El Magazín Cultural

La increíble historia de Francisco de Miranda

La obra del escritor Fermín Goñi que recobra la vida del intelectual que abrió la senda de la libertad.

Jorge Cardona Alzate
12 de noviembre de 2009 - 10:00 p. m.

“Sin Francisco de Miranda no hubiera existido la revolución bolivariana”. La expresión es del escritor español Fermín Goñi, quien después de escudriñar las 12.000 páginas que comprenden el archivo del ilustre precursor venezolano y revisar una vasta bibliografía de más de 60 textos, en una tarea que le llevó varios años de lectura y 14 meses de escritura y edición infatigable, acaba de publicar la intensa obra Los sueños de un Libertador, la apasionante vida de “un intelectual de primer orden” que en su momento se destacó como el primer suramericano de talla universal.

La saga vital del prócer venezolano Sebastián Francisco Párbulo de Miranda Rodríguez, el primero de diez hijos del matrimonio de un acreditado comerciante canario de la primera generación de inmigrantes españoles a la Capitanía General de la Audiencia de Caracas, y una distinguida criolla de reputado linaje. El hombre que después de recorrer Europa y Estados Unidos conociendo de primera mano a nueve de las diez personalidades más influyentes de su época, a sus 56 años, a bordo del bergantín Leander, partió de Nueva York a liderar la empresa de liberar a América.

“Un personaje de otra dimensión”, resalta Fermín Goñi, quien a lo largo de 381 páginas distribuidas en 25 capítulos, un colofón y una proclama, con el oficio del novelista que sabe desentrañar el alma de sus personajes y recrear una época pletórica de ideales, reconstruye la aventura de un guerrero que en su momento llevó a Napoleón Bonaparte a dejar escrito en sus memorias: “Anoche cené en casa de un hombre verdaderamente extraordinario (…) Es un don Quijote, con la diferencia de que no está loco (…) En el corazón del general Miranda arde el fuego sagrado”.

Una personalidad extraordinaria que vivió sin prejuicios y quiso saberlo todo, al punto que desde su natal Venezuela, cuando abrió “las compuertas de su inteligencia a los clásicos grecolatinos, y luego a Diderot, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Cervantes, Feijoo, el padre Isla, y casi todos los que habían puesto por escrito no sólo la mejor literatura de ficción sino lo más avanzado del pensamiento de aquellos tiempos”, no sólo probó su amor por la sabiduría sino que forjó una biblioteca de 5.600 libros que a su muerte fueron subastados, salvo los que por testamento donó a la Universidad de Caracas.

Y qué decir de su escritura. En el salón central de la Academia Nacional de la Historia, en la capital venezolana, como los dejó en tres baúles de cuero en Londres dos años antes de su deceso, “encuadernados en tamaño infolio, en plena piel canela, con siete nervios, tres tejuelos e hierros dorados en rombo al lomo”, quedaron para la posteridad los 63 volúmenes de su archivo. Y en ellos, su sueño americano denominado “Colombeia”, la Gran Colombia que descubrió Colón para Occidente a finales del siglo XV, y Miranda edificó en la mente de quienes heredaron su espíritu revolucionario y combativo.

Entre ellos Simón Bolívar, el Libertador de cinco naciones, “el alumno que en su carácter impetuoso no supo entender a su maestro” y lo entregó a los españoles en el ocaso de la primera República en Venezuela. ¿Por celos, por desconfianza, por salvar su cabeza, por que ese fue el acuerdo con el capitán de fragata español Domingo de Monteverde? Lo cierto es que en julio de 1812, el joven coronel Bolívar puso preso a Miranda. “Bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche”, fue el comentario del cautivo que rememora el escritor Fermín Goñi en su magnífica novela.

Y después cuatro años de oprobiosa prisión para un libre pensador. En la cripta de La Guaira, en Venezuela; en la bóveda del castillo de San Felipe, en Puerto Cabello; en los bajos de las casamatas del castillo de San Felipe, en San Juan de Puerto Rico; y en La Carraca, en Cadiz (España), donde poco a poco Francisco de Miranda fue cediendo a tormentosos dolores de cabeza que derivaron en apoplejía, hasta el 14 de julio de 1816 cuando sin una queja murió en la enfermería, horas después de expulsar sus últimas palabras: “Que gobiernen las putas. A sus hijos ya los conocemos. Dejadme morir en paz”.

“En estos tiempos de bicentenario independista en América hay que conocer al inductor y autor intelectual de esa revolución continental”, recalca el escritor Fermín Goñi, quien además sostiene que “no es justo ni transparente que se trate de un líder histórico invisibilizado”. Y añade resaltando uno de los epígrafes de su novela: “Miranda fue el primer sudamericano culto que Europa conoció”. No admitirlo o negarse a estudiar su vida y obra, es como permitir que la Santa Inquisición que lo persiguió por leer libros, siga imponiendo su atraso para España y América.

No hay otro suramericano del cual se pueda decir que tuvo trato con George Washington, Thomas Jefferson, Alexander Hamilton o John Adams de la revolución norteamericana; que se sentó a manteles con Napoleón Bonaparte; que compartió amigos y agasajos con el Duque de Wellington; que en primera fila asistió a un desfile del rey Federico II de Prusia; que quedó impreso en la leyenda urbana de que pudo tener amores con Catalina la Grande de Rusia; o cuyo nombre siga impreso en el Arco del Triunfo que exalta a los grandes generales de la Revolución y el imperio francés.

Con las presillas del ejército español combatió en Marruecos, Argel y la Florida; en defensa de la Revolución Francesa comandó a 70.000 efectivos en los países bajos; o recorrió Europa enarbolando la libertad que defendió con sus actos; hasta que acosado por la justicia española y la retrógrada Inquisición, un día concluyó cuál era su destino americano: “Si queremos ser nosotros mismos, si la libertad hemos de conseguirla con sangre (...) si tiene que haber guerras, tampoco ha de temblarme el pulso, por más que la faena arrase nuestras vidas”.

Con ayuda británica, en 1806 encabezó la expedición a Venezuela y logró constituir su primera república, pero ante el contraataque realista y la firma de un armisticio en 1812, un grupo de sus segundos, entre ellos Bolívar, lo entregó al ejército español. Lo demás es tristeza y el escritor Fermín Goñi lo describe al comienzo y final de su obra con magistral crudeza. “Con la cara marchitada por la fiebre, los labios reventados por la pus, la lengua llagada, purulenta, y sin dar una queja, así pasó al oriente eterno” el primer Libertador de América.

Coincidencia o no, la vida desbordada de Miranda se apagó en la madrugada del 14 de julio de 1816, la misma fecha en que se celebra la libertad de Francia. “Un intelectual superlativo, un hombre superior a la ineptitud y envidia de sus contemporáneos detractores, el primer combatiente del que autodenominó ejército colombiano, con la bandera tricolor que aún distingue con diversos matices a Venezuela, Ecuador y Colombia”, concluye Fermín Goñi. Leer su obra es sumergirse en un momento estelar de América, que no enaltece por igual a todos sus baluartes.

Por Jorge Cardona Alzate

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