“¡Así nos salvamos!”

La directora del DAS y el secretario jurídico de la Presidencia reconstruyen por primera vez su odisea. Esta semana el Gobierno activa plan nacional de indemnización administrativa para las víctimas de la violencia del conflicto armado.

Nelson Fredy Padilla
12 de febrero de 2008 - 03:30 p. m.

Son los dos abogados más cercanos al presidente Álvaro Uribe y aquel trágico día se iban a reunir con él; los dos son amigos desde hace 13 años y estaban sentados frente a la misma mesa la noche del 7 de febrero de 2003 cuando, bajo sus pies, explotó el carro bomba que arrasó el Club El Nogal.

María del Pilar Hurtado, directora del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS): Yo era asesora de la Secretaría General de la Presidencia de la República. Cuando salí de la oficina llamé al celular a Edmundo, mi amigo de siempre, me contó que estaba con los abogados del Plan Colombia en El Nogal. Yo tenía una comida pero como el club queda por los lados de mi casa decidí pasar. Subí al quinto piso, atravesé la taberna, llegué a la mesa donde estaban mis colegas, alcancé a poner mi bolso y vino el impacto.

Edmundo del Castillo, secretario jurídico del Presidente de la República: Mi destino era ir ese día al Nogal como fuera. Era socio desde que se creó el club, pero no iba para nada, en cambio mi esposa sí. Yo asesoraba a la Presidencia y en Palacio tenía una reunión de la Alta Consejería para el Plan Colombia con el doctor Uribe. Como yo hacía la secretaría, les dije a los abogados que hiciéramos una reunión preparatoria en el Nogal, sin embargo el Presidente nos citó a las 5:00 p.m. y la cancelamos. Luego nos informaron que en el Tolima había desaparecido la avioneta en la que viajaba el ministro de Salud, Juan Luis Londoño, que el Presidente iba a estar atento al caso y que el encuentro quedaba suspendido. Entonces les dije a los abogados: ¡Revivamos lo del Nogal! Ocho no pudieron ir pero me llevé a Carlos Rangel, que hoy trabaja con el Instituto Nacional de Vías, a María Adelaida Jaramillo, que sigue con el Plan Colombia, y a Rafael Anaya, que fue uno de los 36 muertos. Estábamos en la taberna, acabábamos de pedir algo de tomar y empanadas, cuando Pilar llegó y al minuto ¡pam!, el bombazo en el parqueadero que quedaba debajo de la taberna.

M.P.H. Mi única reacción fue taparme la cara con las manos. Sentí un calor intenso, luego, no se me olvida, vi los colores de la explosión: verde, anaranjado, carmelita… ¡y me fui por el hueco de la implosión! No sé si caí dos o tres pisos. Reaccioné cuando me vi tirada, de medio lado, me levanté con esfuerzo y comprendí que fue una fortuna, porque todas las paredes de un lado del edificio estaban derrumbadas. Yo veía la luz de la noche, alrededor había grandes pedazos de concreto. Una señora se acercó, me miró, yo me limpié la cara con la bufanda que llevaba puesta y vi que tenía sangre, ella me dijo: “Tú estás bien, ¿yo cómo estoy?”. Luego caminó, se asomó al borde del piso que daba hacia unos apartamentos y gritó “¡Saltemos!”. Pensé en quitarme las botas de tacón que llevaba pero le miré los pies a ella, cortados por las esquirlas, y saltamos a una montaña de escombros. Después de caer pasé sobre un carro y llegué al comedor de una casa. Encontré un tubo por el que caía agua, me vi las manos quemadas y me las limpié. No me dolía nada, abrí una puerta y apareció un señor que me dijo: “¡Nos salvamos!” y me dio un fuerte abrazo. “Démosle gracias a Dios”, repitió. Cuando salí a la carrera séptima un soldado me cogió del codo y me ayudó a atravesarla. Vi a un amigo de cuando yo trabajaba en el Distrito, era policía cívico, le grité: “Gordo, gordo, soy yo, Pilar Hurtado”. Él corrió, me examinó y dijo: “Doctora está quemada pero está bien, tranquila”.

