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Pitazo y juicio final

Este domingo se cumplen 20 años del asesinato del árbitro Álvaro Ortega, que obligó a la cancelación del rentado, lo cual contrastó con las alegrías en la Libertadores de Nacional y la clasificación a Italia 90.

Fabián M. Rozo Castiblanco
14 de noviembre de 2009 - 09:00 p. m.

Fue un torneo raro desde su misma concepción porque el solo sistema lo convirtió en único e irrepetible: cuatro fases, de las cuales las tres primeras otorgaban bonificación a los cuatro primeros, mientras la última y final necesitaba de tres cuadrangulares para asignar la estrella.

Muchos partidos se disputaron entonces en esa temporada 89 del rentado nacional, mas no los suficientes para conocer al campeón porque el 15 de noviembre de ese año, a dos fechas de conocerse el par de equipos finalistas que restaban, el campeonato tuvo un abrupto desenlace, violento por demás.

Tras el juego Medellín-América que había finalizado empatado sin goles en el Atanasio Girardot, a Álvaro Ortega Madero, juez de línea de dicho encuentro, seis impactos de un arma nueve milímetros le quitaban la vida en inmediaciones del hotel Nutibara de la capital antioqueña, al cual se dirigía en compañía del mejor árbitro nacional del momento, Jesús Díaz, ileso en el atentado.

A los dos días del asesinato del bolivarense de 32 años, en el despacho del entonces ministro de Educación, Manuel Francisco Becerra Barney —vinculado una década después al Proceso 8.000—, se suspendía el torneo indefinidamente tras una reunión con León Londoño, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Alex Gorayeb, su homólogo de la Dimayor, además de los miembros de la comisión arbitral.

Pero como quedaban seis equipos en competencia, en la asamblea extraordinaria del día 22, la intención de la mayoría de presidentes de clubes era reanudar el campeonato, aunque sólo quedó en eso ante la carta del propio Becerra en la que advertía que el Gobierno no prestaría los estadios hasta tanto los equipos no expresaran voluntariamente que no estaban siendo amenazados o sometidos a presiones.

En consecuencia, los 14 miembros de la Dimayor de forma unánime daban por cancelado el torneo en un año que ya tenía rótulo de histórico para el fútbol nacional porque por primera vez un equipo colombiano levantaba la Libertadores y la selección volvía a un Mundial tras casi tres décadas de ausencia.

“Esa noticia nos impactó mucho por la pérdida de un ser humano, el drama que significó para su familia, la manera como se estigmatizó el deporte y el impacto a los clubes que estaban pasando por una situación económica penosa. A nosotros, por ejemplo, nos dejaron de pagar varios meses y la para complicó todo mucho más”, recuerda Luis Augusto García, técnico de Millonarios que ya estaba clasificado con los albiazules al cuadrangular final junto con Júnior, tras haber sumado de a ocho puntos en el grupo A.

El Chiqui soñaba con el tricampeonato. “Teníamos un gran equipo, la base de los títulos del 87 y 88, estábamos muy competitivos y la ilusión era muy grande”, pero no era el único entusiasmado. Jorge Luis Pinto se acercaba a la instancia definitiva con el Unión Magdalena, que tras cuatro jornadas del cuadrangular C, lo lideraba con cinco unidades, una más que América y Nacional y dos de ventaja sobre el Medellín.

‘Calanche’ heredó la maldición

De ahí que el DT santandereano lamente “no haber podido culminar esa campaña con uno de los mejores equipos que he tenido y  por eso le insistí al presidente, Eduardo Dávila, que el resto del torneo se jugara a puerta cerrada porque el país lo necesitaba y con la transmisión por televisión habría distracción para el pueblo, era una forma de calmar los ánimos, pero al final reinó la confusión por ese fuego cruzado de opiniones”.

Como recuerdo le quedó la victoria sobre Nacional en el Eduardo Santos gracias al gol de Jairo Luis Zulbarán, que debutaba profesionalmente ese año y Calanche, autor de la última anotación del torneo 89, heredaría ese sino trágico al morir acribillado en marzo de 2002 por un sicario en el mercado público del centro de su natal Santa Marta.

Inexplicable cuestión del destino, según Francisco Maturana, técnico del verde antioqueño y la selección hace 20 años, quien todo se imaginaba, menos que seis días después de que el presidente Virgilio Barco lo condecorara en el Palacio de Nariño por levantar la Copa en El Campín y traer de Tel-Aviv la clasificación a Italia 90, la zozobra de la violencia que sacudía de forma inclemente al país empañara hasta el fútbol.

Y con la desaparición de Ortega, el odontólogo chocoano asumió que “fue una especie de conspiración contra los dos equipos que estaban llamados a disputar el título de ese año, que eran Nacional y Millonarios, y además tal decisión de cancelar el torneo le pasó una factura más grande al primero porque le quitó ritmo de competencia de cara a esa gran cita de fin de año en Tokio frente al Milan por la Intercontinental”.

Una impresión parecida tiene Jaime Rodríguez, entrenador del Medellín de entonces y con aspiraciones vigentes de ser finalista, quien no olvida que “ese fue un golpe tremendo para nosotros porque la verdad íbamos impulsados en la disputa del título, pero el mismo diseño del torneo fue un atentado porque al igual que hoy, se buscaba primero la parte económica, antes que la deportiva”.

En conclusión, no sólo perdieron los seis equipos que buscaban el título ni el rentado que extrañó la vuelta olímpica. Colombia entera cayó derrotada por la violencia que sumó otro asesinato en la impunidad y decretó el 15 de noviembre de 1989 como el día en que el fútbol dejó de ser un juego para ser un asunto de vida o muerte.

Voces de repudio

Gabriel Ochoa Uribe

Director técnico del América en 1989

“La determinación de cancelar el torneo tuvo un año de atraso y vino a sopesar todo el estado de anormalidad que venía reinando en torno al fútbol colombiano, que había tocado fondo hacía mucho rato”.

Manuel Francisco Becerra

Ministro de Educación de la época

“En lugar de perjudicar al nombre de Colombia con la decisión, ésta dejó entrever que este es un país que cuando se presentan los problemas tiene que solucionarlos con medidas radicales”.

León Londoño Tamayo

Presidente de Colfútbol por ese entonces

“La Fifa no podía sancionarnos porque los hechos no ocurrieron dentro de un estadio, lo que hubiese sido aún más grave, aunque fue un hecho lamentable desde todo punto de vista”.

Por Fabián M. Rozo Castiblanco

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