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Golpes y negocios de la familia Duarte

La historia empresarial de un grupo familiar que hoy protagoniza por las peleas de uno de sus miembros: el concejal Wilson Duarte Robayo.

Norbey Quevedo H.
24 de abril de 2010 - 10:00 p. m.

El concejal de Bogotá Wilson Hernando Duarte Robayo sigue de moda. Pero no propiamente por su desempeño en el cabildo capitalino, sino porque desde hace varios meses, por cuenta de sus peleas políticas en el organismo, sus confrontaciones con varios medios de comunicación, su poder económico o un episodio de violencia intrafamiliar en que se vio involucrado junto a uno de sus hermanos, se ha convertido en piedra de escándalo. Hasta en las filas de su partido, el Polo, reina tanto como divide.

Nacido el primero de enero de 1970 en Bogotá e ingeniero civil de la Universidad La Gran Colombia, desde su juventud ha combinado los negocios personales con la política. Su primer mentor en estas lides fue su propio padre, Luis Hernando Duarte Parada, natural de Panqueba (Boyacá), quien arrancó en Bogotá conduciendo una buseta y llegó a ser líder comunal en el populoso sector de Bosa. En esa misma zona crecieron sus hijos y empezaron a familiarizarse con planchas, votos, los gajes de la política.

Junto a su hermana Ruby inició su militancia partidista en las filas del Nuevo Liberalismo, haciendo parte de las juventudes galanistas. Tras la muerte de Galán, decidió enfocarse en su profesión y el 28 de enero de 1990, junto a su hermano Carlos Eugenio y el allegado José Arturo Piraján Cantillo, constituyó la sociedad Ingewilcar Ltda., dedicada al desarrollo de actividades propias de la ingeniería y la arquitectura. Tres años después, Piraján cedió sus acciones a Nelson Duarte Robayo.

Aunque el concejal Wilson Duarte ha sostenido que se retiró de la empresa, de la cual era gerente en 1995, según consta en la escritura pública Nº 4930 de diciembre de 1998, ese día, junto a sus hermanos Nelson Smidth y Carlos Eugenio adelantaron una reunión ordinaria de socios para autorizar a la gerencia a celebrar contratos hasta una cuantía ilimitada. Por escrituras queda claro que sólo vino a ceder sus acciones el 2 de marzo de 2000, y lo hizo a su padre Luis Hernando Duarte Parada.

Durante esos años, según consta en su propia hoja de vida, entre 1995 y 1997 Wilson Duarte Robayo fue asesor de la Dirección General del Fondo Rotatorio del Ejército y entre 1997 y 2004, asesor de procesos de gerencia y dirección de obras. Para la misma época ya había cambiado de partido y por un tiempo acompañó al concejal conservador Francisco Noguera Rocha, hoy cónsul en Nueva York. Una fuente consultada por El Espectador señaló que incluso fue uno de los financistas de sus campañas.

En cuanto a la empresa de su familia, después de la salida de Wilson Duarte y hasta 2004 tuvo cinco cambios en la Notaría 40 de Bogotá, para ampliar la gerencia, cesión de cuotas o incremento de capital. En 2004, en cuatro escrituras distintas, se introdujeron cuatro modificaciones claves. Carlos Eugenio Duarte cedió sus aportes a su madre Ana Isabel Robayo, se prolongó la vigencia de la sociedad, aparecieron nuevos dueños, cambiaron los gerentes y se modificó el nombre de la empresa por Inversiones Satélite.

Mientras se concretaban esas vueltas notariales, que en realidad fueron cambios transitorios entre miembros de la familia Duarte, los hermanos Wilson y Carlos seguían en su metamorfosis política. El primero terminó en desavenencias con el conservador Francisco Noguera y, vía Iván Moreno, aterrizó en el Polo Democrático Independiente. Su hermano Carlos, vía el político Germán Varón, resultó electo edil de la localidad de Teusaquillo por el movimiento Cambio Radical, para el período 2004-2007.

La empresa familiar quedó en manos de María Mercedes Cañón de Duarte, tía política, y de Rosa Elena Suárez de Esteban, esposa del mejor amigo del padre de los Duarte. La gerencia, según consta en certificado de la Cámara de Comercio del 16 de junio de 2004, quedó en manos de Silvia Rubio Pinto, esposa de Nelson Duarte, que trabaja hoy con la Uaesp, y Noel Eduardo Varón Medina. Este último trabajó durante 14 años en la Dirección de Ingenieros del Ejército, en tiempos en que Wilson Duarte era asesor del Fondo Rotatorio del Ejército.

