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La última bocanada en París

Desde el miércoles pasado, ya nadie puede fumar en los lugares públicos franceses. Se acabó una tradición, dicen, en nombre de lo políticamente correcto.

Fernando Araújo Vélez
08 de enero de 2008 - 01:53 p. m.

Debió ser por el asunto aquel de que los fumadores se habían transformado en un enemigo de humo, el demonio azul, o algo por el estilo. Debió ser porque la campaña contra los dinosaurios chimenea ya estaba planeada y a punto de iniciarse. Lo cierto fue que algún lejano curioso descubrió que en la entrada a un simposio de literatura que conmemoraba los 100 años del nacimiento de Jean Paul Sartre, sus imágenes y las de Albert Camus y André Gide habían sido pulcramente retocadas. O “violentadas”, como hubiera dicho Antoine Roquentin, el protagonista de “La náusea”, para que las nuevas generaciones no cayeran en el mal ejemplo del cigarrillo.

Allí estaban las pancartas con un Camus al que le hacía falta su eterno cigarro, y un Sartre rodeado de humo, de un mágico humo que surgía de la nada, pues su mano estaba vacía del Gauloise que millones y millones vieron algún día. La fotografía de la mutilación fue publicada unas semanas más tarde, en septiembre de 2005, por el periódico Libération como una especie de protesta contra los “políticamente correctos enemigos del cigarrillo”, pues con un cigarrillo en los labios, gracias a él o a pesar de él, Sartre había fundado su diario, entre tantas otras cosas que hizo, dijo o escribió.

Por esos mismos días, algún incógnito vicioso propuso que en nombre de las ligas de antifumadores, lo correcto sería no sólo cambiar las imágenes de quienes alguna vez “osaron” tener un cigarro en la boca, sino la letra de las canciones, las escenas de las películas y algunos párrafos de uno que otro libro. En lugar de “fumando espero”, habría que cantar algo así como “comiendo chicles espero”, en vez de “un cigarrillo, la lluvia y tú”, sería conveniente decir “una colombina, la lluvia y tú”. A Humphry Bogart habría que extirparle sus cigarrillos en Casablanca, y lograr que de sus pitilleras de plata salieran barquillos de chocolate. Algo similar tendrían que hacerle a aquella legendaria imagen de Marlene Dietrich que promovía su película Un ángel azul, aunque sería todo un gesto preguntarse si cambiar su boquilla y el humo de su boca por bombones y aire límpido resultaría tan sensual. Más allá de las polémicas y las bromas, Francia cambió radicalmente desde el pasado miércoles.

Un cambio presagiado años atrás cuando dos de sus emblemas, las fábricas de cigarrillos Gauloises y Gitanes, colgaron de sus puertas carteles que decían “cerrado”. Los números eran lapidarios. Cada año, las ventas caían en más de 20 por ciento. Y si hubo tiempos en los que en Francia se vendían más de 20 mil millones de paquetes de cigarrillos por mes, durante los últimos años la cifra no superaba los dos mil millones. Los Gauloises, que nacieron en 1910 para “afrancesar” la marca de Hangroises, y cuyo guerrero de casco alado fue dibujado por Giot, acabaron desterrados a Alicante, igual que los Gitanes, donde los producen desde 2005 de cuando en cuando y de vez en vez para exportarlos a Francia, su tierra de origen, donde según la leyenda, el tabaco fue introducido por Jean Nicot, embajador en Portugal, quien en 1550 lo envió como regalo en forma de rapé a la reina Regenta, Catalina de Médicis, para el alivio de sus cefaleas. El rapé era originalmente de Florida y probablemente estaba hecho a partir de N. Rústica.

Desde siempre, Gauloises y Gitanes estuvieron envueltos en paquetes azules, un color histórico para los franceses, que adoptaron la costumbre de fumar “azul”, pues ese era un gesto de patriotismo. Ayer nada más, viejos noticieros recordaban a los soldados de las guerras del siglo XX con sus cigarros en la boca y un fusil entre las manos. Otros, no tan antiguos, mostraban a millares de manifestantes por las calles de París sosteniendo pancartas que decían “No al cigarrillo, no al cáncer, sí a la vida”.

Por Fernando Araújo Vélez

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