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Las siete vidas del 7 de Agosto

Un barrio que vive y muere de muchas maneras, mientras sus habitantes tratan de salir adelante con optimismo.

Laura Ardila Arrieta
20 de junio de 2009 - 10:00 p. m.

Por aquel entonces, el villorrio de poca importancia para la capital que crecía y crecía comenzaba a lucir como una prometedora zona  comercial. Los señores de las legumbres, las papas y el café llegaban del campo cargados de víveres que pronto desaparecían en la improvisada plaza de mercado a cielo abierto. A pocos pasos, los vecinos abrían las puertas de humildes y familiares negocios de hospedaje, apenas apropiados para esos visitantes provenientes de los huertos. Y un poco más allá, a unas cuantas calles, una sencilla cancha de tejo se convertía en la sede no oficial de los políticos liberales. Asiduamente concurrida por Jorge Eliécer Gaitán. Transcurrían los años 40.

Al tiempo en que nacía la década, el barrio 7 de Agosto comenzaba a ver la luz. Emergía en un territorio que por mucho tiempo, quizá demasiado, estuvo conformado exclusivamente por extensas y prósperas haciendas —la historia cuenta que en el lugar se levantaban las del ex presidente Miguel Abadía Méndez, la de los Hermanos Cristianos y la residencia del sabio José Celestino Mutis—. Entonces, el conjunto de viviendas era considerado apenas una invasión.

Estaba lejos de ser el tradicional sector que es hoy, un compendio de vidas, casas clase media, prisas,  ubicado en el extremo norte de Bogotá, habitado esencialmente por hombres y mujeres mayores, y colmado de comercios que van de los negocios de partes para autos a bodegas de reciclaje, pasando por boyantes prostíbulos.

Uno de los principales vecindarios de la localidad de Barrios Unidos —la número 12 de la ciudad— que se desarrolló alrededor de la plaza de mercado en los límites con La Paz, Alcázares, Quinta Mutis, Muequetá, Rafael Uribe Uribe y Colombia.

El sector que vive y muere entre las calles 64 y 68, y las carreras 21 y 27A. Que se levanta temprano para ir al mercado, que ya no es a cielo abierto. Que trasnocha y se emborracha al ritmo desenfrenado de decenas de locales, legales e ilegales, plenos de muchachas desabrigadas y hombres ávidos de ellas. Que se escandaliza con el crimen de dos ancianos a los que la muerte se llevó a punta de ladrillos. Que se agita a la velocidad de los carros que entran y salen, a manos de los autopartistas, a veces con una pieza nueva, otras sin nada por dentro.

Un barrio, en fin, que existe de muchas maneras, y ya no es un caserío de poca importancia.

Los recicladores

Exactamente en la misma zona “de tolerancia” que han propuesto crear en el 7 de Agosto funcionan varios puntos de acopio y bodegas de reciclaje. Mientras para muchos habitantes de la calle el negocio significa trabajo y oportunidad, en concepto de algunos residentes de la zona el tema se traduce en “robos, indigencia y más males para el barrio”. En todo caso, “son locales autorizados”, como dice el coronel de la Policía Augusto Camacho. Su reglamentación en la Unidad de Planeamiento Zonal (UPZ), que reúne 18 barrios más, tendrá que ser avalada o no por el alcalde Samuel Moreno.

Crímenes sin resolver

Él tenía 74 y ella 69. Según las versiones oficiales, murieron a ladrillazos. Sucedió este año —el pasado mes de mayo— en el barrio Los Alcázares, junto al 7 de Agosto, en un sector en el que la línea de frontera no es muy clara. Por supuesto, no es el primer crimen en la zona. Apenas unos días antes la Policía había encontrado el cuerpo de un hombre adulto descuartizado y arrojado en una bolsa negra, en cercanías al 7 de Agosto. Según el comandante de la XII Estación de Policía, encargada de vigilar el sector, coronel Augusto Camacho, se trata de sucesos “aislados”.

Medio siglo en la plaza de mercado

Don Luis Moreno lleva 56 años viviendo entre frutas, verduras y toda clase de enseres. Corría 1953 cuando sin ningún anuncio de consideración las autoridades decidieron cerrar el mercado de Chapinero en el que trabajaba. Dos meses después llegó a la Plaza de Mercado del 7 de Agosto. Ahí ha ido envejeciendo, mientras atiende su puesto de artesanías y víveres varios. En 1970 salió damnificado por el incendio que destruyó el lugar. “Dicen que fue una vela que dejaron prendida... yo llegué a eso de las ocho de la noche y ya no quedaba nada. Sólo pude salvar unas ollas”. Para librarse de ese y cualquier otro mal, ahora la plaza es vigilada por hombres contratados por los dueños de los casi 800 locales que funcionan allí.

Zona intolerante


En realidad no está claro si la zona que va de la calle 66 a 68, entre carreras 19 y 24, se levanta por la mañana o por la noche. Los locales de hombres embriagados de mujeres con las carnes al aire, plenos de ganas y desenfreno, bien pueden abrir sus puertas a las 10 de la noche o a las 7 de la mañana. En cualquier momento. Una rubia artificial mal encarada, que dice llamarse Cindy, trabaja sin fijarse en el horario. “Vengo cuando tengo hambre”. Sus palabras golpean. El presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio, Alfonso Rincón, cuenta que los habitantes del 7 de Agosto llevan más o menos ocho años luchando para que el Distrito no decrete ésta como “zona de tolerancia”.

“Viene la prostitución”

Doña Idalia es la mayor de “tres hermanas entre los 72 y los 80 años. Usted calcule”. Tiene un jardín de rosas en la terraza de su casa y es vecina del 7 de Agosto desde hace 25 años. Ese mismo período lleva mercando en la plaza, recorriendo las calles, conociendo a casi todos los habitantes históricos del barrio que, aunque no es lo que predomina, también tiene una zona residencial. “Ahora sólo vivimos viejos. Las únicas jóvenes que uno ve son las prostitutas. Claro que por eso no voy a vender mi casa por cinco pesos, como me lo han propuesto, porque viene la prostitución. Si la prostitución viene, les digo a mis hermanas, entonces nos tendremos que volver prostitutas”.

‘El beneficio del cuero’

No es gratuito que todos los años se celebre en el 7 de Agosto la Gran Feria de la Marroquinería y el Cuero. Se trata de uno de los mayores orgullos de algunos residentes, quienes esperan que con el tiempo el evento —y en general el sector dedicado a este negocio— prospere al punto de traer “inversión extranjera”, como dice Alfonso Rincón, el presidente de la JAC. “En la calle 63F, entre carreras 22 y 24, la oferta de zapatos, cinturones y carteras es variada... A veces han llegado a la zona excursiones de extranjeros a comprar. Espero que esto nos traiga beneficios”.

Un negocio por partes

Lo que comenzó hace 30 años como un negocio de algunos habitantes del barrio, que adaptaron zonas de sus casas para crear talleres de arreglo de vehículos livianos, se transformó hasta convertirse en uno de los sectores comerciales de autopartes más grandes y prósperos de la ciudad. Según cifras de la Asociación del sector automotor y sus partes –Asopartes–, 1.500 locales de autopartistas funcionan entre el 7 de Agosto y barrios vecinos como La Paz. De esta zona, se sabe que al menos el 10 por ciento de estos negocios son ilegales. “A usted le roban alguna parte de su carro y tenga la seguridad que aquí la encuentra”, dijo un taxista, frecuente cliente del sector.

Por Laura Ardila Arrieta

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