Comenzó desaparición de Belalcázar

Familias enteras ya se están marchando del pueblo caucano. El calendario escolar fue suspendido y vivir en Belalcázar se volvió costoso.

Francisco Argüello / Enviado Especial, El Espectador
25 de enero de 2009 - 10:00 p. m.

El secretario de Gobierno de Belalcázar, Cauca, Eloy Muñoz Salazar, es pesimista en que este año comience la reubicación de su pueblo que busca protegerse de la furia del volcán Nevado del Huila y el río Páez.

Sin embargo, una decena de pobladores no esperaron que el ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio entregara la decisión del gobierno Nacional de reubicar Belalcázar, para evacuar  la zona.

Camas, armarios, neveras y hasta equipos de sonido, que alcanzaron a ser rescatados de la avalancha del pasado 20 de noviembre, se vieron desfilar por el caserío. “Es la oportunidad para salir del pueblo”, comenta en su emisora Armando García, un periodista de la estación radial “Radio Eucha”, que también abandonará Belalcázar.

“Cuando salen del pueblo uno se llena de valor para perder  lo que tiene antes de una tragedia”, agrega el comunicador quien conoce oficialmente que un abultamiento de material volcánico está creciendo en el cráter del Nevado y que amenazaría con una nueva avalancha que, según el Ingeominas, podría desaparecer el 60 por ciento del pueblo.
El anuncio gobierno, prendió de nuevo las alarmas. Las calles permanecen casi vacías y la población que aún queda en el pueblo se concentra en el parque central durante el día para analizar el futuro del municipio, ya que ni la misma Alcaldía parece conocerlo.

“Es demorado, se realizará un estudio social, económico, estructural y poblacional para comenzar con el desalojo del caserío”, aseguró el secretario de Gobierno Eloy Muñoz, quien recibió la noticia con nostalgia.

En las tiendas, misceláneas y hasta en las tabernas de Belalcázar se habla de la reubicación. “Queremos que nos lleven a un solo sitio y que nos entreguen una parcela donde cultivar”, pide Jacinto Mejía, un caucano que lleva 65 años temiéndole al volcán Nevado del Huila.

Lo costoso y tortuoso que ha resultado vivir en el caserío llevó a los habitantes a marcharse lentamente del pueblo. La zona está incomunicada. Los puentes de  “Cuetando” y la vereda “Las Juntas” se los llevó el Páez y familias enteras  deben cruzar por tarabitas o cajones en madera sostenidos por una cuerda metálica.

El Alcalde de Belalcázar, James Arbey Yasnó, ordenó la construcción de  un puente peatonal. Sin embargo, la obra fue mal calculada y la construcción colapsó. Una familia cayó al vacio. Un pequeño resultó herido.

“Cruzar en las tarabitas vale $1000 la persona y $2000 las motocicletas”, comenta Jimeno Álvarez, un habitante de La Plata, Huila quien madruga a surtir a la localidad de comida. La estrategia de comunicación se convirtió en un negocio de los dueños del cable, denuncian los pobladores.

Al otro lado del río Páez, se divisa Sor María Odilia Perdomo Leiva, directora del colegio La Normal Superior de Belalcázar, que quedó consumida por lodo en la pasada avalancha.

La madre superiora ata sus manos a la cuerda y comienza a impulsarse hasta cruzar el río en una caja metálica del tamaño de su cuerpo. “Ya no me da miedo”, dice cuando se le interroga.

Sor Odilia espera a 20 docentes para iniciar el calendario académico. Sin embargo, solo diez le han confirmado, los demás temen regresar al pueblo donde se siente en las madrugadas el sonido del volcán.

Las clases que iniciarían el lunes 26 de enero, serán suspendidas hasta nueva orden ya que los 1200 alumnos matriculados no tienen donde estudiar. “Los laboratorios, sala de cine, libros, documentos públicos, sillas, mesas y computadores se los devoró el río”, dice la rectora.

Delincuentes comunes ingresaron la semana pasada y saquearon las últimas pertenencias que estaban enterradas en medio del lodo que dejó el Páez.

La vida en Belalcazar cambió. Una libra de arroz alcanza los $ 1800, consumir una cerveza vale $ 1600 y la libra de pollo cuesta $ 4000 mil. “El transporte encareció todo 1000 pesos más”, reconoce el comerciante Abel Palacios.

Hoy el municipio caucano vive su propia odisea. La internet falla de manera constante, la línea de celular es defectuosa en algunas zonas y las 500 familias del casco urbano y 1.000 de la zona rural, no pegan el ojo en las noches porque temen que una nueva alerta del Ingeominas les indique que deben dormir en la cima de una montaña.

Por Francisco Argüello / Enviado Especial, El Espectador

 

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