E.D.C. Sentí mucho calor, todo se iluminó por ese amarillo en llamas como el de las películas. Primero volamos hacia arriba y enseguida todo se volvió hueco, caímos dos pisos abajo entre escombros del parqueadero del tercer piso. En el aire me daba totazos con sillas, vidrios, ladrillos que lo podían matar a uno o amortiguarle la caída que fue lo que me pasó. Me paré, pensé, esto no es un sueño es una realidad y busqué una salida en medio del fuego y carros incendiados con las alarmas activadas. Caminé a tientas porque las gafas se me perdieron, sentí que tenía cortadas y como pude llegué a un lindero con unos apartamentos del costado norte. Los muros derrumbados habían hecho una especie de escalera y por ahí bajé. Encontré a Rafael Anaya y entramos a un apartamento en el que una señora y un señor gritaban “¡hijueputas terroristas”. Yo estaba descalzo de un zapato, con los pies sangrantes y la señora me prestó unos zapatos antes de salir a la séptima.

M.P.H. Caminaba hacia la ambulancia y me encontré con Edmundo. Nos dimos un abrazo y me dijo: “Mire de lo que nos salvamos, Pilar”, y vimos el club incendiado y a la gente gritando. Nos subieron junto con Rafael Anaya y una mesera del club y nos llevaron a la Fundación Santa Fe. Yo estaba estrenando vestido, de esos caros que uno pocas veces se compra, cuando sentí a la niña de la ambulancia echándole tijera porque la blusa de lycra que tenía se me derritió por una quemadura de segundo grado en toda la espalda. En medio del aturdimiento no sentí dolor sino durante las curaciones; tenía cortada la frente y los párpados y me dieron de alta al otro día con una incapacidad de un mes y medio.

E.D.C. En la ambulancia Rafael Anaya me decía: “Edmundo, tengo mucha sed, tengo mucha sed”. Los médicos me hicieron curaciones, me cogieron puntos y me dieron la salida a la una de la mañana. En cambio Rafael estuvo diez días hospitalizado, tenía fracturas, tuvieron que trasplantarle piel de las piernas a la espalda y tenía quemados los pulmones. Su salud fue decayendo hasta que murió. El presidente Uribe nos llamó para solidarizarse.

M.P.H. Lo más doloroso es esperar a que la piel se regenere de adentro hacia fuera, mientras la piel que va saliendo por los bordes se la van quitando a uno todos lo días. Un día el presidente me llamó a darme ánimo, estaba en plena curación y la enfermera me preguntaba: ¿le duele? Y yo no podía quejarme. Gracias a Dios mis quemaduras no fueron de las que deforman y tuve una cicatrización muy buena. También necesité mucha fisioterapia porque me di un golpe en el cóccix y el impacto de la bomba, así como muele paredes maltrata el cuerpo, entonces el solo hecho de cepillarme los dientes era un sufrimiento. Tuve que volver a mover cada músculo y usé guantes blancos un año mientras cicatrizaba.


E.D.C. Mentalmente no me afectó tanto porque no sabíamos que iba a explotar la bomba como le ha ocurrido en otros casos a las víctimas, además no tuve traumas porque no perdí a un ser querido distinto a mi colega.

M.P.H. Sicológicamente también me recuperé rápido porque mi experiencia no fue traumática, aunque cuando estaba convaleciente en la casa de mis papás pensé: qué tal que cuando esté de nuevo en mi apartamento me despierte por una pesadilla y decidí pedir ayuda. El sicólogo concluyó que todos los factores jugaron a mi favor: no desperté en la oscuridad, conté con el apoyo inmediato de una señora, lo primero que recibí fuera del edificio fue un abrazo de uno de los vecinos, en la calle recibí auxilio de un amigo policía cívico, me reencontré con Edmundo y cuando llegué a la clínica, el primer médico que me vio era un compañero del colegio. A lo que nunca le hallé razón fue al hecho de que Rafael Anaya, que estaba a mi derecha en la mesa, murió y yo no. Ese es un tema de Dios.

