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El escritor y periodista brasileño-británico Alan Riding, conocido internacionalmente por sus treinta años como redactor y corresponsal del New York Times y por su libro Vecinos Distantes: un retrato de los Mexicanos del cual se han vendido alrededor de 450 mil copias, vendrá a Colombia dentro de una semana para presidir la entrega de los Premios de Periodismo Simón Bolívar. Para él será un viaje lleno de remembranzas, unas gratas y otras muy duras.
En efecto, y pese a que desde hace casi veinte años vive en Europa, el vínculo afectivo de Riding con América Latina ha sido muy intenso. Estudió Economía en Bristol University y Derecho en Gray's Inn, Londres, pero pronto se decidió por la reportería cuando la agencia de prensa Reuters le pidió que fuera su corresponsal en la sede de Naciones Unidas, en New York. Pero a comienzos de los años setenta prefirió trasladarse a Ciudad de México para trabajar con The Financial Times, The Economist y finalmente con el NYT.
Durante diez años cubrió los conflictos políticos y sociales del país azteca y también las guerras que tenían lugar en Centroamérica, entre otras, los conflictos internos de Nicaragua, Salvador y Guatemala. Sus artículos lo pusieron en la mira de los gobiernos poco democráticos de entonces. Hubo presiones, advertencias de expulsión, amenazas de muerte y hasta el secuestro durante algunas horas de su esposa a manos de un grupo paramilitar mexicano conocido como “Los halcones”, en momentos en que éstos atacaban a mano armada una manifestación que se hacía contra el gobierno de la época.
Después se fue para Río de Janeiro desde donde tenía que viajar, para hacer sus reportajes, a los países de América del Sur incluida Colombia. Aquí estuvo en la azarosa época de los magnicidios cometidos por orden del jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, a mediados de los años ochenta. Por eso todavía recuerda las atroces circunstancias en que ocurrió el asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, en diciembre de 1986.
Fue a finales de esa década cuando el periódico newyorkino lo envió a Europa de regreso, como jefe de corresponsales de la oficina de París. Desde entonces vive en la capital francesa. En el curso de su carrera ha sido honrado con varios de los máximos premios de la profesión, entre otros el María Moors Cabot de la Universidad de Columbia. Hoy, ya retirado del diario, y dedicado exclusivamente a temas culturales, está concentrado en la escritura de un libro sobre la vida artística e intelectual de París en la época de la ocupación nazi ((And The Show Went On). Su larga experiencia y su mirada de crítico siempre distante del poder que tanto ha conocido y enfrentado, hará que su encuentro con los reporteros colombianos sea de enorme valor para que estos aprendan que, por difícil que parezca, siempre hay forma de resistir.
C.O.T.-.- Después de unos años de democracia en América Latina, ahora hay indicios de corte dictatorial en varios países ¿Cree posible un regreso a formas nuevas de gobiernos autocráticos?
A.R.- No hay que olvidar que la época anterior a los Chávez, Morales y Correa fue de desencanto con la democracia partidaria tanto por la concentración de poder y riqueza en las manos de una élite política-económica, como por la incapacidad de resolver la pobreza que afecta a tanta gente en América Latina. Naturalmente, eso es materia prima para el populismo que despierta expectativas antes de que, inevitablemente, produzca desengaño. Pero para mí, este populismo que suele traer elementos autocráticos es sobre todo, otro síntoma de una crisis más profunda de gobernabilidad en la región.
C.O.T.- ¿Cómo va Colombia hoy y cómo percibe el gobierno de Álvaro Uribe?
A.R.- Hay una diferencia entre cómo el pueblo europeo ve a Colombia y cómo lo veo yo, tal vez porque tengo más información. En general, frente a situaciones como la colombiana siempre hay que ver un antes y un después. Es claro que las condiciones de seguridad han mejorado muchísimo durante los seis años de Uribe. En este tiempo las Farc han perdido la simpatía que quedaba hacia ellas y es bueno que el Estado haya recuperado gobernabilidad. Sin embargo, hay quienes, aún considerando que la “realpolitik” se impone, se hacen la pregunta sobre el precio que se ha pagado, y sobre si se han comprometido grandes principios constitucionales y jurídicos en términos de las relaciones con los paramilitares. Sé que situaciones como estas requieren grados de negociación, y también sé que la opción de la política de ‘todo o nada’ raramente funciona. Pero, del otro lado, es inevitable que cuando un Presidente cuenta con la fuerza y la popularidad de Uribe, con el tiempo llegue a abusar de su posición. También es inevitable que el debate sobre una nueva reelección presidencial provoque cierto nerviosismo entre los observadores que conocen el peligro de la permanencia en el poder durante largos años.
