Publicidad

La Unión Europea vuelve a tener futuro

En enero de 2010 se inicia una nueva etapa en el proceso de integración europea.

Ignacio Molina
05 de enero de 2010 - 10:49 p. m.

Apenas hace un mes que entró en vigor el Tratado de Lisboa y también se estrenan ahora los cargos que han de dar el impulso político a la Unión Europea en los próximos cinco años: el belga Herman van Rompuy -presidente estable del Consejo Europeo que reúne a los jefes de Estado o de gobierno de todos los estados miembros-, el portugués José Manuel Barroso -presidente de la Comisión Europea, recién investido para un segundo mandato por el Parlamento Europeo resultante de las elecciones de 2009- y la británica Catherine Ashton -nueva alta representante para la política exterior- que sustituye, con poderes muy reforzados, al español Javier Solana como jefe de la diplomacia europea.

La Unión ha estado sumida en la última década en una larga fase de introspección para debatir sobre su funcionamiento interno –esto es, cómo ser más democrática y eficaz tras la extraordinaria ampliación al Este que le ha llevado en poco tiempo a doblar el número de países miembros y tras el importante aumento de competencias a costa de las instituciones estatales- y sobre su conversión en un auténtico actor relevante hacia el exterior –esto es, cómo hablar con una sola voz en un contexto de imparable globalización y de creciente multipolaridad-.

El diagnóstico sobre la situación presente de la UE puede hacerse desde la perspectiva del vaso medio vacío: se ha tardado demasiado tiempo en aprobar el Tratado de Lisboa –que consiste, por otro lado, en un plan 'B' de la más ambiciosa Constitución Europea fracasada en 2005, cuando franceses y holandeses lo rechazaron en sendos referendos-, no se ha terminado de digerir bien la adhesión de los antiguos estados comunistas, y existen problemas crecientes de legitimidad y comprensión sobre la actividad de la Unión por parte de los propios europeos. Problemas de comprensión que son, desde luego, mucho mayores para el resto de potencias mundiales que no saben bien dónde acaba el ámbito de poder de la UE como tal y dónde empieza los de –por ejemplo- Suecia, Portugal o Hungría separadamente.

Pero, claro está, el vaso también puede verse medio lleno. No existe parangón en la historia de la humanidad contemporánea o remota en la que una organización política tan diversa -con veintitrés idiomas oficiales y respetando la soberanía originaria de sus veintisiete miembros- haya llegado tan lejos en el ejercicio del poder público: con carta de derechos humanos vinculante, con moneda única que goza de buena salud, un parlamento supranacional elegido directamente desde hace 30 años, el mercado interior que afecta a todos los factores productivos salvo quizás la energía, un estatuto incipiente de ciudadanía, con presupuesto de importante impacto redistributivo desde las zonas más ricas de Europa hacia las menos desarrolladas, con un nuevo servicio común de acción exterior,…

Qué le depara –entonces- el futuro al viejo continente. La respuesta, más que nunca, está por escribir. Los instrumentos ya están disponibles: el flamante Tratado ha introducido nuevos cargos, más poderes, un ágil sistema de toma de decisiones y mayor transparencia. Ahora recae en los líderes que están en Bruselas y en las capitales nacionales –más o menos espoleados por los ciudadanos- la responsabilidad de usar esas herramientas con auténtica voluntad para sumar eficazmente las capacidades de la UE a la de los estados miembros frente a los dos grandes desafíos que aguardan a Europa.

En la esfera interna, y aún en un contexto de crisis económica, la UE ha de definir en el año que ahora comienza su estrategia de crecimiento hasta 2020. Ya lo intentó hace diez años cuando se propuso no sólo ser la economía más grande del mundo –que lo era y lo sigue siendo- sino convertirse en la economía más competitiva y con pleno empleo. El balance hasta ahora es bastante mediocre pues se han destruido puestos de trabajo y se ha perdido dinamismo relativo con respecto a Estados Unidos y otras potencias emergentes. El que ahora se reafirme el objetivo y se replantee el modo de lograrlo supone un importante desafío a la efectividad real de los Veintisiete que no pueden volver a fallar en su apuesta por la I+D y la innovación –antes que en agricultura o sectores de poco valor añadido-, por adaptar su modelo de Bienestar –poniendo el énfasis en la educación antes que en los subsidios-, y por hacerlo respetando la sostenibilidad medioambiental.

En la esfera externa, y cuando parece que la globalización estará cada vez más gobernada por EEUU y China, la Unión debe ser capaz de convertirse como mínimo en el tercer gran polo de poder mundial. La potencialidad de Europa es extraordinaria: piénsese por ejemplo que el PIB individual de España supera al de la India, que el presupuesto militar exclusivo del Reino Unido es mayor que el de Rusia, que el montante de las exportaciones polacas son parecidas a las de toda Brasil, que sólo Italia tiene tantos votos en el FMI como China, o que sumando únicamente a Alemania y Francia se iguala el gasto que EEUU dedica en ayuda al desarrollo. Hasta ahora, la fragmentación del poder europeo -más allá del comercio, donde la UE sí actúa unida- ha impedido que emerja un auténtico actor con capacidad de moldear las relaciones internacionales. Y es también ahora, en 2010, cuando se debe crear el nuevo servicio diplomático común y definir una política exterior y de seguridad realmente coordinada.

En suma, en este año, y en gran parte gracias al nuevo Tratado de Lisboa, la Unión Europea vuelve a tener futuro. Eso sí, nadie dijo que el futuro vaya a ser fácil.

* Investigador principal - Europa Real Instituto Elcano, Madrid

Por Ignacio Molina

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar