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“Me dijeron: ‘no los busque más, están muertos’ ”

Ahora, cuando tiene casi la certeza de que los asesinaron, sigue su lucha para rescatar sus restos y darles digna sepultura.

Cecilia Orozco Tascón Especial para El Espectador
16 de agosto de 2008 - 09:07 a. m.

Eran las nueve y media de la noche del 19 de abril del año 2000. Gerardo Angulo, de 68 años, y su esposa Carmenza Castañeda, de la misma edad, llegaban en su campero a su hogar en las afueras de la población cundinamarquesa de La Calera, cuando dos hombres y una mujer descendieron de un vehículo y encañonaron al señor Angulo. Se lo iban a llevar pero Carmenza se negó a dejarlo solo. Entonces secuestraron a la pareja y nunca les permitieron regresar.

Su hijo Héctor y sus cuatro hermanos empezaron a buscarlos desde ese mismo instante. Sin embargo nadie les puso atención. Los gobiernos que han ocupado la Casa de Nariño en este tiempo, no mostraron ningún empeño en poner al servicio de su rescate el poder del Estado. Por el contrario, ignoraron a la familia, incluso en asuntos oficiales de obligatorio cumplimiento. Las cosas empeoraron cuando se intentó negociar económicamente el secuestro. Dos de los Angulo salieron del país por amenazas contra su vida y no volvieron. Hijos, sobrinos y tíos tuvieron que recluirse durante el día en sus sitios de trabajo o estudio, y en las noches, en sus casas.

A riesgo de perder su propia libertad, Héctor persistió y decidió continuar con las pesquisas por su cuenta. Suspendió su trabajo y su vida personal, se arriesgó a meterse en la boca del lobo, recorrió zonas netamente guerrilleras, estableció contactos, habló con varios jefes de frentes de las Farc, lo engañaron con datos mentirosos, le quitaron a cuentagotas su dinero… y todo fue en vano. Hace unos meses un ex subversivo le reveló la verdad: sus padres fueron asesinados porque no podían caminar al ritmo de los captores.

Triste y amargado pero aún con fuerzas, Héctor siguió tras la pista de los huesos de sus padres y dice que no descansará hasta darles sepultura. Esta es la más cruda historia de uno de los muchos secuestrados anónimos del país, quienes viven en cautiverio o mueren sin que importe su destino, porque son –o eran– colombianos del montón.

Cecilia Orozco Tascón.- ¿Cuánto hace que está buscando pistas sobre sus padres?

Héctor Angulo Castañeda.- Durante ocho años los buscamos con la esperanza de encontrarlos vivos. Y desde hace unos cinco meses estamos tratando de confirmar las últimas versiones (sobre su muerte).

C.O.T.- ¿Alguna vez tuvieron pruebas de supervivencia?

H.A.C..- Nunca. Las noticias que tuvimos llegaron a través de ex secuestrados que compartieron cautiverio con ellos. La guerrilla siempre negó que los hubieran secuestrado.

C.O.T- Pero ustedes negociaron varias veces con gente de las Farc.

H.A.C.- Sí. Sabíamos que la persona con la que hablábamos era de las Farc, pero no se identificaba como integrante de la guerrilla. El negociador era el hombre de finanzas de uno de los grupos que comandaba Romaña.

C.O.T.- ¿Qué edad tenían sus padres cuando los secuestraron?

 H.A.C.- 68 años.

C.O.T.- En concreto, ¿qué hizo usted durante estos años para tratar de sacarlos del secuestro?

H.A.C.- Traté de ubicar a los jefes de los frentes guerrilleros, yendo personalmente a los sitios por donde creíamos que habían estado nuestros padres. Recorrí a pie prácticamente todo Cundinamarca y Meta buscando contactos. En particular, a una guerrillera que llamaban Shirley, porque se decía que ella era quien sabía a dónde los habían llevado. Recorrí también la región de San Juan de Sumapaz. Uno llegaba a Pasca y ya la gente sabía que iba a negociar o a pagar. Cerca de esa población había un sitio que se llamaba San Bernardo. Allí se hacían casi todos los ‘negocios’.

C.O.T.- ¿Pudo reconstruir lo que sus padres vivieron en sus últimos meses?

H.A.C.- Sí y fue muy doloroso. Los lugares por donde ellos tuvieron que caminar a marchas forzadas eran inhóspitos. Ni siquiera había caminos de herradura. Debió de ser una verdadera agonía.