C.O.T.- En sociedades en conflicto ¿El periodismo dejar de ser un observador y pasar a ser un actor?
A.R.- Entiendo que la pregunta se refiere indirectamente a Colombia pero no hay sino que seguir la campaña electoral en los Estados Unidos para ver cómo los medios están muy politizados. Los periodistas solemos pensar que somos objetivos pero eso es un mito. ¿Cómo puede uno ser neutral frente a matanzas, secuestros, torturas? Por cierto, estoy hablando de Iraq, no de Colombia. Creo que lo máximo que podemos pedirnos a nosotros mismos es ser honestos. Y al serlo, tenemos que reconocer que somos actores de la vida pública, no solo observadores. Yo siempre les digo a los estudiantes de periodismo que, ante todo, deben saber que tendrán poder, y que tienen que meditar muy seriamente cómo lo van a usar.
C.O.T.- A propósito del uso del poder: ¿Cuál es su opinión sobre los periodistas que por ser muy influyentes en su ambiente terminan en la política y en altos cargos de gobierno?
A.R.- Obviamente en el momento en que ellos aceptan pasar a cargos oficiales dejan de ser periodistas, pero dañan la reputación de la profesión. Nuestro desafío es cubrir y vivir muy cerca del poder político sin ser contaminado por él y sin pensar que podemos compartirlo. El periodista cuenta con otro tipo de poder: el de tener credibilidad frente a la opinión pública.
C.O.T.-.- Desde París ¿se ve muy distante y muy salvaje la realidad diaria que deben cubrir los reporteros en un país como Colombia?
A.R.- Creo que los que no han conocido a Colombia y la lucha heroica de sus periodistas tienen enorme dificultad en poder imaginar una situación semejante. La verdad es que, desde lejos, es difícil pensar cómo se realiza su trabajo. Lo triste es que en Europa solo se da uno cuenta de esta lucha cuando se publican los nombres de los reporteros asesinados. Por mi parte, como me tocó cubrir el asesinato de Guillermo Cano hace dos décadas, estoy siempre consciente de lo “salvaje” de la realidad de la profesión en Colombia.
C.O.T.- Examinado el caso colombiano ¿Justificaría que algunos medios informaran solo lo que el gobierno tiene en su agenda por su denominada lucha contra el “terrorismo”?
A.R.- El periodismo independiente no existe para reproducir declaraciones oficiales. Hemos visto en los Estados Unidos los peligros que puede haber cuando un gobierno usa “la guerra contra el terror” para justificar y encubrir mentiras e ilegalidades.
C.O.T.- Otra de las formas de no cubrir los hechos “políticamente incorrectos” es minimizarlos o no seguirles la pista. Y por el contrario, maximizar los “correctos” en su dimensión y efecto ¿Le parece conocida esta estrategia o se trata de una cuestión de criterio de los medios?
A.R.- Primero, los dueños, los directores, los editores y los reporteros tienen puntos de vista que se reflejan en la importancia que les dan a ciertos eventos. Si minimizan algunos, es tal vez porque esos eventos van contra su visión política. Si maximizan otros, es para enfatizar su posición. Pero recuerde que la prensa es un coro, no una sola voz.
C.O.T.-.- El presidente Uribe ha sostenido fuertes controversias con algunos comunicadores colombianos y extranjeros y en algunos casos ha sugerido que se les abran investigaciones judiciales. Para usted ¿Estas confrontaciones con el jefe de Estado son normales, o le producen alarma?
A.R.- Son normales y también alarmantes. Los gobiernos suelen enojarse con la prensa independiente y usan presiones variables para silenciarla o intimidarla. El presidente Nixon tenía una lista negra de periodistas enemigos, cuyos teléfonos fueron intervenidos. En Singapur, el gobierno lleva casi a cualquier crítico a las cortes, lo acusa de difamación y siempre gana. En Francia, el presidente Sarkozy consiguió sacar del aire al presentador de noticias más conocido de Francia. Así que si algunos periodistas colombianos o extranjeros se sienten presionados por el presidente Uribe, no están solos en el mundo. Y estoy seguro de que en su gran mayoría, no se dejan intimidar.
C.O.T.-.-¿Cómo analiza el cubrimiento que los medios colombianos y los franceses hicieron de la liberación de Ingrid Betancourt y después, de sus actos y declaraciones?
