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Chávez, ¿el todopoderoso?

Después de ganar dos elecciones y un referendo, de derrotar un golpe y de sobrevivir a cuatro huelgas generales, el presidente de Venezuela Hugo Chávez parece invulnerable.

Iván Briscoe * / Especial para El Espectador, Madrid
29 de noviembre de 2007 - 10:13 a. m.

Hace algunos años, Hugo Chávez se burló en público con su tono más campechano de la ansiedad que le causaban los discursos interminables de Fidel Castro. Sin embargo, ahora con el líder cubano reducido a un silencio crepuscular por motivos de salud, el presidente venezolano tomó el relevo: su presentación de la reforma constitucional a la Asamblea Nacional en Caracas duró seis horas. Sus ministros y diputados sentados y sonrientes escucharon al presidente vitorear al "pueblo soberano", extenderse sobre su pasado militar y fantasear sobre la construcción de islas flotantes en la costa caribeña, entre otros detalles de la refundación nacional.

Es quizás la crítica más sólida que se puede hacer de la reforma constitucional, que los venezolanos votarán el próximo domingo, y cuyo denominador común es la estrepitosa falta de debate y reflexión. Al final de un período de tres meses y medio, 69 artículos de la Constitución podrían cambiar, sin más que un intercambio público de insultos y una estampida a las urnas. La mayoría de ciudadanos, inevitablemente, votarán basándose en sus posiciones sobre uno o dos artículos, o sobre su aversión (o no) hacia Chávez. La rabia contra uno u otro enemigo (el imperio, los españoles, los estudiantes ricos, los obispos "pervertidos", etc.) es el pan de cada día en este país y cada uno escoge el que más le convenga.

Y es que en Venezuela ni siquiera las instituciones democráticas intermedias se escapan de esta situación. Los organismos que debían haber estudiado y pulido cada una de las 69 propuestas oficiales -que serán sometidas el 2 de noviembre a aprobación popular- ni siquiera las analizaron. En otras palabras, no se cumplió con la metodología para esta reforma. El pueblo soberano y el soberano del pueblo existen, pero envueltos en un humo revolucionario que impide ver con claridad y sensatez.

A qué le temen

Aunque después de ganar dos elecciones y un referendo, de derrotar un golpe y de sobrevivir a cuatro huelgas generales, el presidente Chávez parece invulnerable, hay quienes aún esperan a que el "no" tumbe su proyecto. Dicen que ni siquiera los más chavistas están convencidos de apoyar a su líder en esta ocasión. El descontento en las filas chavistas está creciendo por varias razones: escasez de comida básica (debido en gran parte a la nueva riqueza popular), la satisfacción con los logros sociales ganados, y un público harto de cambios institucionales. Sin desconocer que el gran mérito de Chávez ha sido promover la inclusión de ciudadanos marginados, no existe ninguna garantía de que esta gente apoye una revolución permanente. El verdadero miedo, que se siente en las filas opositoras y chavistas, es que el poder quede enteramente en sus manos, y que su voz nunca se calle.

Los grandes pensadores y políticos europeos y estadounidenses, unidos en su desprecio hacia los planes constitucionales de Chávez, se enfocan en esta supuesta megalomanía, pero tienden a ignorar ciertos matices de la situación venezolana: la galopante inseguridad (especialmente en los barrios pobres de Caracas), la corrupción galopante, los vínculos entre el gobierno y los grupos financieros, y la continuidad de las costumbres y prácticas de un Estado rentista.

Esta penumbra estructural de la revolución bolivariana se verá afectada por la reforma constitucional pero sólo en términos de una mayor estatización de la economía. En cuanto a los nexos informales, entre el crimen, la corrupción y el lucro, casi nada cambiarán por la vía de este documento. A pesar de todo el carisma y el dinamismo de Hugo Chávez, las viejas estructuras de la sociedad venezolana parecen permanecer intactas, o por lo menos en proceso de reconstrucción.

El poder real

El eje del poder de Chávez reside en su conexión mística con los venezolanos pobres, y su capacidad de explotar cada amago de polarización nacional e internacional para aumentar su popularidad e influencia global. Eso, y el precio de petróleo, le dan un margen de maniobra que nadie en el país (ni fuera de él) han logrado igualar. Lo que se nota en esta reforma constitucional es su esfuerzo de institucionalizar esta relación clientelista, basado en su carisma, para dibujar una nueva relación entre la base comunitaria y su despacho presidencial.

El problema es que Chávez deja un enorme vacío donde deberían florecer las instituciones democráticas intermediarias de supervisión y gestión (partidos políticos, municipalidades, auditorías, etc.). Los ladrones, los ambiciosos y los futuros rivales ya están acampando en esta anárquica zona gris que reina entre el líder supremo y las comunidades de base, causando cierto malestar, que regularmente demandan que Chávez discipline sus subordinados corruptos.

Pero él no puede con todo. Según el último gran disidente chavista, el general Raúl Baduel, el presidente no asistió a los consejos de ministros durante un año entero.

La verdad oculta de esta reforma es que el chavismo se está convirtiendo en una bolsa de privilegios en lugar de un bloque ideológico. La revolución permanente y los largos discursos podrían revelar a un líder todopoderoso, o a un presidente cuyo control real se reduce a la obediencia puramente formalizada. Falta ver los cambios reales que surgen de este traumático, doloroso e histórico proceso, enraizado en la profunda convicción que los dividendos provenientes de los recursos naturales deben ser repartidos y no confiscados por los más ricos.

* Investigador de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), Madrid.

Algunos puntos de la reforma

El proyecto plantea modificar 69 artículos de la Carta Magna que el mismo mandatario promovió y consiguió aprobar en 1999. Estos son algunos de los más polémicos.

1. Aumentar el control presidencial sobre los municipios y estados de Venezuela.

2. Permitir la reelección presidencial indefinida, aumentar el periodo presidencial de seis a siete años.

3. Implantar la jornada laboral máxima de seis horas diarias.

4. Eliminar la autonomía del Banco Central.

5. Que el presidente sea el administrador de las reservas internacionales del país.

6. Aumentar el poder económico del Estado permitiendo a los gobiernos tomar el control de activos de empresas privadas aun antes de que exista una orden judicial.

7. Promover nuevos tipos de propiedad social y comunal.

8. Respetar y garantizar la propiedad privada y el combate al monopolio.

9. Establecer un "fondo de estabilidad social" que garantice derechos sociales a los trabajadores.

10. Elevar a rango constitucional el "poder popular", expresado en "consejos comunales, obreros, estudiantes, campesinos".

Por Iván Briscoe * / Especial para El Espectador, Madrid

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