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El planeta de los simios de acuarela

El Fondo de Cultura Económica expone la obra de uno de los más afamados ilustradores infantiles, el inglés Anthony Browne. El Espectador lo entrevistó.

Angélica Gallón S.
02 de mayo de 2009 - 02:21 a. m.

Al ecléctico Anthony Browne le resultaban inusuales las escenas de  abuelitas leyendo al pie de la cama una historieta para  los niños, tanto que jamás pensó ser un escritor y mucho menos uno de los ilustradores de cuentos infantiles más celebrados del mundo.

Sin una infancia remarcable, nada que se distanciara de los temores a los grandotes que pateaban la lonchera a la hora del recreo o los sueños de que el hermano mayor por fin le dejara ganar en algo, este inglés paseaba con su pincel más por los rastros de Magritte, que por los mundos metafóricos de conejos y hombrecitos voladores de James Carroll o James Matthew Barrie.

Entre penurias para sobrevivir, lejos de las ternuras que le prodigó ese padre que vio morir en frente suyo a los 17 años, su carrera con la ilustración no empezó propiamente con los mundos fantasiosos, ni siquiera con los mudos sencillos, sino más bien en un turbio escenario: la sala de un quirófano. “Aprendí mucho acerca del dibujo mientras pintaba ilustraciones médicas, pero quizá lo más importante fue aprender cómo contar una historia complicada en imágenes”, asegura Anthony Browne.

En realidad, estar internado entre colores huesos y rojo sangre le sirvió para superar una de las facetas más dura de su vida, esa pérdida irreparable que le había traído un corazón detenido, el de su padre. “Tuve que mostrar el cuerpo como mera carne, ver cómo luce un hígado en realidad y entender más sobre lo que es el ser humano”, explica Anthony  Browne para añadir con una carcajada casi irónica, “además aprendí a usar la acuarela en una forma muy particular”.

Creador de más de una veintena de libros, sus obras no sólo reposan sobre las estanterías de niños, sino que se hicieron un lugar en las bibliotecas de jóvenes aficionados a la buena gráfica y de adultos abrumados por la variedad e inteligencia en las alusiones. En uno de sus álbumes, un mico reposa dormido sobre un sofá que vuela sobre un océano imponente. Sí, así, justo como el cuadro de Magritte. En otro, un macaco habita en un cuarto de fuerte perspectiva, justo como El dormitorio de Van Gogh en Arles y entre el camino, gorilas grandes y cabezones, pequeños gaticos pero, sobre todo, descomplicados micos —de sacos a rombos y pantalones baggies— se tropiezan con afiches de E.T. y son bautizados con nombres que recuerdan cuentos de Kafka. Claro, eso también le ha valido críticas que ponen en duda que pueda ser considerado como un escritor e ilustrador infantil. Él da una respuesta casi como si trazara una línea, sencilla: “Me gustan los niños y cuando hablo con ellos en el colegio no me agacho, en mis libros siempre quiero respetar su inteligencia. Los niños son capaces de entender mucho más de lo que los adultos se dan cuenta”, explica.

Quizá por eso prefirió tropezarse con los micos y no con los tradicionales osos. “Hay algo muy grande y misterioso cuando miras dentro de los ojos de un gorila o de un macaco, es como si hubiera una suerte de conciencia que te preguntara por tu extraña manera”, comenta Browne como si de repente memorias de su infancia se apresuraran por su cabeza.

Es tal vez esa similitud pasmosa con los humanos, que sin embargo se salva de los enredos de tener una nacionalidad, una raza o pertenecer a una generación, lo que ha hecho que Willy, su más famosos personaje, (Willy el campeón, Willy el mago, Willy el soñador, Willy y Hugo) comulgue con los niños de todo el mundo.

“Yo creo que todos los niños del mundo se pueden identificar con Willy porque la mayoría de las veces ellos sienten que su mundo está corriendo al ritmo de un hermano mayor, de parientes, profesores y otras figuras de autoridad, y Willy es un pequeño chimpancé, que camina solo por la ciudad y que termina encontrando amigos en pequeños y diferentes animales.

A pesar de tanta acogida y de que sus micos de gestos seriotes y pelaje grueso —a los que da más ganas hablarles que abrazarles— hayan conquistado a los más pequeños, Anthony Browne se lamenta de la mala racha que viven los libros infantiles por estos días. “Los padres creen que los niños deberían dejarlos atrás rápidamente y cambiar hacia libros ‘apropiados’, pesados y sobre todo libros sin ilustraciones”.

Sin embargo, entre unas letras simples   y unos micos que vuelven adorable hasta el mismo King Kong, en los libros de Anthony se abordan temas como la soledad, la muerte y la angustia , por lo cual no cuesta comprender que en estos libros amables quizás haya mucha más profundidad que en algunas de las sagas interminables más vendidas. Este planeta de los simios de acuarela es en realidad el mejor reflejo de una mente compleja que le ha dado el chance a los niños de codearse con referencias más sofisticadas del arte, la literatura y la cultura popular. “Mis libros son la más fiel evidencia de lo que soy, porque uno no se pone a sí mismo en lo que escribe, sino que uno se encuentra ahí mientras está escribiendo”, concluye el ilustrador.

Por Angélica Gallón S.

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