos escritores y filósofos que, como William Gibson o Philip Kendred, aseguraban que las utopías en el futuro serían megaciudades sobrepobladas, invadidas por máquinas. Estas 12 familias bogotanas decidieron retomar elementos de la relación estrecha que ha tenido el hombre con la naturaleza y mezclarlos con los avances de la ciencia y en granjas, que denominaron ecoaldeas, encontraron su futuro.

Este modelo de vida, basado en el cuidado de la tierra, también se ha impuesto en otras regiones de Colombia, como la Costa Atlántica, el Eje Cafetero y el Valle del Cauca, así como en varios países, especialmente en España, Suecia, Escocia, Nueva Zelanda y Holanda.

No existe una ecoaldea igual a otra. Cada grupo que las habita tiene un estilo propio para diseñar sus casas y crear sistemas productivos que les permitan autosostenerse y no depender de un supermercado. Además, algunos buscan producir su propia energía. En el sur de Suecia, en Malmö, por ejemplo, hay una ecoaldea que usa paneles solares que recogen la energía del Sol, mientras que en España varias de estas comunidades se preocupan por establecer procesos de reciclaje.

La historia de Kunagua

David Forero decidió hace 17 años alejarse de la ciudad en busca de comunidades sostenibles. Después de conocer cómo funcionaban algunas ecoaldeas europeas quiso seguir su ejemplo y se dio a la tarea de conseguir personas interesadas en participar de este proyecto, que ofrece una alternativa de vida amable con la naturaleza.


No fue fácil. David compró un terreno cerca del municipio de Silvania y allí construyó su primera casa en un árbol. Lo hizo sin dañar ni una sola rama, se acomodó a la forma del tronco y con guadua y tablas de madera elaboró su nuevo hogar. La fertilidad del terreno le permitió sembrar cebolla, repollo, acelga, remolacha, guineo, plátano, caña de azúcar, col, granadilla, guayaba, zanahoria, mora y yuca, además de criar ovejas.

Poco a poco otras parejas se interesaron por esta reserva natural llena de árboles, ardillas y osos perezosos. La ecoldea, a la que llamaron Red Kunagua en honor a los cinco nacederos y quebradas que la atraviesan hasta desembocar en el río Victoria, comenzó a crecer y hoy está formada por 12 familias que tienen un objetivo en común: proteger el agua.

Cada una eligió el diseño de su casa. Algunas todavía están en construcción o remodelación y todos los habitantes de Kunagua participaron en el proceso. Para ello, el primer fin de semana de cada mes organizan un encuentro al que denominan minga, en cada una de las casas. El objetivo es trabajar en equipo en la labor que el dueño de esa vivienda asigne, como levantar una pared, sembrar un huerto o esquilar a las ovejas para utilizar su lana en la fabricación de prendas para vestir.

“El poder compartir estas tareas nos ha permitido construir en poco tiempo nuestras casas”, explica Liza Bello, una joven de 28 años, egresada de Artes Visuales de la Universidad Javeriana, que quiso invertir la herencia que le dejó su padre en la Red Kunagua. Aunque al igual que los demás ecoaldeanos construyó una casa de madera, ahora, junto con su novio Iván, está diseñando otra más grande en la que vivirán definitivamente.

Su madre, Alba Aranguren, confiesa que cuando Liza le mostró el lugar en donde había decidido vivir, puso el grito en el cielo y le reclamó por haber gastado el dinero en “ese peladero. Duré brava un tiempo, pero luego entendí que mi hija tenía unas convicciones que la impulsaban a renunciar a las comodidades para dedicarse a la naturaleza”.

A 10 minutos de la casa de Liza e Iván, a la que bautizaron la Mohana, viven Érika Rippe y Luis Eduardo Montaña con sus dos hijos, de uno y tres años. El terreno lo compraron en diciembre de 2005, luego de haber visitado la ecoaldea. “Nos mostraron el lugar, nos enamoramos y a los 15 días ya habíamos firmado las escrituras”, comenta Érika.

Estas dos parejas comparten el amor por el arte. Por eso quisieron aprovechar la tranquilidad del lugar y sus espacios verdes para dictar talleres a estudiantes que sueñan con ser bailarines o actores. Adicionalmente, los demás habitantes de Kunagua, quienes hace 8 años trabajan con la ONG Colombia en Hechos, organizan visitas escolares para inspirar a nuevas generaciones con una forma diferente de pensar y de construir el progreso.

A veces, incluso, los visitan turistas que quieren conocer esta forma de vida en la que se privilegia la relación del hombre con


la madre tierra. Este modelo ha cobrado fuerza en el mundo y comienza a consolidarse como una alternativa de ciudad del futuro, que en vez de apuntar hacia los grandes asentamientos, intenta recobrar prácticas ancestrales y tecnologías apropiadas, con el objetivo de garantizar la calidad de vida de los habitantes del planeta y la preservación del medio ambiente.

msuarez@elespectador.com

El agua en manos de todos

El próximo 4 de octubre, Día Interamericano del Agua, los habitantes de la Red Kunagua organizaron una actividad llamada El agua en manos de todos. El objetivo de esta iniciativa es formar una cadena humana, cada persona tendrá en su mano un pedazo de guadua con agua, que recorra todo el alto de San Miguel, con el fin de incentivar la conservación de este recurso a partir del arte, la educación ambiental y la agroecología.

¿Qué son las ecoaldeas?

Se trata de un grupo de personas que se organizan para vivir en comunidad adoptando un modelo de vida basado en el respeto por el medio ambiente. Algunos de estos asentamientos están patrocinados por la Unesco y la Unión Europea.

Este movimiento nació en 1995 en Europa y se ha expandido rápidamente por los cinco continentes. Cada ecoaldea tiene un sistema sostenible, en la mayoría de los casos se trata de huertas, procesos de purificación del agua o de producción de su propia energía, así como un estilo propio para diseñar sus viviendas. Éstas se fabrican con materiales naturales, como madera, guadua o elementos reutilizables como botellas de vidrio.

Finalmente, las actividades económicas que se lleven a cabo en la ecoaldea deben garantizar la estabilidad económica de todos sus miembros.

Colombia en hechos

Hace 11 años un grupo de jóvenes, encabezado por quienes hoy habitan la ecoaldea Kunagua, creó la ONG Colombia en Hechos. Conscientes de la necesidad de proponer un cambio en la relación del ser humano y la naturaleza, esta organización plantea una estrategia de trabajo para enseñarles a niños, jóvenes y adultos estilos de vida alternativos.

Para ello han desarrollado actividades divertidas que buscan inculcar el amor por la tierra y el respeto por el medio ambiente. En la reserva natural en donde se realizan estos talleres, instalaron una red de cables para que los participantes recorran en el aire (rappel) el lugar y conozcan de cerca los árboles y animales silvestres que allí habitan. Una labor que se ha extendido a otras ecoaldeas ubicadas en la región Pacífica y el Eje Cafetero, entre otras.

Por Mariana Suárez Rueda

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