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Murió... por una bala perdida

Diego Echeverry Campos, profesor del área de gerencia de la construcción de la maestría de ingeniería civil de la Universidad de los Andes, pasó por el lugar equivocado en el momento equivocado: la Plaza de Lourdes, el domingo 24 de agosto de 2008 a las 3:50 p.m.

El Espectador
28 de febrero de 2009 - 10:00 p. m.

Después de dejar a su padre en su apartamento y cuando iba camino al suyo, este hombre de 50 años, reconocido y querido por amigos, alumnos, conocidos, su esposa y su hijo, se encontró con una escena inverosímil, digna de una novela policíaca.

Daniel Patiño Parra iba en su camioneta Ford Explorer por la calle 63, cuando apresurado decidió bajarse del carro para comprar una botella de agua, pues según dijo se sintió indispuesto al punto de creer que le iba a dar un preinfarto. Se detuvo sobre la calle 63, unos metros hacia el oriente de la carrera 13, sin percatarse de que había dejado su camioneta en neutro y sin freno de mano. Inevitablemente, mientras Patiño caminaba hasta la tienda, el vehículo a sus espaldas empezó a rodar calle abajo.

Entre tanto, Álex Gilberto Martínez, un transeúnte que quiso evitar la tragedia, reaccionó de forma inmediata: abrió la puerta de la camioneta y se subió para poner el freno de emergencia. Pero a los ojos de Patiño, quien tras efectuar su compra regresaba hacia la camioneta y veía a un hombre que ocupaba el puesto del conductor de su camioneta, las buenas intenciones del proactivo ciudadano tenían toda la apariencia de un robo: “Pensé que se iban a llevar el carro, por eso disparé”, explicó a la policía.

Patiño desenfundó entonces su pistola 9 mm y disparó. Con una bala hirió a Martínez en el hombro y con otra le atravesó el brazo y el corazón al profesor Echeverry Campos, quien pasaba en su vehículo al lado de la Ford justo en el momento en el que Patiño activó el gatillo. El carro de Echeverry, quien murió casi de forma inmediata, terminó estrellado en la acera. Confundido, el homicida subió a su camioneta y escapó por la carrera séptima, en donde los policías lo alcanzaron a la altura de la calle 39. En cuestión de minutos una vida daba un giro inesperado y otra llegaba a su fin.

Hasta hace seis meses Patiño no registraba antecedentes judiciales ni penales, lo que visto por las autoridades de la localidad de Chapinero, donde tuvieron lugar los hechos, daban cuenta de que se trataba de “un ciudadano de bien”. Pero hoy, como resultado de la suma de la paranoia y una pistola 9 mm en el bolsillo, este hombre está judicializado por homicidio, lesiones personales y porte ilegal de armas.

Según recordó Liliana Alarcón, esposa del profesor Echeverry, “a Diego no le importaba levantarse a las cuatro de la mañana si le tocaba. Era exigente hasta con él mismo y le molestaba cuando las cosas no salían bien. Tenía muchas cualidades humanas y aunque se le presentaban oportunidades de salir del país, él amaba y adoraba a Bogotá, su Bogotá, y sus labores en vivienda de interés social”.

Por El Espectador

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