C.O.T.- ¿Cuántos kilómetros recorrió a pie?


H.A.C.- No hay cómo hacer la cuenta, pero son cientos. Cuando se establece un contacto y uno camina con los milicianos para encontrarse con un jefe guerrillero, sale a las tres de la mañana, a las doce horas todavía está andando y aún le falta bajar la montaña. 

C.O.T.- ¿En qué época?

H.A.C.- Durante 2001, 2002, 2003 y 2004. Suspendí las caminatas porque la guerrilla no volvió a decir nada.

Atención oficial nula

 C.O.T.- Pese al esfuerzo que hizo, no logró nada. ¿Se equivocó?

H.A.C.- No creo. Hice todos los esfuerzos posibles y todavía insisto, pero descubrí algo muy triste: que en este país hay gran indiferencia hacia los secuestrados comunes y corrientes.

C.O.T.- Las marchas contra el secuestro y el operativo “Jaque” parecerían indicar otra cosa.

H.A.C.- El momento del secuestro de mis padres era distinto. El Estado colombiano no hacía nada y tampoco el actual gobierno se movió al comienzo. El país empezó a tener conciencia de que había que preocuparse por los secuestrados entre 2006 y 2007 y las marchas fueron tomando forma por la presión internacional que había para que liberaran a Íngrid Betancourt. Pero aún así, marginaban a los demás cautivos. Por ejemplo, cuando decían “Íngrid… y los demás secuestrados”, esa expresión era una manera de estigmatizarlos. Una señal de que “los demás” importaban menos.

C.O.T.- ¿Cree que este gobierno centró su esfuerzo en rescatar a Íngrid y que los otros secuestrados no contarían con un esfuerzo militar igual?

H.A.C.- Pues lo cierto es que los secuestros han sido clasificados por estratos y categorías: primera, segunda y hasta tercera clase. No sólo hablo de Íngrid sino también de los otros políticos que tuvieron trato especial. Eso me parece bien. Lo que no es justo es que los demás secuestrados no sean tan importantes como ellos.

C.O.T.- ¿Lo amarga la falta de atención oficial?

H.A.C.- Sí. El gobierno de Pastrana fue nulo. Cuando entró el gobierno de Uribe empezaron a cambiar las cosas en cuanto al tema del secuestro en general, pero en cuanto a la situación de mis padres la actitud estatal siguió igual. Si algunas entidades públicas y privadas cambiaron al final, eso se debió, no a la preocupación oficial sino a la presión que ha hecho la familia todos estos años.

C.O.T.- ¿Cuántas veces habló con funcionarios de los gobiernos para que le ayudaran?

H.A.C.- Al principio ni siquiera valía la pena intentarlo. Para poner el denuncio nos demoramos como cuatro o cinco días, pues no había forma de que nos atendieran, porque era Semana Santa, la Fiscalía estaba cerrada y además decían que antes de 72 horas no se podía hablar de secuestro sino de desaparición. A los tres años encontramos nuestro denuncio en el último cajón de un anaquel. No había ni siquiera una apertura de investigación.

C.O.T.-En definitiva, hay muchos secuestrados ‘invisibles’. ¿Eso es lo que cree?

H.A.C.- Sí, esa es la definición. Hay miles de secuestrados invisibles. Pero hay algunos cambios. En la marcha del 20 de julio el doctor Francisco Santos se puso la camiseta de mis padres.

C.O.T.- Paradójicamente eso ocurre ocho años después del secuestro y cuando sus padres fueron presuntamente asesinados.

H.A.C.- Es cierto.

C.O.T.- ¿Alguien les dio la mano? H.A.C.- Sí. Dos personas que estuvieron secuestradas con mis papás. Siempre estuvieron apoyándonos y nunca nos han dado la espalda. Nos han recibido cada vez que hemos querido y nos han contado lo que vieron. Se trata de don Guillermo Cortés y de Miguel Velásquez, a quien don Guillermo le puso el apodo de El Putas, porque les ayudaba a todos durante el cautiverio, pero en especial a mi mamá. Eso es algo que nunca olvidaré (sollozos).

C.O.T.- ¿Al menos ha habido algún proceso judicial?

