Cuando Samuel Moreno Rojas hablaba de su amor platónico en la universidad, sus interlocutores siempre terminaban por hacerle bromas sobre los chicles. A fin de cuentas, ella era la modelo que aparecía en los comerciales de Adams, con un short blanco y la caja amarilla de las gomitas de mascar saliendo de su bolsillo. Corría la década de los 80. Los dos estudiaban Derecho en la Universidad del Rosario. Cristina González era la mujer inalcanzable, la más bella, la más inteligente, aquella con la que pocos se atrevían. Moreno, sin embargo, no desistía en su reto de conquistarla. Un día, por fin, la invitó a salir, y ella, sin saber quién era el famoso pretendiente, aceptó su invitación. Así, se consolidó la primera de muchas citas. Aquella transcurrió en medio de una inesperada reunión política en un barrio en el sur de la ciudad, a la que sin tener más opción, Samuel Moreno terminó llevándola.
Para su sorpresa, en ese primer encuentro ella descubrió que el hombre que la acompañaba era ni más ni menos que el nieto del general Gustavo Rojas Pinilla. Le llamó la atención que todos supieran su nombre y el modo en el que atendía, pacientemente, las solicitudes de gente de diferentes estratos. Desde ese entonces comenzaron una serie de encuentros después de clases, que por lo general terminaban en la hamburguesería Pepe Pronto, en las heladerías cercanas a la Clínica del Country, y los fines de semana, en la discoteca Unicornio.
Por aquellos tiempos, Cristina González vivía en Chapinero con sus tres hermanas. Desde que llegó de Pereira a estudiar, descubrió que uno de sus lugares favoritos de la ciudad era la sabana. Tal vez los verdes y extensos prados le recordaban la niñez que había dejado atrás, pues ella creció jugando en medio de animales y flores. Su padre, un reconocido ganadero, le enseñó a disfrutar del contacto con la naturaleza.
A los 18 años entró a estudiar Derecho en la Universidad del Rosario, pero terminó graduándose de la Universidad de la Sabana. A medida que pasaban los semestres se fue desencantando de su profesión, y como ella misma asegura: "Me gradué simplemente por tener un título profesional". Sin embargo, ejerció por algún tiempo, hasta que la vida misma le fue indicando el camino que debería tomar. Fue así como pasó del sector jurídico de una financiera, a manejar las relaciones públicas de la misma empresa, labor que desempeña desde hace 15 años. "Creo que me arrepiento de no haber sido periodista", dice.
Con Moreno tuvo un noviazgo que se prolongó por ocho años, hasta que un día, luego de una derrota electoral del nuevo alcalde, decidieron casarse. Con el paso del tiempo descubrió que lo que más le gustaba de él era ese aire fresco, tranquilo y desprevenido que siempre llevaba a cuestas. Iban de vacaciones juntos a Pereira, paseaban por Bogotá y, una que otra tarde, visitaban a doña María Eugenia Rojas.
Además, desde que llegó a la capital, y gracias a las recomendaciones de un buen amigo, se aventuró en el camino del modelaje. Pese a que sus otras hermanas también heredaron el glamour de la madre e hicieron comerciales, fotos y pasarela, solamente Cristina siguió con este oficio, que, según asegura, se convirtió en su hobby. "Mi madre nos enseñó desde niñas buenos modales, a caminar derechas, a saber comportarnos". Moreno jamás le dijo que no, con excepción de sus pretensiones de ser reina de belleza. Tampoco le explicó por qué. Cuatro meses atrás, ella dejó de aceptar ofertas debido a la campaña política. "Cuando la gente me conoce, siente que han visto mi cara en algún lugar, pero nadie me relaciona con los comerciales que he hecho".
Le gusta pasar tiempo en el gimnasio, al que no ha podido volver desde que se convirtió en la primera dama del Distrito; pasar las tardes con sus hijos, jugar tenis, leer la literatura de Gabriel García Márquez y José Saramago y organizar almuerzos en donde puedan compartir todos en familia. Igual que su esposo, piensa que en Bogotá hay una ciudad visible y otra invisible, y sabe que es un lugar lleno de posibilidades y retos. Además está segura de que los bogotanos pueden esperar de Samuel Moreno un comportamiento coherente y un buen gobierno.
Sabe que a la Alcaldía le hace falta una mujer que llegue pisando fuerte. Uno de sus primeros proyectos, por ello, es la organización de la posesión del nuevo alcalde, en donde espera darse a conocer a todos los ciudadanos. Piensa acompañar la administración de su esposo en programas relacionados con la niñez, la prevención del maltrato hacia la mujer y la juventud. Precisamente, la próxima semana se reunirá con funcionarios del Distrito para comenzar a empaparse de estos temas.
El domingo pasado, cuando dieron las cinco y media de la tarde y se anunció la irrefutable victoria de Samuel Moreno Rojas en las elecciones por la Alcaldía de Bogotá, la vida de Cristina González se volcó hacia una ciudad que, pese a no ser suya, la ha visto crecer como mujer, madre y profesional. Ese día sus palabras de felicitación hacia el hombre con el que ha pasado más de 20 años de su vida fueron: "Lo lograste sólo con el apoyo del votante, eres un guapo".
Ese misma noche, después de celebrar la victoria en el auditorio de Compensar, se fue con su esposo y sus dos hijos a su apartamento localizado en Chapinero. Ella, agotada por el largo y conmocionado día, decidió irse a descansar. Moreno, en compañía de sus dos hijos, se quedó viendo el tercer partido de la Serie Mundial de béisbol. Esa noche ganó su equipo favorito, los Medias Rojas de Boston.