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Salvado de la parapolítica

El drama de José de los Santos Negrete, el primer parlamentario al que la Corte Suprema de Justicia le precluyó su investigación. "Está probado por las fuentes que sólo una coincidencial circunstancia lo llevó a Santa Fe de Ralito".

Norbey Quevedo H.
20 de noviembre de 2007 - 03:51 p. m.

José de los Santos Negrete Flórez no para de llorar. En menos de un año entró en shock por los giros inesperados que dio su vida. Cuando llevaba pocos meses como congresista, fue capturado por ser uno de los firmantes del Pacto de Santa Fe de Ralito con las autodefensas. En la cárcel se enteró del cáncer terminal de su hijo de once años. Y cuando estaba al borde del suicidio, la Corte Suprema de Justicia lo dejó en libertad.

Una semana después de abandonar su helada celda de la cárcel La Picota en Bogotá, pareciera que Negrete Flórez aún no asimila esos recientes episodios que cambiaron su vida. Cada pregunta la responde entre lágrimas y sollozos y sólo sonríe cuando se le habla de su parecido físico con el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos.

El congresista Negrete Flórez es un hombre de 47 años. Hijo de Rosalía y Alipio, un mecánico que en su tierra, San Bernardo del Viento (Córdoba), se abrió paso reparando camiones para transportar ganado. Es el cuarto de ocho hermanos, y a los veinte años asumió la jefatura de su casa, luego de que su padre falleciera.

Las notas sobresalientes en el Colegio de la Esperanza le permitieron ingresar a la Universidad de Cartagena, en donde obtuvo el grado de ingeniero civil. En 1984 retornó a Montería para trabajar durante quince años en la Secretaría de Obras Públicas de Córdoba.

En 1999, Negrete dio el salto como empresario y empezó a construir puentes y carreteras en municipios del departamento de Córdoba. Y en los negocios de ingeniería consolidó su amistad con dos conocidos: los caciques conservadores Julio Manzur y Luis Carlos Ordosgoitia, de quien Negrete se convirtió en amigo y casi escudero. "Es que yo hasta lo recogía en el aeropuerto cuando llegaba de Bogotá", recuerda.

Y fue precisamente en uno de esos recorridos que Ordosgoitia lo invitó a una reunión. Era el 21 de julio de 2001. A dos horas por un camino destapado llegaron a Santafé de Ralito. "En el camino yo le pregunté y él me dijo que era un simple acercamiento de paz y no le puse malicia a la reunión".

Esa tarde las cosas cambiarían para Negrete Flórez, junto con otras 25 personas, entre dirigentes y miembros de las Auc, que firmaron el famoso Pacto de Ralito, que buscaba refundar a Colombia. "Es que llegué en el momento inoportuno al lugar equivocado", asegura, al tiempo que dice que no quiere recordar más ese episodio.

La campaña

En los negocios privados no le iba mal a Negrete. La construcción del puente del río Sinú en San Pelayo y la pavimentación de varias vías derivaron no sólo en beneficios económicos, sino en el agradecimiento de la gente de su región.

Por eso en 2005 los propios dirigentes conservadores le sugirieron lanzarse a la política. Estaban preocupados porque su partido había perdido esa representación en el Congreso. En marzo de 2006, cerca de 25 mil personas votaron por él y salió elegido.

Llegó a Bogotá, una ciudad que poco le gusta por el frío, y sin ninguna experiencia parlamentaria asumió su curul. "Estaba nervioso, pero muy contento. Yo venía a Bogotá pocas veces, pero en el Congreso siempre me devolvía los jueves para mi tierra".

En cuatro meses en el Congreso trató de aprender la mecánica legislativa, no sacó ninguna iniciativa para su región a flote. Pero su proceso de aprendizaje político se rompió abruptamente cuando a finales del año pasado su colega Miguel de la Espriella reconoció públicamente la firma del Pacto de Ralito.

Negrete recordó que estuvo en la reunión y que firmó un documento. Durante cerca de dos meses todos los firmantes dejaron de dormir tranquilamente, hasta que el 16 de enero de 2007, el jefe paramilitar Salvatore Mancuso entregó el documento a la Fiscalía de Justicia y Paz.

En la cárcel

El 17 de mayo de 2007, José de los Santos Negrete se entregó a las autoridades, que lo acusaron por concierto para delinquir. En la noche ya estaba en La Picota. "Cuando pisé la cárcel el primer día, creí que el mundo se me acababa. No pude dormir, lloré toda la noche", explica y nuevamente irrumpe en llanto.

El frío lo estaba matando y poco a poco aprendió la rutina de la cárcel. Madrugar, desayunar, hacer deporte, almorzar, leer, estudiar su caso, reunirse con sus abogados, ver a la familia y tratar de leer.

Pero quizás lo que más lo marcó en la cárcel fue la falta de solidaridad política, y a diferencia de otros presos de la parapolítica, no se sintió abandonado por el presidente Uribe, a quien su partido apoyó electoralmente. "Es que los parlamentarios piensan que los que están en La Picota por la parapolítica es como si tuvieran una enfermedad contagiosa y si nos visitan se contagian".

La tragedia

Negrete no se adaptaba a la cárcel, ni siquiera el buen humor de su colega Alfonso Campo. El curso que hizo para aprender a jugar fútbol o los cinco libros que leyó, no ayudaban mucho. Pero en La Picota vendría lo peor. En septiembre, a su hijo de once años le diagnosticaron cáncer. El parlamentario estuvo a punto de enloquecer y sus compañeros lo abrazaban para que no se golpeara contra las paredes de su celda. La Corte le autorizó un permiso especial para ir a Montería. Hoy el menor es tratado en Bogotá y su pronóstico no es alentador.

Varias veces se presentó ante los investigadores de la Corte. Las declaraciones le producían miedo y a veces cuando lo entrevistan los periodistas, dice que le recuerdan a los magistrados que lo interrogaban.

Pero el jueves pasado su vida pareció retornar a la normalidad. A las 7 de la noche se enteró por televisión de que la Corte precluyó su investigación. "Fueron sentimientos encontrados, alegría por mí, pero tristeza por mis compañeros que se quedan, yo sé que son inocentes".

El viernes en la tarde salió de la cárcel. Allí, en una silla de ruedas, estaba su hijo, junto con su familia. El sábado viajó a Montería y a San Bernardo del Viento, en donde la gente lo recibió como un héroe. El miércoles regresó al Congreso y retomó su curul.

Ahora tiene cuatro metas: salvar a su hijo de la muerte; viajar por todos los departamentos olvidados de Colombia para ayudar a la gente; recuperar el tiempo perdido; y poder controlar su llanto cada vez que le pidan que recuerde el infierno del último año.

Por Norbey Quevedo H.

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