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La ruta de la esclavitud

Seis afrocolombianos interpusieron una acción de tutela contra tres establecimientos que impidieron su entrada, según ellos, por su color de piel.

Carolina Gutiérrez Torres
16 de agosto de 2008 - 03:50 a. m.

La noche en la que Edna Yiced Martínez iba a ser rechazada en tres discotecas de la Zona Rosa de la ciudad, sencillamente por ser negra y estar con cinco amigos más de piel oscura, calzaba unos zapatos vino tinto con un tacón de 12 centímetros. Tenía una blusa negra con un escote pronunciado en el pecho y un jean azul oscuro. Llevaba el cabello suelto, como nunca lo usó cuando era pequeña porque sus compañeros de escuela la llamaban “pelo de esponja”.

Era la única niña negra del colegio Inem Santiago Pérez, al sur de Bogotá. Seguramente ahora, a los 27 años, ya no recuerda el himno de la institución, pero tiene intacta en la memoria la letra de la canción que los niños entonaban cuando ella se acercaba: “negra cuscús debajo del bus, se tira un pedo y apaga la luz”.

Por petición de algunos estudiantes de derecho de la Universidad de los Andes, Edna visitaría ese sábado 5 de abril tres de las más reconocidas discotecas del sector. Los aprendices querían verificar si esos sitios tenían preferencias raciales para elegir a sus clientes. En unas pocas horas los hechos les responderían que sí, que un grupo de negros —bien vestidos, aclara Edna— no tienen cabida en algunos sitios. “Hay una fiesta privada”, “Sólo pueden entrar las personas con invitación”, dirían, casi de forma exacta, los administradores y vigilantes de los tres sitios.

A medianoche los jóvenes se darían por vencidos, no querrían recibir un rechazo más. Así quedó plasmado en la acción de tutela que implantaron meses después contra los establecimientos Café Bar Gavanna, Scirocco y Gnoveva Bar, el Presidente de la República y el Alcalde Mayor de Bogotá, por violación de los derechos fundamentales a la igualdad y la dignidad humana. El pasado 11 de agosto el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá les dio la razón, en parte: condenó a una de las discotecas por discriminación.

Esa noche de abril, ni los estudiantes de derecho ni Edna ni sus amigos —Marvin Carabalí, Jordan Viveros, Paola Ortiz, Fatimah Williams y Aiden Salgado— esperaban que aquel experimento investigativo terminara en los tribunales. Se reunieron a las 9:15 p.m. en un pizzería y planearon el recorrido.

Primera parada

La discoteca Gavanna fue el primer destino. Hicieron la fila. Edna llevaba la delantera del grupo. “Muchachos, alisten las cédulas”, les advirtió a sus amigos antes de llegar a la entrada. Cuando ella ocupó el primer puesto de la fila, el portero ató una cadena para cerrarles el paso. “Hay un evento privado y sólo personas portadoras de un carné pueden ingresar”, dijo. “Pero vimos entrar a otras personas, ellos no llevaba carné, ¿qué pasa, hay algún problema con nosotros?”, protestaron ellos.

“Qué pena, no les permiten el ingreso, yo no puedo hacer nada”. La discusión se extendió. El administrador dijo que está bien, que podían pasar, que el cover era de $10.000. Finalmente desistieron y se fueron a otro lugar.

“Estábamos muy molestos. La gente afro, en teoría, sabe que es discriminada, pero es muy diferente encontrarse con esa realidad de frente”, cuenta Edna. Ella sí que se había chocado con esa realidad decenas de veces. Sus padres, negros los dos, uno del Chocó y otro de Barranquilla, le escribieron ese destino sin saberlo, cuando llegaron a la capital y se enamoraron y decidieron casarse y engendrar muchos hijos. Su madre, María Martínez, llegó a Bogotá huyendo de la pobreza de Istmina,


un pueblo chocoano cercado hace más de veinte años por la guerra. Su padre, Nicolás Valencia, viajó porque quería estudiar en una universidad pública de la capital.

Para Edna el amor no fue tan sencillo como tener un encuentro fortuito en un edificio, una conversación, un me gusta me da su teléfono y años después un te amo quieres casarte conmigo, como fue la historia de sus padres. Ella no combinó el uniforme escolar con los coqueteos. Sólo una vez se atrevió a participar en el juego en el que el castigo es un beso. Y el único niño, cuenta ella, que se atrevió a besarla, fue el osado de su curso. El mismo que se encargó de hacerles saber a todos sus compañeros que la negra besa bueno. “Todos querían probarlo. Es muy paradójico: pasé de ser la discriminada a la pieza exótica del salón de clases”.

