La guerra del fútbol, cuarenta años después

Los partidos eliminatorios al Mundial del 70 fueron el detonante, pero no la causa del conflicto entre Honduras y El Salvador.

Henry Mance / Especial para El Espectador San Salvador
11 de julio de 2009 - 10:00 p. m.

Golpes militares ha habido muchos, pero Guerra del Fútbol sólo hay una. Si bien el conflicto de 1969 entre Honduras y El Salvador sólo duró cien horas, cuarenta años después todavía permanece en el imaginario mundial —al parecer, el máximo ejemplo de la historia compleja de un juego sencillo—. Como el reportero polaco Ryszard Kapuscinski fue informado por un amigo antes de la guerra, en América Latina la frontera entre el fútbol y la política es vaga.

Kapuscinski fue instrumental en crear el rótulo de “La Guerra del Fútbol”, tras ver la coincidencia entre el comienzo de las hostilidades, el 14 de julio de 1969, y los tres partidos eliminatorios que tomaron lugar el mes anterior. Sin duda, los partidos tenían muy poco de hermandad centroamericana. Antes del primer encuentro en Tegucigalpa, la selección salvadoreña no pudo dormir por el ruido de los hinchas locales afuera de su hotel. Perdió 1-0 en la cancha, y cuando entró el gol una señorita en El Salvador se suicidó con un tiro en el corazón. Su funeral fue transmitido por televisión, un juego político para incitar una reacción nacionalista.

Cuando llegó el partido de vuelta la semana siguiente, los salvadoreños no perdieron la oportunidad de pagar la falta de inhospitalidad de sus vecinos. Tan pronto como la selección hondureña aterrizó en el aeropuerto, fueron confrontados por afiches mostrando a los negros del equipo como salvajes con huesos en las narices. Otro representó a la figura hondureña, Enrique La Coneja Cardona, cuyos talentos lo habían llevado de una plantación de la United Fruit Company hasta el Atlético Madrid, siendo violado por un jugador salvadoreño que tenía como apodo El Conejo.

“Inventaron mil cosas. A mí me resbalaba porque venía del fútbol profesional. Pero vi que mis compañeros se molestaban”, recuerda Cardona. “Después (los salvadoreños) ametrallaron todas las ventanillas del bus que íbamos a utilizar. Y el viernes mataron a dos personas delante del hotel. Nosotros no dormimos en él, fuimos a dormir a la Embajada”. Para colmo de desgracias, en la ceremonia antes del partido, los anfitriones izaron un trapo en vez de la bandera hondureña.

En esas circunstancias, Honduras se satisfizo con perder 3-0. El técnico comentó que la derrota fue afortunada; si el resultado hubiese sido otro, la selección no habría salido viva. Con la serie empatada 1-1, los dos países jugaron un partido de desempate en la Ciudad de México para determinar cuál podría ser el primer representante de Centroamérica en los finales de un Mundial.

La importancia política del partido fue explícita. El técnico de la selección salvadoreña, el argentino Gregorio Goyo Bundio, recuerda que todos los jugadores fueron convocados a la casa del presidente Fidel Sánchez Hernández antes del partido. “Nos dio pan dulce y refrescos. Me dijo que yo como extranjero tendría que cumplir con mi deber patriótico, porque ese fue un partido para la dignidad nacional”. Bundio y sus asistentes, a pesar de no haber recibido sueldo durante seis meses, se inscribieron como soldados reservistas: “¡No nos íbamos a esconder debajo de la cama!”. Pero el argentino sabía que tal sacrificio no excusaría un mal desempeño en la cancha. “¿Cómo pudimos volver a El Salvador derrotados?”, recuerda.


Unos cinco mil salvadoreños acompañaron a su selección al D.F., algunos hasta hicieron el viaje de 1.200 kilómetros en moto. Bundio había preparado con suma precaución, comprando nuevos guayos para la cancha resbalosa y evitando que sus jugadores comieran en el restaurante del hotel por temor a un complot de envenenarlos. En el primer tiempo, dos veces El Salvador se puso arriba, pero Honduras empató gracias a la creatividad y la rapidez de Cardona.

En el segundo tiempo, Bundio ordenó a un zaguero que controlara al atacante hondureño de la única manera que podía. “Yo era la persona a abatir. Y me sacaron del campo con una patada en el pecho. El chico me arrolló prácticamente con el pie”, recuerda Cardona. “¡Imagínate! He jugado en Inglaterra, en Irlanda, en todo el mundo, y nunca me han sacado del campo”. Sin él, Honduras perdió su fuerza, y después de tiempo adicional Mon Rodríguez cabeceó el gol ganador para El Salvador.

La victoria allanó el camino al Mundial para El Salvador (les faltaba un encuentro en Haití, donde Bundio golpeó a un brujo local que le prometía mala suerte), pero primero llegó la guerra. El escritor Kapuscinski pasó una parte de ella con un soldado hondureño que tenía más interés en recoger los zapatos de los cadáveres que en obedecer cualquier orden táctica. “Nosotros no teníamos idea”, explica otro veterano de Honduras, José Luis Gutiérrez. “Después salió de que había sido planificado. Pero nosotros fuimos a la guerra sin saber por qué. Se abrió fuego el 14 de julio, y no sentíamos miedo”.

El Salvador tenía unas fuerzas armadas mejor preparadas y hasta soñaba con extender su territorio a la Costa Atlántica. Sin embargo, días después de la invasión, sus soldados se habían estancado a pocos kilómetros de la frontera. Con mediación de la OEA, los dos gobiernos firmaron un acuerdo de paz el 18 de julio. Sus desacuerdos futuros se limitaron a unas escaramuzas fronterizas y unos pleitos legales.

