Como suele suceder en la antesala electoral iraní, los pasillos del Ministerio del Interior en Teherán vivieron hasta el sábado jornadas de intensa agitación. Hasta allí llegaron toda suerte de aspirantes: un hombre que podría ser la resurrección persa de Saddam Hussein; otro que abogaba por la abolición definitiva del fútbol, y uno más, que frente a la prensa, ávida de curiosidades, dijo que la “torta amarilla”, como se le conoce al uranio sin procesar, es “algo que comemos”.
Hace cuatro años, 1.045 iraníes se registraron como precandidatos. Y este año no fue la excepción. Fue un desfile natural, una pasarela de “excéntricos, inconformes y hombres en busca de publicidad”, 475 en total, según reportó Michael Theodoulou, corresponsal del periódico saudí The National. La mayoría, y como ya es tradición, fueron rechazados por el Consejo de Guardianes de la Constitución, un selecto círculo de clérigos y juristas chiitas encargados de escoger a los pocos personajes que aparecerán en el tarjetón del 12 de junio.
Del menú de ingenuos aspirantes uno llamó especialmente la atención. Llegó de la mano de su padre, con su propuesta de gobierno redactada en un par de papeles que llevaba en la mano. Se llama Kourosh Mozouni, de 12 años, y entró al Ministerio del Interior un día antes del cierre de la jornada de registro, convencido de su idoneidad para suceder al actual mandatario, el azuzador y elocuente Mahmud Ajmadineyad, quien anda en busca de su reelección.
Antes de ser rechazado por el Consejo de Guardianes, Mozouni expuso su programa. Habría permitido que las madres trabajasen, siempre y cuando sus hijos superaran los cinco años; también prometió elevar el salario de los hombres, para que las mujeres tuvieran un incentivo extra para quedarse en la casa. A sus contemporáneos, sin embargo, les planteó un programa menos seductor: la prohibición de los videojuegos.
Pero hoy se viven días turbulentos en el miembro del otrora “eje del mal”. Entre los claroscuros de su programa de enriquecimiento de uranio y las constantes invitaciones del actual presidente a “borrar a Israel del mapa”, no sorprende que la confrontación con el Estado israelí y el programa nuclear sean el epicentro de la agenda electoral por estos días.
Frente a estos temas de evidente urgencia, el niño expuso su programa: “Le ofreceré a Estados Unidos dinero por Hawaii, lugar de nacimiento de Obama. Luego se los arrendaré a los israelíes, para que vivan allá y así no maten niños en la Franja de Gaza”. A renglón seguido, le ofreció a Ahmadineyad la posición de jefe de ministros.
También defendió con vehemencia el derecho del pueblo iraní a la energía nuclear. No habló, sin embargo, de los verificadores internacionales ni de los problemas técnicos del enriquecimiento de uranio. No tenía por qué hacerlo, para eso habría expertos, y en un acto de infantil sensatez se disculpó como pocos políticos: “Un presidente no tiene que saber de todas las cosas; debe saber cómo administrarlas”.