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El poder de los sindicatos

Detrás de la decisión de la Cámara de Representantes de Estados Unidos de congelar la discusión del TLC se encuentran las influyentes organizaciones sindicales. ¿Cómo lo lograron? Con votos y dinero.

Angélica Lagos Camargo / Juan Camilo Maldonado Tovar
11 de abril de 2008 - 08:57 p. m.

Mientras cientos de empresarios colombianos se comían las uñas y la Cámara de Representantes de Estados Unidos decidía aplazar la votación del Tratado de Libre Comercio con Colombia, un volante circulaba por los corredores del Capitolio y salía publicado en los principales diarios políticos de Washington. Su mensaje era directo: “Vote NO al TLC. No recompense el asesinato”.

El aviso fue diseñado por la Federación Americana de Trabajo (AFL-CIO), el más poderoso sindicato de Estados Unidos y férreo enemigo de los tratados de libre comercio. Ellos, junto con otro puñado de uniones obreras estadounidenses, fueron en gran parte los grandes responsables del resultado que dejó al TLC en el refrigerador.

Al mismo tiempo que el Gobierno nacional invitaba a congresistas estadounidenses a visitar a Colombia, contrataba costosas empresas de lobby y enviaba a varios funcionarios a Washington para convencer a los demócratas de aprobar el Tratado, las organizaciones de trabajadores estadounidenses hacían lo propio, pero para evitar que el TLC fuera aprobado.

El Gobierno colombiano desestimó su poder y aunque en varias oportunidades se reunió con ellos, no consideró la gran influencia que tienen dentro del Partido Demócrata. Gracias al lobby de la AFL-CIO, los sindicalistas colombianos lograron lo que no pudo hacer el gobierno: reunirse con  la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y argumentar   la inconveniencia del TLC.

La conexión demócrata

Después de 12 años de dominio republicano en el Congreso de Estados Unidos, las elecciones del 2006 le dieron la mayoría al Partido Demócrata y convirtieron a Nancy Pelosi en la mujer más poderosa de la política estadounidense. Detrás de este triunfo estuvieron las uniones sindicales que apoyaron fuertemente al partido.

Según el Centro para la Política Responsable, con sede en Washington,   los sindicatos donaron al Partido Demócrata US $66 millones. Este apoyo, sumado al poder de convocatoria de votantes en todo el país, los fortaleció políticamente.

Desde entonces, los sindicatos empezaron a recuperar su poder en Washington y la aprobación de los tratados comerciales se convirtió en el mejor escenario para ostentarlo. Basta recordar que fue por culpa de las uniones obreras que se rompió el pacto al que llegaron la Casa Blanca y los demócratas para aprobar el Tratado de Libre Comercio con Perú.


Con una nueva mayoría en el Congreso y la fuerte oposición demócrata a sus iniciativas, el presidente Bush se reunió con los representantes demócratas y logró un pacto: la bancada aprobaría el Tratado de Libre Comercio con Perú sin mayor demora. Pero días después el propio Charles Rangel, presidente del Comité de Asignaciones y Apropiaciones del Congreso y uno de los líderes más fuertes del Partido Demócrata, confesó al secretario del Tesoro, Henry Paulson, que su partido no podía cumplir con el acuerdo, pues sus votantes (los sindicalistas) tenían muchos reparos al Tratado.

Tras meses de discusiones y peticiones a Perú, la Cámara de Representantes le dio el sí al acuerdo comercial el 4 de diciembre de 2007. Las uniones salieron fortalecidas.   

Poder electoral

Los grupos sindicales, principalmente la AFL-CIO, con 12 millones de norteamericanos, y la Asociación Nacional de Educadores con  2,6 millones miembros, incrementaron los giros de sus chequeras al Partido Demócrata e invirtieron en estrategias de persuasión en sus áreas de influencia. Estructuraron así  una sólida disciplina de voto entre sus miembros y determinaron la intención  de votantes no afiliados.

Fueron también importantes mecenas de las campañas de los personajes más determinantes para la aprobación del TLC con Colombia. De hecho, Nancy Pelosi, líder de la Cámara de Representantes, y quien el jueves logró congelar indefinidamente la votación del Tratado, es la representante demócrata que más recursos recibió de parte de las uniones laborales para su campaña en el 2006: US $349.000, según el Centro para la Política Responsable, en Washington. Clinton y Obama también recibieron donaciones y necesitan los votos sindicales.  

Energizados con el poder ganado, los sindicatos hicieron suya la bandera anti-TLC, con un ímpetu muy cercano al integrismo y que no pudo ser doblegado por el gesto del gobierno Uribe de invitar al país a finales del año pasado a la vicepresidente de la AFL-CIO, Linda Chávez.

Al oponerse al tratado, los  sindicatos ganan por punta y punta. Por un lado, consolidan su poder en vísperas de elecciones y, por el otro, fortalecen su imagen pública ante sus afiliados, enarbolando lemas de profunda sensibilidad en una sociedad que está ad portas de la peor recesión económica desde los años 30.

Para Adam Isacson, director del International Policy Center, en Washington, “los trabajadores sindicalizados, que son sólo un 15% de la fuerza de trabajo, son la base del Partido Demócrata”. Y agrega, “ellos  pesan en estados clave como Ohio, Michigan y Pensilvania, en donde el próximo 22 de abril serán las primarias demócratas”.

Ahora que el país se cuestiona qué ha fallado en la estrategia colombiana frente al TLC, habría que preguntarse qué tanto se pensó en los sindicatos. Dicen que para ganarse a la novia hay que ganarse a la suegra. Pareciera que el Gobierno colombiano se dedicó a enamorar a la novia con visitas y viajes, llamadas y cortejos, mientras que la suegra no contó con tan especial atención. Colombia descuidó a la suegra; una suegra de 17 millones de votos.

Por Angélica Lagos Camargo / Juan Camilo Maldonado Tovar

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