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Los muiscas que se tragó la urbe

Las costumbres de los primeros pobladores de Bacatá siguen intactas en el cabildo indígena de la localidad de Bosa.

María Camila Peña
27 de septiembre de 2008 - 03:10 p. m.

Vestidas con batas de algodón blanco y alpargatas que ellas mismas bordaron, las cinco ancianas de la Comunidad Muisca de Bosa les enseñaban a las demás mujeres de la vereda San Bernardino las propiedades medicinales de las plantas que se han dedico a sembrar. “Los hinojos, para que les baje la leche a las mamás recién paridas; la ortiga, para castigar a los niños malcriados; la caléndula, para desinflamar; la manzanilla, para los dolores de estómago”, decía María Fidelina Neuta Neuta, mientras las demás se maravillaban de los poderes de “la madre tierra”.

Al mismo tiempo, los hombres de la comunidad les pedían permiso a los taitas, sus antepasados, para que les permitieran entrar en el Cusmuye (templo del agua) y para que les brindaran toda la fuerza espiritual para sanar sus problemas. Los chicos jugaban con los terneros que habían sido paridos unas pocas noches atrás y un joven recogía en una canasta los frutos de la huerta.

En la vereda San Bernardino, uno de los tantos puntos aledaños a la ciudad que han recibido las consecuencias de la urbanización y expansión de la capital, la mayoría de los habitantes proviene de los primeros indígenas que habitaron la hoy sabana de Bogotá y que tuvieron que soportar las atrocidades de los colonizadores españoles. “Acá todos tenemos apellidos indígenas. Las familias más nativas son los Chiguasuque, los Tunjo y los Neutas”, dice María Virginia Chiguasuque, quien fue gobernadora del cabildo indígena en el 96.

Fue precisamente en este año cuando los habitantes de San Bernardino decidieron asociarse para recuperar las tradiciones de sus ancestros. “Cuando nos dimos cuenta de que se nos había dañado el agua y que la ciudad nos estaba invadiendo, decidimos asociarnos para recuperar lo que es nuestro”, dice Jimy Corredor Chiguasuque. En este momento son 720 familias las que pertenecen y comparten las tradiciones del cabildo indígena.

En este punto de la ciudad los demás bogotanos son conocidos como los criollos, los ancianos son la máxima autoridad y la palabra todavía no ha perdido su peso. La vida se vive desde la comunidad y la espiritualidad, y a pesar del ruido y la contaminación de la urbe, la naturaleza sigue siendo el eje central de sus vidas.

Por eso se han dedicado a trabajar en la recuperación del río Tunjuelo, el mismo en el que sus antepasados pescaban truchas y cangrejos, y en la conservación de los humedales. Muchas veces se han desplazado hasta estos ecosistemas para realizar sus más sagrados rituales.

Ante todo se consideran indígenas muiscas. Y cada vez que un nuevo urbanizador llega hasta sus tierras o una nueva vía es trazada en medio de sus cultivos, ellos les imploran a sus dioses que hagan cambiar de idea a estos hombres. “Nosotros no buscamos la ciudad, fue la ciudad la que nos buscó a nosotros”, dice uno de los Chiguasuque.

Por María Camila Peña

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