Dos gaitanistas ¡a la carga!

Cuando se cumplen 60 años del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, dos hombres, de 86 y 78 años, testigos de la época, cuentan sus vidas en torno al caudillo.

Andrea Forero Aguirre
04 de abril de 2008 - 06:40 p. m.

Un trago de brandy minutos antes de subir a una tarima y clases para impostar le dieron a Jorge Eliécer Gaitán el ritmo fulminante para lanzar el grito que sedujo a las muchedumbres: ¡Pueblo, a la carga!, mientras levantaba el brazo derecho. La imagen permanece intacta 60 años después de su asesinato y retumba en la mente de dos hombres que sólo tienen en común el gaitanismo.

Se trata de Luis Emiro Valencia, un elegante economista de 86 años que aún conserva la energía suficiente para viajar y escribir en la privacidad del estudio de su apartamento, situado frente al Eje Ambiental en Bogotá y decorado con fotografías y libros del caudillo liberal, que sólo puede hojear con  una gran lupa que alcanza a tocar sus largas cejas blancas. Así se inspiró para terminar su libro El pensamiento económico de Gaitán.

José Vicente Murillo tiene 78 años. Fue pintor artesanal, pero hace meses no trabaja, porque una úlcera varicosa en su pierna derecha lo mantiene postrado en su cama, acomodada en el rincón de un humilde cuarto del barrio La Perseverancia, donde exhibe con orgullo dos fotos del líder liberal, una de las cuales está desgastada. “Un día vino una vieja y limpió el retrato con un trapo húmedo. Le hizo un borrón. Estoy seguro de que es goda”. Valencia lo recuerda como un fiel representante del liberalismo popular, gaitanista a morir. “Solía  encontrármelo en reuniones políticas, pero la pobreza lo ha deteriorado mucho”.

Se conocieron una tarde de 1960. “El doctor Luis Emiro Valencia y su esposa en esa época, la señora Gloria, hija del caudillo, me llevaron para hacer algunos trabajos de pintura al periódico de Gaitán”, recuerda Murillo. Ambos fueron testigos de la tragedia del 9 de abril de 1948 y hasta ese día tuvieron la certeza de que Jorge Eliécer Gaitán iba a ser Presidente de Colombia.

BOGOTÁ ENLOQUECIÓ

Esa tarde Valencia iba desde la Universidad Nacional de Colombia hacia el centro de Bogotá en su Ford, un privilegio de pocos en la época. Al llegar a la estación del tren de La Sabana vio gente que corría desesperada con machetes en mano gritando ¡mataron a Jorge Eliécer Gaitán!


Su reacción fue instantánea. Bajó del vehículo y corrió hasta adentrarse entre la turba. Cuando vio a su líder político, ya estaba muerto. El asesino, Juan Roa Sierra, había sido masacrado por la multitud exacerbada. “Sentí miedo y tristeza. Corrí a las emisoras, pero se habían convertido en un solo estruendo. Las ondas de Radio Nacional transmitían arengas en desorden. La gente había enloquecido”.

A esa hora Murillo estaba en la carrera séptima con avenida Jiménez. De ahí emprendió un recorrido hacia la Clínica Bogotá, donde estaban atendiendo al caudillo. Pero en una de las ventanas se asomó un médico con la mala noticia. “Corrí para un lado y para otro sin rumbo fijo con la masa. Las droguerías y las ferreterías fueron saqueadas, hasta yo cogí un machete y me la pasé con eso de un lado para otro”. 

Cuenta que a las cinco de la tarde comenzó a llover y eso apaciguó a unos pocos. Sin embargo, la mayoría se quedó para acabar con todo lo que encontró a su paso. El primer edificio que vio arder  fue el del periódico El Siglo; luego, un  tranvía. “No sé por qué la gente llegó a eso”.