A.R.- La reacción francesa al secuestro de Ingrid Betancourt fue poco usual. Seguramente ayudó que contaba entre sus amigos a Dominique de Villepin, canciller y Primer Ministro francés y también la lucha de su familia por mantener el interés en su caso. No obstante, es difícil entender con exactitud cómo Ingrid se convirtió en un símbolo y en una causa en Francia. El hecho es que su liberación – de por sí extraordinaria – fue recibida como un milagro. Su llegada a París inmediatamente después de su liberación, también les hizo pensar a algunos franceses que ¡Ellos mismos la habían liberado! Creo que muchos suponían que Ingrid era tan estrella en Colombia como en Francia. No me atrevo a comentar sobre el cubrimiento del caso en su país porque lo he visto poco. Pero la pregunta que nos interesa a todos es ¿Qué futuro político tendrá ella en Colombia?
C.O.T. Tímidamente se ha dicho aquí que una vez libre Ingrid, el tema de los secuestrados pasó a un tercer plano en el interés público. ¿Cree que además del gobierno, también le cabe responsabilidad al periodismo colombiano por eso?
A.R.- He notado que Ingrid en todas sus intervenciones públicas siempre los recuerda e insiste en seguir luchando por su libertad. Lamentablemente en nuestra cultura de celebridades existen estas distorsiones. En este caso como en tantos otros, no todos somos iguales. No creo que sea culpa de Ingrid, y tal vez no es culpa de la prensa que cubre lo que puede ser más sensacional. Pero para los secuestrados eso puede ser muy poco consuelo.
C.O.T.- A los periodistas colombianos se nos ha agotado la imaginación porque nuestra realidad supera cualquier cosa ¿Está de acuerdo o en desacuerdo con esta afirmación?
A.R.- No puedo pensar que a los periodistas colombianos les falte imaginación. Pero, como decía Gabo, Colombia es un país donde no hay que inventar nada.
C.O.T.-.- ¿Ha examinado algunos medios actuales colombianos?
A.R.- Consulto algunos “sites” por el Internet – El Tiempo, El Espectador, Semana - cuando hay algún evento de mayor importancia en Colombia.
C.O.T.- ¿Qué opina de esos medios y del periodismo que ve en ellos?
A.R.- El periodismo colombiano siempre ha sido valiente y profesional. Cuando cubría América Latina, los medios “serios” de Colombia estaban entre los mejores de la región.
C.O.T.- ¿Cuáles libros y autores colombianos conoce y cuáles son sus predilectos?
A.R.- Soy de la generación de García Márquez y Álvaro Mutis, aún más porque viví en México durante tantos años. Laura Restrepo es también conocida en todas partes. Pero amigos míos en París me dicen que tengo que “probar” los libros de Fernando Vallejo si quiero conocer algo bien diferente.
C.O.T.-.- Si fuera a dictar una clase a estudiantes de primer año de periodismo en Colombia ¿Cuál sería su primera lección y su primer consejo?
A.R.- Primero, les diría que para ser buen periodista hay que estudiar también economía e historia. Segundo, les indicaría que no tiene ningún sentido ser periodista si uno no quiere cambiar el mundo.
C.O.T.- Usted fue durante diez años corresponsal en Latinoamérica y después en Francia ¿En qué se diferencia el periodismo de Estados Unidos y de Europa con el de Suramérica?
A.R.- Si se incluye mi nacimiento e infancia en Brasil, he pasado más de treinta años en América Latina, veinte de ellos como periodista. Y esos veinte años fueron sin duda los más interesantes de mi carrera por la sencilla razón de que sentí que estaba descubriendo y no solo cubriendo la región. Además, como era corresponsal del New York
Times, con todo el poder que tiene ese periódico, casi siempre había un eco de lo que escribía en los mismos países que cubría. Así que tenía la agradable ilusión de que había alguna diferencia. Los europeos son bastante indiferentes a lo que uno publica sobre ellos en Estados Unidos.
C.O.T.- ¿Por qué después de haber sido durante tanto tiempo corresponsal y editor en varios países, concentró su interés en el área cultural?
A.R.-Volví a Europa después de 22 años en las Américas, en un momento clave: la caída del Muro de Berlín. Como jefe de la oficina del NYT en París pude cubrir no solo la política de Francia sino también los enormes cambios ocurridos en Europa. Después de cinco años fui trasladado a otra capital pero me interesaba menos un cambio físico que un cambio mental; es decir, descubrir por medio de la cultura las facetas más íntimas, casi espirituales del ser humano. Y eso sí fue un cambio radical para mí porque en cierta forma me obligó a redescubrir mis propias emociones. O tal vez me hizo falta el calor humano de América Latina y lo busqué en la cultura.