Para el período 2004-2007, Wilson Duarte Robayo logró por fin acceder a un escaño político. Pero como los votos no le alcanzaron, rápidamente se vio beneficiado por otro camino al que le atribuyen parte de su autoría. Al momento de ser elegida como concejal, la dirigente indígena Ati Quigua tenía 23 años y el Estatuto Orgánico de Bogotá exigía 25. Su curul fue demandada ante el Consejo de Estado y prosperó la acción. De esta manera, Wilson Duarte entró a llenar la curul de su compañera de partido.

En menos que canta un gallo ya estaba enfrentado hasta con sus coequiperos. Él ha dicho que es tolerante con las personas que opinan diferente pero implacable ante cualquier situación irregular, especialmente con la corrupción y la desidia de algunos servidores públicos. Sus contradictores tienen otro diagnóstico. El concejal Fernando Rojas ha manifestado que “Duarte aprovecha el control político como un medio de presión para obtener beneficios personales”. Antonio Sanguino fue más allá: “tiene intereses personales y familiares en la contratación del IDU”.

En su momento, esta fue la respuesta de Wilson Duarte: “Yo tuve una firma de ingeniería de la cual me retiré en 1995. Soy concejal de Bogotá desde 2003 y los contratos con el IDU se firmaron antes de 1999. Mis hermanos y yo vendimos la empresa”. Rastreando los movimientos accionarios de la empresa Ingewilcar, salta a la vista que ésta nunca ha dejado de ser una sociedad de su familia e incluso hoy, bajo el nombre de Inversiones Satélite, sigue siéndolo.

La evidencia se puede leer en la escritura 01954 de julio de 2008, en la que María Mercedes Cañón de Duarte y Rosa Elena Suárez, que habían recibido las acciones de Inversiones Satélite en 2004, las cedieron y ahora están en manos de Luis Hernando Duarte Parada y Ana Isabel Robayo de Duarte, los padres del concejal. Hasta abril de 2008 los gerentes eran Silvia Rubio Pinto y Noel Eduardo Varón. El certificado de la Cámara de Comercio del 30 de marzo de 2010 concluye que hoy son los padres de los Duarte.

No es una empresa pequeña. En 2004, cuando se registraron los principales cambios en Ingewilcar y su transformación a Inversiones Satélite, la sociedad registró activos totales por $1.469 millones. En su penúltimo reporte, que hoy se puede consultar en el formulario de renovación de matrícula mercantil en la Cámara de Comercio, señala que en el año 2008 los activos de llegaron a $3.100 millones. Lo curioso es que esta misma información en 2009 apenas reseña activos por valor de $30 millones.

Las cifras se pueden contrastar con los reportes de la Dirección Distrital de Impuestos, pero lo cierto es que abundan múltiples certificaciones que demuestran que, ganando o perdiendo, la empresa Inversiones Satélite sigue participando en varias convocatorias oficiales para obras de infraestructura promovidas por el Ejército, la Armada, Aerocivil, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá y las administraciones de Bucaramanga y Cundinamarca.

Del pasado reciente, como una pequeña muestra de la presencia de la empresa de la familia Duarte, existen certificaciones que dan cuenta de contratos entre Inversiones Satélite y la Universidad Militar Nueva Granada, por ejemplo, para el mantenimiento vial en la localidad de Teusaquillo. Asimismo, para la reconstrucción, recuperación y mantenimiento de vías secundarias y alternas de la misma localidad; o de trabajos en la vereda Balsillas del municipio de Mosquera (Cundinamarca).

La última transacción importante de Inversiones Satélite está protocolizada en la Notaría 39 de Bogotá y se formalizó el 2 de diciembre de 2008. Se trata de un terreno denominado Las Margaritas, con una extensión de 320 hectáreas, ubicado en la vereda Cuatro Esquinas del municipio de Carmen de Apicalá, en el departamento del Tolima. Según consta en la escritura 3262, el predio le costó a Inversiones Satélite $400 millones. La vendedora fue la sociedad Las Palomas, en estado de liquidación.