Ahora, que está a pocos meses de graduarse como socióloga, que según sus palabras ha construido un discurso de su dignidad como mujer afrocolombiana, dice que los infortunios del amor no fueron tan dolorosos como las clases en el colegio en las que estudiaron el origen de su raza. “Lo que enseñan en los textos escolares de la raza afro es que nuestro origen es de los esclavos africanos. Nada más. La única imagen de los negros que enseñan esos libros es un hombre semidesnudo y encadenado”.

Segunda y tercera parada

La noche continuó en Scirocco. Los tacones de doce centímetros se hacían insoportables. Llegaron a la discoteca. Otra vez el portero dijo que no podían pasar, que había una fiesta privada y el mismo discurso de siempre. Además, les enseñó la lista de invitados. Otra vez a agachar la cabeza, a decir no puedo creer que en este país todavía pase esto.

A Edna nunca le habían negado la entrada a un sitio público. Este episodio, para ella, fue un retroceso, un volver al pasado, a los años de escuela, al tiempo de la “negra cuscús”, del cabello escondido detrás de una pañoleta, de las trenzas que formaban figuras en su cráneo y que los demás niños llamaban “la ruta de la esclavitud”.

En la última discoteca, en Gnoveva, la escena volvió a repetirse. El Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá definiría meses después que este establecimiento era el único que había violentado la dignidad humana de las seis personas, y resolvería, entre otras cosas, “ordenar al propietario del establecimiento de comercio Genoveva Bar que en el futuro se abstenga de impedir el acceso a ese lugar a cualquier persona en razón del color de su piel. Ordena al Alcalde Mayor de Bogotá que a través de la Alcaldía local del lugar donde tiene sede el establecimiento, vigile que no vuelva a incurrir en actos de discriminación racial como los que originaron la tutela”.


En el tribunal

El abogado de este caso es César Augusto Rodríguez Garavito, coordinador del Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de los Andes. Los tutelados son las tres discotecas, la Alcaldía y la Presidencia, porque “estas instituciones deberían tener un control sobre esas prácticas, legislarlas”, dice Rodríguez.

En la tutela pedían que las discotecas se abstuvieran de repetir esta conducta, que ofrecieran disculpas públicas, que expusieran claramente los criterios de admisión y que el juez determinara una indemnización a las personas afectadas. La respuesta del Tribunal sólo condenó a una de las discotecas. El abogado asegura que van apelar. Edna lo apoya. El estudio, la vida y los años le han enseñado a reconocer lo que significa ser afrocolombiana, más allá de un hombre desnudo arrastrando una cadena.

Observatorio de Discriminación Racial

En la Universidad de los Andes está la sede del Observatorio de Discriminación Racial, un proyecto de investigación y discusión para documentar las prácticas de racismo en Colombia y desarrollar acciones en contra de ellas. Las organizaciones que lo integran son el Programa de Justicia Global y Derechos Humanos de la Universidad de Los Andes, el Proceso de Comunidades Negras y el Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (DeJuSticia).

Desde comienzos de 2007, el Observatorio ha recogido datos cuantitativos e historias de vida sobre racismo en el país, que serán publicados en el Primer Informe de Derechos Humanos sobre Discriminación Racial en Colombia.

El Observatorio ha emprendido diversas acciones legales para combatir la discriminación. En el plano nacional, presentó una demanda ante la Corte Constitucional para extender a la población afrodescendiente el derecho que tienen las comunidades indígenas de prestar servicios de salud e instauró la demanda en curso contra discriminación racial en discotecas en Bogotá.

El mapa del racismo en Colombia

Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en lo que va corrido del año la discriminación racial se ha agravado en el país por una distribución inequitativa de la riqueza. Este factor potencia la marginación y la exclusión social.

“Colombia es el segundo país de América Latina que más población negra tiene, superado sólo por Brasil”, explica un informe del Observatorio de Discriminación Racial.

El mismo documento hace una radiografía de esta problemática en la capital y concluye, por ejemplo, que la población negra de Cali reclama que existe una gran discriminación en el campo laboral.

En Cartagena el desempleo y el subempleo de la población negra son mayores. En Bogotá son constantes los casos de racismo en la contratación laboral y en la aprobación de créditos de vivienda. El 15% de la población afrocolombiana que vive en Medellín vive del rebusque.

Por Carolina Gutiérrez Torres

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