Publicidad

¿Qué pasó en la Costa?

La pregunta que acuñó en su derrota Alfonso López Michelsen en su intento de reelección, recobra vigencia tras los resultados del domingo. Aquí, una respuesta.

Arturo Sarabia Better / Especial para El Espectador Barranquilla
06 de noviembre de 2007 - 05:35 p. m.

En la Costa Caribe las elecciones a las corporaciones públicas -Congreso, asambleas y concejos- son por lo general bastante predecibles. En este tipo de comicios rara vez se presentan sorpresas. No sucede así en las elecciones a cargos uninominales -Presidencia, gobernaciones y alcaldías- en las que desde hace ya rato, y si se dan ciertas condiciones, todo puede suceder.

El caso más emblemático ocurrió hace 25 años, en 1982, cuando el ex presidente Alfonso López Michelsen fue derrotado en la propia Barranquilla -donde según se decía hasta las piedras eran liberales- por el entonces candidato conservador Belisario Betancur. Un resultado totalmente inesperado, si se tiene en cuenta que tres meses atrás la votación alcanzada por los congresistas liberales, amigos de su candidatura, había sido muy superior a la de aquellos que respaldaban la de su contendor.

Fue en esa época cuando López acuñó la pregunta: ¿Qué pasó en la Costa?, que desde entonces se trae a cuento cada vez que se produce algún palo electoral. Como cuando el cura Bernardo Hoyos ganó por primera vez la Alcaldía de Barranquilla, o Gustavo Bell se alzó contra todo pronóstico con la Gobernación del Atlántico. O como acaba de ocurrir ahora, con la derrota de José Name Terán en el Atlántico y la victoria de Judith Pinedo en Cartagena.

La derrota de Name en el Atlántico

Name cometió un inexplicable error de cálculo cuando aceptó candidatizarse a la Gobernación del Atlántico: sobreestimó el poder de las maquinarias en este tipo de elecciones. Creyó que para ganar bastaba con tener a su lado a casi todos los congresistas, diputados y concejales locales. Y olvidó que en estos comicios los electores suelen actuar con mayor independencia, y por lo general votan por quien mejor les parezca, así sus jefes piensen otra cosa.

Un nombre como el suyo, con más de cuarenta años de trasegar político, resultaba sumamente vulnerable a toda suerte de críticas. Era fácil señalarlo como el portaestandarte de la vieja y desgastada maquinaria política local. Una imagen que él mismo reforzaba cada vez que, para demostrar su favoritismo, alardeaba sobre el número de políticos que lo acompañaban.

Es posible que conociera esos riesgos, y que fincara sus posibilidades en estas dos apuestas: que la fortaleza de su coalición -que en los papeles lucía imbatible- fuera lo suficientemente disuasiva y evitara que buenos candidatos se atrevieran a enfrentarlo. Y que quienes lo enfrentaran fueran en todo caso muchos, para que los votos en su contra se dispersaran. Ninguna de las dos circunstancias se dio. Y al final Name terminó embarcado en un debate polarizado, que era el que menos le convenía -a mayor nitidez sobre las opciones en juego, mayor la participación electoral- con el conocido y apreciado ex ministro Eduardo Verano.

Aparte de ello, Name cometió algunos errores notables. El mayor de todos: haber creído que la vinculación a su campaña del locutor y candidato a la Alcaldía Édgar Perea iba a darle réditos. Por el contrario, esa adhesión, que Perea justificó con el mayor desenfado como una movida orientada a obtener de parte de Name "unos taxis y otros apoyos logísticos", generó un amplio rechazo. Y a la postre acabó perjudicándolos a ambos.

La derrota de Name, entonces, fue un castigo a la clase política local, que creyó que para ganar le bastaba con armar una coalición todopoderosa. Este suceso, por tanto, tiene muy poco o nada que ver con la confrontación gobierno-oposición. Ante todo porque si bien a Verano lo acompañaron, además de los liberales, algunos dirigentes del Polo, esta organización mantuvo hasta el final a su propio candidato oficial: Alfonso Camerano. Y, segundo, porque Verano no sólo tuvo el apoyo de sus copartidarios sino el respaldo del Partido Conservador -que veía en él la prolongación de la buena gestión de Carlos Rodado- y de no pocos dirigentes y electores uribistas de extracción liberal, que prefirieron desoír las recomendaciones de sus partidos, y respaldar a cambio las aspiraciones del ex ministro del Medio Ambiente.

La victoria de Judith Pinedo en Cartagena

Si en el Atlántico lo llamativo fue que perdiera Name, en Cartagena la sorpresa la constituyó la victoria de María Mulata. Ninguna de las encuestas anticipó su triunfo. ¿Qué lo explica? La respuesta fácil ya la dio la propia candidata: la gente rechazó varios años de malos gobiernos. Algo hay de eso, pero como vimos, para que ese rechazo fuera eficaz, otras condiciones eran necesarias. Si se tratara sólo de un mero acto de repudio, el voto en blanco habría derrotado a Nicolás Curi en las elecciones de 2003. Y no lo hizo. La gente no vio en esa opción una salida.

Como sí la encontró el pasado domingo, cuando identificó una candidata carismática que había logrado constituirse esta vez -lo había intentado antes-, en una alternativa de cambio viable. Una viabilidad que obtuvo luego de ganar la encuesta que permitió reducir el abanico de contendores de Juan Carlos Gossaín, que era el aspirante de la saliente administración de Nicolás Curi.

En su haber, Judith Pinedo tenía un amplio y positivo reconocimiento. Su condición de leída columnista, además de otras fortalezas, como la de haber sido una concejala combativa y una prestigiosa líder cívica y gremial con mucho contacto con las comunidades más pobres, fueron determinantes en su holgado triunfo.

Su rival, por el contrario, fue visto desde el principio, a pesar de tratarse de una figura joven y con relativa buena imagen, como el arrogante representante de la maquinaria política local y de los intereses que de una u otra manera han contribuido al desarreglo de Cartagena.

Lo acontecido en la capital de Bolívar, por tanto, responde también a una compleja conjunción de factores. Además de la indignada reacción ciudadana, allí hubo quien interpretara esos anhelos de cambio. Y se dio además una inequívoca polarización de fuerzas, que sin duda les facilitó las cosas a los electores.

Las otras sorpresas

Las del Atlántico y Cartagena, por supuesto, no fueron las únicas sorpresas que se presentaron en la Costa. Hubo otras, algunas incluso más asombrosas, como la victoria de Cristian Moreno, nuevo gobernador del Cesar. Todos estos triunfos responden a patrones similares y demuestran que si bien en la Costa Caribe existe desde hace rato un sentimiento latente de rechazo a quienes han contribuido a su rezago, éste sólo se expresa en cierto tipo de elecciones y dadas determinadas circunstancias.

Una consideración final tiene que ver con el buen desempeño que en esta ocasión tuvo la Registraduría. Que no sólo rotó oportunamente a sus registradores y jurados, sino que estuvo atenta a cualquier posible fraude. Debe destacarse asimismo el aumento de la vigilancia electoral, tanto por parte del Estado como de organizaciones ciudadanas, y, por supuesto, la significativa reducción de la presión paramilitar. Todos estos factores ayudaron a liberar esas fuerzas represadas, que esta vez pudieron manifestarse con mayor libertad.

Por Arturo Sarabia Better / Especial para El Espectador Barranquilla

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar