Cineastas iraníes y la oposición

EL CAIRO. EL GOBIERNO DE IRÁN no puede acallar a los cineastas. Lo sigue intentando. Se censuran las películas.

Michael Slackman*
06 de enero de 2010 - 07:44 p. m.

Se prohíbe a los directores salir del país o regresar, y se ven obligados a cancelar proyectos y se les amenaza con castigarlos si sus cintas son demasiado sagaces o demasiado críticas de la vida en la República islámica. Sin embargo, sigue habiendo películas, así como cineastas.

La obra más reciente de Bahman Ghobadi, Nadie sabe sobre los gatos persas, prohíbida en Irán aunque circula gratuitamente, presenta un retrato mordaz de la vida a través del prisma de una vibrante escena musical clandestina. La película se llevó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Cannes en 2009, convirtiendo a la alfombra roja de un festival cinematográfico internacional en una plataforma para atraer la atención hacia la crisis política en Irán. Cosas similares ocurrieron en Montreal, Berlín, Núremberg, Bombay y Londres, donde los cineastas iraníes – con su presencia o ausencia obligada por el Gobierno – han usado su prominencia para mantener al público centrado en la agitación que ha irritado a Irán desde las elecciones presidenciales de junio del año pasado, que los opositores al Gobierno han denunciado como fraudulentas.

El Gobierno iraní ha estado atareado luchando en muchos frentes, batallando para imponer el orden en las calles, restaurar la unidad dentro de las filas de la élite política y religiosa, y mantener cierto grado de legitimidad interior y en el extranjero. El fracaso de ese esfuerzo es creciente a medida que el Gobierno usa la fuerza, incluidas la represión letal, la dispersión de manifestaciones a golpes y el amedrentamiento de la oposición para silenciarla. Algunos de los partidarios más radicales del Gobierno han empezado a llamar a ejecutar a quienes cuestionen y desobedezcan la voluntad de la dirigencia.

Sin embargo, el Gobierno también actúa en contra de la oposición en formas menos públicas, trabajando para desinfectar los planes de estudio escolares de lo que considera ideas subversivas, como el estudio de las humanidades, y darle poder a una nueva fuerza de ciberpolicía para patrullar Internet.

Y ha habido un énfasis en tratar de domesticar a la industria cinematográfica, la que incluso antes de que el Gobierno islámico llegara al poder tenía una larga historia como medio de expresión – y exploración – de ideas consideradas tabú por Gobiernos autoritarios y una sociedad conservadora.

Los esfuerzos gubernamentales han tenido resultados internos, donde se han prohibido las cintas que exploran cualquier cosa considerada contraria al discurso de la dirigencia.

Sin embargo, no ha podido acallar a los propios cineastas. La presión interna ha inspirado a muchos cineastas a exponer sus casos en el extranjero.

 

* Editor del ‘New York Times’ en el Cairo. © 2010 The New York Times News Service

Por Michael Slackman*

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