Como puede concluirse, el concejal Wilson Duarte Robayo, del Polo Democrático, no es un político sin demostrado poder económico. Es un empresario con conocimiento en procesos gerenciales y administración de propiedad horizontal, que sabe bien cómo casar sus peleas y de qué manera acercarse a los políticos que van llegando al poder. Hoy lleva seis años como concejal de Bogotá y han sido tantas sus peleas, como los negocios que representan a su grupo familiar.

Los hermanos Wilson, Carlos y Nelson son ingenieros civiles y a través de la empresa que nació hace veinte años han logrado hacerse a un poder que a dos de ellos los llevó a la política. Pero son conscientes de que en su ascenso asumen líos y ganan contradictores y enemigos. Sin embargo, ya casi tienen en sus manos la fórmula para enfrentarlos: los tres están terminando estudios nocturnos de Derecho en la Universidad La Gran Colombia. En su rosario de peleas, a sus diseños ahora suman los códigos.

Dos agresiones  a la ex cuñada

El 23 de octubre de 2009, el nombre de la señora María del Pilar López Rodríguez trascendió a la opinión pública por la golpiza de que fue objeto por parte de su esposo Carlos Eugenio Duarte Robayo.

En medio del escándalo se supo que ese mismo viernes en la noche su esposo y su cuñado, el concejal Wilson Duarte Robayo, la golpearon, aunque el político salió a desmentir las denuncias de la mujer.

Es más, Wilson Duarte dijo en su momento que nunca estuvo en el lugar de los hechos y que desafortunadamente se había visto obligado a interponer una denuncia penal por injuria y calumnia contra su cuñada.

No obstante, los medios de comunicación probaron que el concejal Duarte sí estuvo en la residencia de Pilar López, a quien le dieron siete días de incapacidad.

El episodio concluyó en una audiencia de conciliación en la Comisaría Primera de Familia, en donde Carlos Eugenio Robayo Duarte, como medida de protección, quedó conminado a abstenerse de agredir en cualquier sitio o por cualquier medio a su ex esposa.

Lo sorprendente es que el pasado 28 de marzo, en el restaurante Galápagos en Chía, Carlos Duarte volvió a repetir su agresión. Y de nuevo lo hizo delante de su hijo menor de edad. El caso fue visto por televisión y el proceso penal continúa.

Un convenio y un asesinato sin resolver

Hacia abril de 2007, el concejal Wilson Duarte planteó una de sus más duras peleas en el cabildo distrital. Denunció supuestos casos de corrupción y nepotismo en un proyecto adelantado conjuntamente por la Personería Distrital y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Supuestamente se habían malversado $37.000 millones.

El caso tomó una grave orientación porque el 5 de septiembre de 2007, en el barrio Modelia, fue asesinada a balazos Érika Milena Rodríguez Aragonés, quien precisamente trabajaba en el programa entre la Personería y el PNUD. Por esos mismos días el concejal Duarte informó a la Fiscalía de un anónimo que recibió sobre el caso.

Este episodio, que tuvo un amplio despliegue en los medios de comunicación, no tuvo un desenlace conocido. Aún hoy no se sabe quién asesinó a Érika Rodríguez, ni tampoco si realmente hubo defraudaciones en el programa de la Personería y el PNUD. Las denuncias del concejal Wilson Duarte Robayo quedaron en el vacío.

“No más violencia intrafamiliar”: Duarte

El concejal Wilson Duarte Robayo es autor de varios proyectos de acuerdo. El orden de la publicidad visual exterior en Bogotá, la elección de los jueces de paz, el inventario de los parqueaderos públicos, la definición de estrategias para la construcción de vivienda de interés social y la expedición de un reglamento interno para el Concejo.

Sin embargo, sus temas más polémicos han estado asociados a sus debates de control político. La optimización del relleno de Doña Juana, la actualización catastral, los comedores comunitarios, la seguridad en Bogotá, la situación general de la Universidad Distrital y el futuro de los parques de reciclaje.

Siempre ha apoyado la idea del metro para Bogotá, defiende los cerramientos en los conjuntos residenciales y cree en la dignificación laboral, pero paradójicamente y a pesar de los escándalos provocados por él y su hermano, plantea un lema aún más curioso: “Niños y niñas felices, no más violencia intrafamiliar”.

Por Norbey Quevedo H.

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