C.O.T.- Usted escribió un best seller titulado “Vecinos Distantes: un retrato de los Mexicanos” ¿Las distancias culturales constituyen un obstáculo insalvable entre los pueblos, aún hoy cuando existe el fenómeno de la globalización?
A.R.- Por suerte continúan existiendo las diferencias y todavía más, las distancias culturales a pesar del fenómeno de la globalización. En lo material, puede haber cada vez más uniformidad, sobre todo cuando se impone el afán universal por el dinero. Pero en lo espiritual, lo cultural, lo tribal, todos queremos distinguirnos con una identidad específica. Ya que usted se refiere a mi libro, México y Estados Unidos son vecinos que no se conocen, no se entienden, y siempre serán distantes.
Corresponsal “enemigo”
C.O.T.- ¿Sufrió presiones o amenazas de los gobiernos o de grupos ilegales cuando fue corresponsal en América Latina?
A.R.- La etapa más peligrosa que viví fue la de los años setenta e inicios de los ochenta en América Central, cuando los gobiernos militares de Nicaragua, El Salvador y Guatemala me consideraban como un enemigo por lo que escribía en el New York Times. Era algo corriente recibir amenazas y había que tomar serias precauciones. En México, en donde todavía existía la dictadura “perfecta’ del PRI como la llamó Mario Vargas Llosa, había presiones constantes y mi esposa fue secuestrada por unos paramilitares, por fortuna solo durante algunas horas.
C.O.T.- ¿En qué circunstancias se produjo el secuestro?
A.R.- Fue en junio de 1971. Apenas llevábamos tres meses en México y ese día se realizaba una manifestación de opositores del gobierno (de Luis Echeverría), la primera que se hacía después de la masacre de Tlatelolco ocurrida en 1968. Yo había tenido un accidente de tránsito y no pude salir a cubrir la manifestación. Mi esposa Marlise Simons, quien también es periodista, fue a hacer el trabajo. Ella estaba en la parte alta de un edificio tomando fotos, justo cuando unos paramilitares atacaron a los manifestantes con palos y metralletas. Marlise fue descubierta por ellos. La agarraron a la fuerza, la vendaron, la metieron en un auto y la llevaron a las afueras de la ciudad, al parecer a un aeropuerto militar. Horas después me contactaron desde el palacio presidencial para decirme que había habido un incidente entre dos grupos de estudiantes y que ella estaba secuestrada, pero me advirtieron que no dijera nada. Y luego la soltaron.
C.O.T.- ¿Sufrieron más “incidentes” en México después de eso?
A.R.- Nos hicieron varios seguimientos y nos decían que nos iban a expulsar. Eran cosas que ocurrían durante los gobiernos autoritarios de la época, pero con todo, la situación no fue como la de Centroamérica.
Reto al poder
Extractos de párrafos de la última columna titulada “Entr'acte”, escrita por el periodista Alan Riding para el New York Times hace un año, cuando decidió retirarse para escribir un libro que todavía está sin terminar:
“¿… puede esperar un país de sus artistas, escritores o intelectuales que sirvan como una brújula moral en tiempos de confusión general? O ¿Las democracias actuales están conformes con que los problemas sociales y políticos sean exclusivos de los elegidos de turno? Mi opinión es clara: creo que la sociedad se beneficia cuando artistas creativos o escritores notables intervienen en temas cotidianos. Pero de igual manera, artes y política pueden ser una combinación fatal… Históricamente los emperadores, monarcas y Papas han exigido la obediencia de los artistas, pero en el siglo XX ninguno entendió el poder ideológico de la cultura más que Hitler o Stalin. Considerando la importancia de dejar el arte a los artistas, ellos controlaron toda forma de expresión cultural reprimiéndolos, o promoviéndolos en defensa de sus propios intereses… Si la cultura ha estado en riesgo de ser usada por la política, resulta que también el arte ha explicado la cultura política. ¿Quién mejor que Shakespeare para explicar la obsesión humana por el poder? Y seguramente pocos fotógrafos de guerra han dicho más que el Guernica, de Picasso. Más importante aún, y gracias a la tradición disidente del arte y la literatura, es que la cultura puede y debe siempre retar al poder”.