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Llegó vigilancia móvil

Serán beneficiados con el proyecto piloto los reos que hayan cometido delitos menores con penas no superiores a los ocho años de prisión. Habrá aparatos de mano y pie.

Andrea Forero Aguirre
06 de febrero de 2009 - 11:00 p. m.

A partir del lunes Julián* tiene permiso para trabajar y plazo de una hora cronometrada para regresar a casa cada noche. Desde ayer su tobillo izquierdo está pegado a una gruesa manilla negra que señala su ubicación satelital a cualquier hora del día. Tendrá que dormir, trabajar y bañarse con ella. Y será parte de él hasta el día en que cumpla su pena de 48 meses de prisión domiciliaria. Él se convirtió en el primero de 2 mil casos de vigilancia electrónica implementada por el Ministerio del Interior y de Justicia.

“No quiero que nadie lo sepa, porque lo primero que me preguntarían es: ¿A quién mató? O, ¿qué se robó?”, dice afligido el joven de 23 años de edad. Su dolorosa y para algunos injusta historia comenzó un sábado del año 2005 de un mes que ya no recuerda. Julián caminaba por las calles de Valledupar, su tierra natal, y de repente unos patrulleros motorizados lo detuvieron para pedirle papeles. El joven presentó sus documentos en orden, pero una pequeña bolsita de plástico que llevaba en la otra mano llamó la atención de uno de los uniformados. ¿Qué lleva ahí? Le preguntó. Son CD, respondió el joven.

Por llevar 16 discos piratas entre vallenatos, rancheras y merengues lo detuvieron en una estación de Policía por más de 11 horas. Luego, sin mayores explicaciones, le dijeron que se marchara. El joven siguió trabajando en Valledupar hasta que decidió viajar a Bogotá en busca del que todavía es su mayor sueño: “Ser policía”. Al primer intento resultó apto para ser auxiliar de bachiller. Como si fuera poca su dicha lo designaron en el área musical donde estuvo tres meses cantando a sus superiores los vallenatos que tanto lo apasionan.

Pero lo que iba tan bien comenzó a derrumbarse prontamente. La salida del acordeonero del grupo motivó el traslado del muchacho al área administrativa. Un día Julián pasaba por la estación de Transmilenio de La Alquería, en Bogotá, y mientras escampaba de un intenso aguacero llegó un patrullero que al parecer no estaba en servicio y le preguntó: “¿De dónde es usted ? ¿En qué trabaja? Le dije que estaba en el área musical de la Policía. Me dijo, pero usted la está tocando muy relajado. Me miró de arriba abajo... Yo tenía mi uniforme limpio, los zapatos brillantes, el carné, estaba peluqueado, afeitado; cargaba un esfero y una agendita. Estaba al día, pero él me pidió la cédula y me contó que tenía antecedentes”.


El joven costeño quedó sin palabras. Resulta que  tenía una orden de captura por violación a los derechos patrimoniales, luego de  haber comprado discos piratas.  De inmediato fue trasladado a la Fiscalía, pero allá no había ningún reporte en su contra. El patrullero que llevaba a Julián uniformado y esposado no cedía en su intento y recorrió todas las instancias hasta llegar a la Dijín y a la estación de Policía de Paloquemao. Más tarde lo condujeron a la UPJ. Tres días después le concedieron detención domiciliaria, que comenzó el 17 de octubre de 2007 y terminó ayer (6 de febrero de 2009).

Julián quedó sometido a la solidaridad de algunos primos en la capital. Internado en una casa extraña terminó barriendo, lavando y cocinando. Estos 17 meses ha estado sumido en el desespero de la cama a la sala una y otra vez. También escribió vallenatos. Una de sus canciones la tituló “De amor es que estoy vivo. Sus amigos lo olvidaron y apenas hace tres meses consiguió una novia, por internet, a la que no sabe cómo explicarle la razón de su encierro. “Me da como angustia perderla”.

En enero escuchó por primera vez que llegaban a Colombia unos brazaletes, para entonces él no tenía idea qué era eso. El pasado martes el juez que lleva su caso lo llamó para darle la noticia de que iba a ser el primero en utilizar el aparato electrónico. “Me escogieron porque yo merezco estar en la calle”. Ayer lo citaron en Dansocial, en el centro de la ciudad, para ponerle el brazalete.

Ya consiguió trabajo, su primer día será el lunes, le pagarán el mínimo. Su mirada está llena de ilusión. Lo primero que va a hacer cuando ahorre lo suficiente es pedir un permiso para que lo dejen visitar a sus papás en Bolívar. Ellos tampoco tienen casa, porque el río se la llevó así como los cultivos de yuca y plátano.

El jean cubre su manilla y en el bolsillo de la chaqueta guarda un aparato que envía las señales de sus movimientos al Inpec.

* Nombre modificado por solicitud del entrevistado.

Por Andrea Forero Aguirre

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