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El bingo como terapia de grupo

Los cartones y el azar son la excusa perfecta para combatir la soledad, encontrarse con amigos, pasar el rato.

Santiago La Rotta
15 de agosto de 2008 - 09:48 p. m.

¡Bingo! La palabra, gritada con emoción, proviene de la parte de atrás. Sentada en una silla de espaldar verde está una señora de unos sesenta años. Una leve sonrisa en su rostro, casi una mueca involuntaria, la delata como la ganadora del premio de $500.000. Sus gafas oscuras le confieren un aire de profesionalismo, de asentada confianza, como el asesino que ya no tiembla a la hora de apretar el gatillo.

Como ella hay otras 30 personas en la sala para quienes las tardes transcurren entre la delicada balanza que define quién gana o quién pierde, la fina línea que separa la dicha de la decepción.

Los sentidos de los feligreses de esta religión no declarada están conectados a la voz que anuncia el santo y seña de la fortuna, de la misma forma que lo haría una entidad plenipotente que desde los cielos ordena toda la existencia.

Con pulso certero los participantes del ritual marcan sus cartones al unísono. El proceso es mecánico, como si se tratara de autómatas que ponchan pedazos de papel. La expectativa se ve en sus ojos ansiosos, que siempre miran las pantallas que despliegan el recuento de la partida, la pequeña historia de un aleatorio momento de gloria.

Además de jugar al bingo, la mayoría de los asistentes tienen dos cosas en común: primero, en este lugar todos se conocen; se trata de una convención de probadores de suerte, de tentadores del destino. Segundo, la mayoría de los rostros reflejan el paso del tiempo, las incurables cicatrices que dejan el trasegar de los días.

Jaime Vargas es el jefe de bingo de Mundo Fortuna, en Unicentro. Como si se tratara de una lejana familia extendida, conoce personas que asisten al bingo desde que comenzó a trabajar en la industria del juego, hace ya nueve años. “Yo conozco, más o menos, al 80% de los clientes de este local. Me sé sus nombres, son personas que uno ve casi todas las tardes desde hace muchos años”.

Ésta, más que una reunión de competidores, es una congregación de amigos. El bingo es el punto de encuentro donde cada uno comparte las pequeñas victorias del día, las nimias aventura de la rutina.

“Jugar bingo es terapéutico. Yo vengo desde hace 10 años y cuando estoy acá, que es casi siempre, se me olvida todo: me desconecto de todos mis problemas y me quedo sola con el bingo. Tengo amigas que han quedado viudas o solas porque se van los hijos y les digo que vengan para que dejen de pensar en todo eso”, explica una de las clientes asiduas del lugar.

Ella se conoció con dos amigas más a través del bingo. Las une el amor por el juego y por la lenta conversación que va fluyendo entre las pausas de los altavoces. Hace cuatro años juegan juntas casi todas las tardes. El bingo es una ocupación importante, una actividad central del día, mucho más que un entretenimiento. Profesión: jugadora.

“Nosotros tenemos mensualmente por sala, en promedio, una afluencia de 5.000 personas. Gran parte de estas son adultos mayores, jubilados, que pasan sus tardes en el bingo. Es un juego tranquilo, que no presenta mayores riesgos para el apostador”, dice Sarina Zúñiga, gerente de mercadeo de Codere, la empresa dueña de Mundo Fortuna, entre otros sitios de juego.

“El bingo se convierte en la excusa para encontrarse con conocidos. La gente piensa en las salas de juego como un club de amigos. Acá vienen para tomar onces y, de tanto en tanto, ganar”, añade Zúñiga.

El cartón se va llenando. Un remoto destello brilla en sus ojos. El triunfo está cerca. Sin embargo, el grito ganador viene de otra mesa. No fue esta vez. Con la voz de alguien que está acostumbrado al caprichoso carácter del juego sentencia: “A veces se gana o se pierde, pero mientras haya plata habrá bingo”.

Por Santiago La Rotta

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