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¡Feliz cumpleaños, internet!

Hace 40 años, se conectaron en red las primeras dos computadoras. Una en la Universidad de California, otra en Stanford. La vida no volvió a ser la misma.

Pablo Correa
31 de octubre de 2009 - 09:00 p. m.

La propia red trae la noticia de su cumpleaños. Un cable de agencias celebra que hace cuatro décadas fue enviado el primer mensaje entre dos computadoras. Ocurrió el 29 de octubre de 1969. Apenas tres meses después de que el hombre llegara a la Luna.

Eran las diez y media de la noche cuando Charley Kline, entonces estudiante de programación, y su tutor Leonard Kleinrock, lograron transmitir la palabra “login” (‘registro’) desde la Universidad de California, en Los Ángeles, a sus colegas en el Stanford Research Institute, a más de 500 kilómetros de distancia.

Ese fue el humilde nacimiento de Arpanet, madre de la red actual conformada por más de 681 millones de nodos. “Mi motivación para desarrollar esta tecnología era que los computadores pudieran hablar unos con otros”, dijo Kleinrock, de 75 años, durante la celebración esta semana en la Universidad de California.

Confesó que sí imagino una expansión global de la web y la integración de los sistemas en la vida diaria, pero no el aspecto social, Facebook, Twitter, MySpace: “Me di cuenta de esto cuando apareció el correo electrónico. Se trataba de comunicación entre la gente, no sobre máquinas”.

Cuarenta años parece muy poco tiempo para un invento que transformó de maneras tan insospechadas la vida, el trabajo, la forma como nos relacionamos. Nada volvió a ser igual.

Vida antes de internet

Este reportaje, por ejemplo, habría sido imposible de escribir en otra época porque comienza con una pregunta para Google, el oráculo electrónico: “Vida antes de internet”. La respuesta no tarda dos segundos en llegar. Cerca de 17’400.000 páginas contienen información relacionada con la pregunta. Si dedicara cinco segundos a cada una, tardaría 40 días con sus noches en visitarlas todas.

El primero en la lista es un blog. Etiopica se llama. Pertenece a un hombre de 36 años que vive en Alicante, España. Dice en un post: “Desde nuestra perspectiva de modernos cibernautas, el mundo de antaño se presenta tan limitado y cerrado como una aldea celta perdida en los Alpes podía serlo para los trabajadores de la antigua Biblioteca de Alejandría”. Los blogs, una de las últimas invenciones de la web, ya suman más de 100 millones. No son otra cosa que la materialización de la verdadera libertad de opinión.

Otro bloguero también ha hecho la tarea de imaginar la vida sin la www: “Antes de internet, no usaba frases tan spanglish como “envíame un attachment o forwardéame el email para colgarlo en mi blog de wordpress y que alguien haga un trackback de mi permalink”.

La lista de tareas y costumbres alteradas con la aparición de la red parece infinita. Una encuesta hecha entre cibernautas recuerda algunas. Antes se escribían cartas y se enviaban por servicio postal. Con saliva se pegaban las estampillas. Se escribían poemas, artículos, notas en máquinas de escribir mecánicas. La tecnología interesaba a muy pocos. Se veía más televisión. La música se escuchaba en walkman y grabadoras. Pocos tenían amigos dispersos por países lejanos. Los extractos bancarios había que pedirlos en los bancos. Los libros no se pedían a casa como las pizzas. Había que hacer largas filas para pagar los servicios públicos.

Son recuerdos que una generación entera de seres humanos ya no compartirá. A “la generación net”, como se ha denominado a los que nacieron después de 1994, cuando realmente comenzó a expandirse la red, debe resultarles bastante medieval la manera en que se hacían las cosas hace apenas 20 años. Entonces no existían 14 millones de artículos de Wikipedia, 350 millones de perfiles de Facebook, 15.000 millones de videos almacenados en YouTube, y no circulaban 247.000 millones de mensajes de correo electrónico cada día.


¿Hacia dónde va?

Quién mejor para pronosticar en qué se podría convertir la red que uno de sus padres. Leonard Kleinrock, durante la celebración en la Universidad de California, hizo volar la imaginación de los asistentes: “En la próxima década internet se saldrá de la pantalla del computador y formará parte de las paredes de los edificios, de las oficinas, las viviendas e ,incluso, estará en las uñas de los dedos o en las gafas”.

Se refería a que el mundo se irá poblando a una velocidad vertiginosa de pequeños sensores en el entorno “que sabrán cómo eres, conocerán tus preferencias y se adaptarán a tus necesidades y gustos cuando te detecten”.

Kevin Kelly, cofundador de la revista Wired, una de las más populares en tecnología, había descrito las fases de evolución de internet y anticipado algo similar a Kleinrock. Para Kelly, la historia podía dividirse en tres etapas. En la primera simplemente se conectaron los computadores. En la segunda, se conectaron páginas con información. En la tercera, los vínculos se construyeron sobre pedazos de información.

En los próximos 5.000 días, cree Kelly, van a suceder cosas más allá de nuestro entendimiento. Los humanos seremos parte de esta “mente global”. Tal vez se construya una relación simbiótica entre el hombre y el mundo digital. La red se hará más inteligente, no en el sentido de tener conciencia, pero sí capaz de predecir eventos. “Se tornará más personalizada. Adonde quiera que naveguemos, internet sabrá quiénes somos, quiénes son nuestros amigos, nuestro pasado”.

A ese ritmo, quizás el texto del escritor Danny Cohen, sobre el nacimiento de internet, se convierta en el primer capítulo de un libro sagrado y venerado por nuevas generaciones:

“En el principio ARPA creó la ARPAnet/ Y la ARPAnet estaba desordenada y sin vida / Y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo / Y el espíritu de ARPA se movía sobre la faz de la red / y dijo ARPA: ‘Hágase el protocolo’, y el protocolo se hizo. Y ARPA vio que era bueno / Y ARPA dijo: ‘Háganse más protocolos’, y así se hizo. Y ARPA vio que era bueno / Y ARPA dijo: ‘Háganse más redes’, y así se hizo”.

Biblioteca de Babel, según Héctor Abad

“Antes de internet, mi invención humana preferida era el libro”, dice el escritor Héctor Abad Faciolince, “después, cada día más, no concibo la vida sin esta portentosa extensión del cerebro humano. Si en el libro la lectura era lo que decía Quevedo, una ‘conversación con los difuntos’ y escuchar ‘con los ojos a los muertos’, con internet esa conversación y ese escuchar con ojos y oídos se ha ampliado de un modo mágico. Internet es el más adictivo de los vicios solitarios; es como la infinita biblioteca de Babel”.

Por Pablo Correa

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