H.A.C.- Indirectamente sí hay uno: un guerrillero condenado por otro secuestro de esa misma época. Él también estuvo con mis papás. Directamente por el caso de ellos hay un proceso abierto contra Romaña y otros que participaron en su secuestro y asesinato. Pero no ha habido sentencia pese a que llevamos más de dos años en el trámite y a que por ahí han pasado por lo menos diez fiscales.


Al rescate de los restos

C.O.T.- ¿Está seguro de que sus padres fueron asesinados?

H.A.C.- Las versiones de cinco guerrilleros de diferentes regiones, coinciden. El primero de ellos me dijo: “No los busque más. Están muertos”. Al principio me negué a darle crédito, porque nos han engañado mucho. Pero cuando tantas personas aseguran lo mismo, hay que pensar que es cierto.

C.O.T.- ¿Ha tenido que pagar muchas veces  por información?

H.A.C.- Sí.

C.O.T.- ¿Lo han ‘tumbado’?

H.A.C.- Todas las veces.

C.O.T.- Y ahora que cree que sus padres murieron, ¿cuánto tiempo diario le dedica a tratar de rescatar sus restos?

H.A.C.- Un 80% de mi tiempo cada día se lo dedico a encontrarlos.

C.O.T.- ¿Quiere decir que todavía tiene suspendidas sus actividades profesionales y personales?

H.A.C.- Sí. Desde cuando los secuestraron se acabó mi vida personal y familiar. Suena duro decirlo, pero yo mismo he llegado a ‘secuestrar’ a mis hijos. Tengo temor por ellos y por eso los llamo permanentemente para preguntarles dónde están y no les permito estar en ningún sitio público. Después del secuestro de mis padres, dos de mis hermanos tuvieron que salir del país porque fueron amenazados. Y yo he realizado muchos contactos y reuniones con gente a la que le queda fácil ubicarnos.

C.O.T.- Entiendo que usted ha obtenido información del guerrillero condenado.

H.A.C.- Sí, pero sólo recientemente quiso hablar del tema de mis padres. Él está ahora dispuesto a colaborar, porque como ya fue condenado, si lo pasan a justicia y paz tendrá una pena máxima de 8 años. Lleva preso seis años. Entonces le quedarían dos años de cárcel si colabora revelando la ubicación de los restos de mis padres.

C.O.T.- ¿Prefiere que ese guerrillero esté solo dos años más en la cárcel con tal de saber definitivamente lo que sucedió con sus papás?

H.A.C.- Sí. Nunca más los vamos a tener de vuelta, pero tal vez podremos superar el sufrimiento de la familia.

C.O.T.- ¿Ha hablado cara a cara con el guerrillero preso?

H.A.C.- Sí. Desde cuando lo capturaron, hace seis años. Ha sido muy duro. En las audiencias en el caso contra Romaña se negó a colaborar. Pero luego aceptó viajar con un hermano y conmigo al sitio donde estuvieron. Tuvimos que tragarnos nuestro dolor para avanzar en nuestro objetivo.

C.O.T.- ¿Su hermano tampoco reaccionó ante él?

H.A.C.- No. Estuvo callado casi todo el tiempo, pero no se aguantó las ganas de preguntarle por qué se había esperado tantos años para contarnos lo que había pasado con nuestros padres.  Dijo que se había confiado en los consejos de los abogados y que éstos le habían dicho que no contara nada. 

C.O.T.- ¿Quisiera que le dieran una condena más severa?

H.A.C.- No queremos que lo ataquen o que le pase algo malo, pero sí tenemos un sabor amargo. Un par de animales hubieran recibido mejor trato que el que les dieron a mis padres. Ellos eran buenos seres humanos que nunca le hicieron daño a nadie.

C.O.T.- Suponga que hay resultado positivo y se encuentran los restos, ¿qué va a hacer después?

H.A.C.- Tratar de cerrar este episodio doloroso de ocho años. Cuando una persona muere, se le entierra, se le hace el luto y después se le recuerda. Pero si alguien es arrebatada del núcleo familiar, queda una cantidad de preguntas que nunca van a tener respuestas. Haremos el duelo a nuestra manera, para poder dejar descansar a nuestros padres.

C.O.T.- ¿Alguna vez espera recuperar su propia vida?

H.A.C.- Espero poder hacerlo.

Por Cecilia Orozco Tascón Especial para El Espectador

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