Entre 2.000 y 6.000 personas murieron en el conflicto, la mayoría de ellas hondureñas. El veterano Gutiérrez perdió a dos parientes y a un gran amigo; él mismo escapó con sólo disentería. Aún hoy, cuando sale de su casa en Nueva Ocotepeque para El Salvador deja su libreta militar en casa por si acaso alguien le reconozca. Participa en conmemoraciones militares cada año. Y para él, el partido contra El Salvador sigue con un significado especial. “¡A mí me da coraje! Las nuevas generaciones no sienten nada por el país, pero uno sí”.

Sin embargo, para todos es obvio que el fútbol en sí no explica el conflicto. Como afirma Ricardo Padilla, un empresario de deportes en San Salvador, “¿Por qué los íbamos a invadir si habíamos ganado el partido?”. Los partidos eliminatorios fueron el detonante, pero no fueron la causa. En las palabras de un ex jugador, “los políticos abusaron del fútbol”.

La pelea real entre los dos países fue la migración. Cientos de miles de salvadoreños vivían en Honduras de manera ilegal, ganando cada vez mayor participación en el sector agrícola. Los políticos de derecha de Honduras aprovecharon la situación para desatar una ola de violencia xenófoba. En 1969, el gobierno negó a renovar el Tratado de Migración entre los dos países, pidiendo una revisión de los límites fronterizos y ordenó la ocupación de tierras en manos de los inmigrantes salvadoreños.

Si bien los salvadoreños no perciben la invasión con orgullo hoy, muchos tampoco lo ven como un error. Les parece el resultado inevitable de la migración de sus compatriotas, que salieron de su pequeño país con ganas de trabajar. Pero el historiador salvadoreño Sajid Alfredo Herrera es más crítico. “La invasión fue parte de una acción desesperada por el régimen militar. Lo que se dejó en evidencia fue el ocultamiento de las violaciones a los derechos humanos en El Salvador por el régimen militar, al igual que ocurría en Honduras”.

Las elevadas bajas no fueron el único resultado de la guerra: hasta 300.000 salvadoreños viviendo en Honduras fueron expulsados. Por eso, dice Herrera, “sin lugar a dudas la guerra del 69 en contra de Honduras tuvo un impacto en la guerra civil salvadoreña de los años 80. El desplazamiento de los campesinos agravó la crisis económica salvadoreña, pues la lógica de la concentración de la riqueza impediría crear fuentes de trabajo. Tanto así que se planteó un proyecto de reforma agraria.


Proyecto que quedó en una simple discusión teórica, ya que hubo oposición por parte del empresariado salvadoreño. Estos aspectos coadyuvaron al malestar de un sector muy importante de la sociedad civil salvadoreña (universitarios, intelectuales, sindicatos, sector progresista de la Iglesia, etc.) quienes ya venían considerando que ante la imposibilidad de las salidas negociadas a la represión gubernamental la única vía era la lucha armada”.

Paradójicamente la guerra civil —que tanto debe a la guerra de 1969— ha borrado la memoria de este último conflicto. Según Herrera, “si en Honduras la historia contemporánea se mide por un antes y un después de la guerra del 69, en El Salvador, por el contrario, la historia contemporánea se mide por un antes y un después de la guerra civil”.

En la cancha tampoco queda mucha memoria. Los dos países hicieron la paz futbolística en los años ochenta. Para clasificar para el Mundial de 1982, El Salvador necesitaba que Honduras —que ya había clasificado— empatara con México. Los hondureños cumplieron con su papel y los salvadoreños les invitaron a visitar como agradecimiento (en contraste, La Coneja Cardona no ha vuelto a pisar tierra salvadoreña desde esa eliminatoria de 1969. Pero él tampoco guarda rencor. Por casualidad estuvo en el estadio cuando El Salvador perdió 10-1 contra Hungría en el Mundial 1982. “Creí que me iba a alegrar. Pero no”, dice con una sonrisa).

Hoy día los guanacos y los catrachos han conciliado su amor por el fútbol con una buena relación de vecinos. El mes pasado, antes de enfrentar nuevamente a El Salvador en una eliminatoria, el técnico Reynaldo Rueda afirmó que la guerra “ni les pasa por la cabeza” a los jugadores. Que no quiere decir que los políticos hayan dejado de aprovecharse del fútbol. Después de ese partido que Honduras ganó 1-0, el presidente Manuel Zelaya utilizó el triunfo deportivo y se paró fuera del estadio, saludando a los hinchas. Quedó claro que entre sus fanáticos no estaba el ejército hondureño.

El duelo quedó en tablas

La tormenta política en la que Honduras lleva inmersa más de 15 días parece no amainar. Mientras los partidarios del depuesto presidente, Manuel Zelaya, continúan manifestándose en las calles del norte de Tegucigalpa con el fin de solicitar su restitución, las negociaciones para una posible solución al conflicto parecen no llegar a buen puerto. A pesar de los esfuerzos de intermediación del  presidente costarricense, Óscar Arias, a su regreso del país centroamericano el mandatario hondureño en ejercicio, Roberto Micheletti, afirmó estar “de acuerdo con el retorno de Zelaya, pero directamente a los juzgados”.  Micheletti y Zelaya no se vieron las caras en Costa Rica.

Por Henry Mance / Especial para El Espectador San Salvador

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