E.D.C. Por todo, me quedó muy adentro ese sentimiento de rechazo a la violencia que nos ha tocado a todos.

M.P.H. Yo ahora le doy una importancia mayor a la familia y a los amigos. Al Nogal no volví sino a los dos años. Edmundo me llamó un día y me dijo: “Deje esa tontería que allá no pasa nada”. Nos reunió a los sobrevivientes y fuimos a comer. Haber padecido un acto terrorista me compromete más con mi responsabilidad en el DAS (el año pasado le entregamos a las Fuerzas Armadas 2.472 alertas de posibles actos terroristas) y, fíjese cómo es la vida, el DAS fue clave en el esclarecimiento de ese acto terrorista de las Farc y seguimos investigándolo porque nos faltan los autores intelectuales. Cada vez que paso por el club vuelve el recuerdo, de ahí proviene mi obsesión por la seguridad ciudadana y, tal vez, eso influyó para que el presidente Uribe me confiara mayores responsabilidades desde el día en que volví de mi incapacidad y lo primero que hice fue ir a saludarlo cuando yo todavía usaba guantes blancos.

Indemnización directa

El viceministro de Justicia, Guillermo Reyes, le anunció a El Espectador que desde esta semana el Gobierno empezará a reunirse con las víctimas del terrorismo generado por el conflicto armado para poner en marcha un nuevo sistema de reparación económica y moral, que no dependerá de las sentencias judiciales sino de un decreto que hará público el presidente Uribe el próximo 15 de marzo.

La normatividad empezó a ser estudiada desde noviembre con apoyo de la Comisión de Reconciliación y Reparación. La propuesta de texto fue consultada con el Consejo de Estado, la Procuraduría, la Defensoría, Acción Social de la Presidencia; organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y un magistrado de la Corte Penal Internacional, así como con expertos de Argentina, Chile, Guatemala y Perú. En Europa se habló con abogados cercanos a los procesos de Alemania frente a la Segunda Guerra Mundial y en España sobre los casos de terrorismo de ETA.

Esta semana se abren las consultas con las víctimas civiles (ver cronograma). Según el viceministro Reyes, “el programa de reparaciones empezará este año luego de que Planeación Nacional y el Ministerio de Hacienda calculen el costo del programa”. Se tomó como base una indemnización mínima de 40 salarios mínimos legales vigentes, es decir, 18 millones 460 mil pesos por persona, que multiplicados por las 120 mil víctimas registradas por la Fiscalía General daría un cálculo de dos billones 215.200 millones de pesos.

Lo moral estará representado en vivienda, educación superior, reconocimientos públicos y acceso preferente a servicios oficiales. Reyes insistió en que “el Estado no está reconociendo que es el victimario sino se solidariza con las víctimas sin esperar a las decisiones judiciales”.

Hoy, para ser indemnizado a través de la Ley de Justicia y Paz, hay que esperar sentencia condenatoria contra el acusado y demostrar la calidad de víctima lo que implicará años, ya que en el caso del paramilitarismo hasta ahora se están oyendo versiones libres. Por vía administrativa el proceso se reduciría a meses, aunque cada caso será estudiado por aparte sin que los reclamantes pierdan el derecho a acudir a la vía judicial.

El viceministro asegura que “Colombia será el primer Estado que ofrece una reparación tan pronta”. Sin embargo, la oficina para los refugiados de la ONU (Acnur) y las organizaciones no gubernamentales de derechos humanos opinan que también deben ser incluidos los desplazados por la violencia, posibilidad que no ha descartado ni aprobado el Gobierno, pero que implicaría sumarle al censo y a la inversión más de dos millones de personas.

Por Nelson Fredy Padilla

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