El pintor regresó a su casa a las ocho de la noche de ese viernes. Allí permaneció encerrado con su familia los días 9, 10 y 11 de abril, porque, según recuerda, el Ejército no les permitió salir, ni siquiera para comprar mercado. En cambio, Valencia volvió a su casa cuatro días después, sucio, sin afeitarse y sin comer. “Mi mamá estaba enloquecida y pensó que estaba muerto”.

A PRIMERA VISTA

En 1946, Luis Emiro Valencia se había inscrito en la Universidad Nacional de Colombia en el programa de cursos de extensión. Allí conoció al profesor Antonio García Nosa, quien lo motivó a estudiar Economía y lo llevó a una reunión política donde conoció al caudillo liberal.

Era uno de los más jóvenes en los encuentros, tenía 24 años, así que le asignaron la labor de tomar notas. “En esas reuniones me di cuenta de que ese hombre iba a ser presidente”. Todos los viernes Gaitán se reunía con sus seguidores en el Teatro Municipal, al lado del Observatorio, desde las 7:30 de la noche. Uno de esos días asistió Vicente Murillo y quedó impactado. “Era berracamente elegante”. Desde ahí su cita era inaplazable, llegaba a las seis de la tarde para coger buenos puestos.


En su barrio creó el Club Juventud Liberal y así logró llevar al caudillo de visita tres veces. Sus discursos los propagaba por la cancha de fútbol del barrio. Allí cruzaba saludos con el caudillo y su esposa, Amparo Jaramillo.

ASÍ LO RECUERDAN

En lo físico, Valencia guarda la imagen del caudillo liberal como la de un hombre a quien le gustaba vestirse bien. Su traje favorito era la combinación de gris y negro a rayas, sombrero, mancornas y pañuelo, tal como murió.

Se preocupaba por su apariencia física, tanto que practicaba gimnasia, hacía calistenia y nadaba en la piscina del parque La Nación. “Un brandy y cursos de impostación con un maestro a quien él mencionaba como Masqueroni, a secas, eran parte de su rutina como complemento de los modelos oratorios que tanto admiraba. Fue muy culto, por eso desmiento a quienes lo califican como un ordinario. Lo que sucedió fue que él entendió que debía hablar el lenguaje del público con el cual se encontraba”, explica el economista.

Los hábitos del Caudillo eran sanos. No fumaba y de vez en cuando tomaba té en Monte Blanco, un establecimiento que estaba ubicado donde hoy queda la torre Colpatria. Fue perfeccionista y sistémico con sus agendas y almanaques, donde señalaba minuciosamente las citas que tenía pendientes, los viajes, las conferencias de los viernes y las movilizaciones populares por todo el país.

Con la mirada perdida en el infinito, el gaitanista del barrio La Perseverancia dice: “Lo tengo en mi mente todo el tiempo. Era bien cachaco. Único por su presencia. Vestía de primera y era decente con todo el mundo”. En La Perseverancia no sabían de sus clases de gimnasia ni de té,  sólo lo recuerdan jugando tejo, echando chistes y saludando con una sonrisa a quien le cruzara una mirada.

SUS ADMIRADORES

“El liberalismo se lleva en la sangre”. Por lo menos estos dos casos así lo demuestran. Luis Emiro Valencia es hijo único. Su madre fue muy amiga del radicalismo liberal por tradición familiar. “Mi abuela fue médica y ayudó a las guerrillas liberales”, cuenta.

Con sólo 18 años de edad, José Vicente Murillo era ya un ferviente seguidor político. Sólo tiene una explicación: “Gracias a Dios nací con la insignia liberal”. Su papá y sus hermanos fueron gaitanistas, así como sus cuatro hijos. En sus casas opuestas el rojo siempre fue el color por excelencia. Valencia lo tiene en la alfombra, en las corbatas y en las sillas. Murillo, en su cobija de lana, en los marcos de los cuadros y hasta en las cargaderas.

Por Andrea Forero Aguirre

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