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Artista Ignasi Blanch está en Colombia

Uno de los invitados a pintar en el Muro de Berlín en 1990 habla de la función pública y literaria del arte del dibujo.

Angélica Gallón Salazar
23 de septiembre de 2010 - 09:57 p. m.

En 1990, un pedazo del Muro Berlín, de una longitud de 1,3 kilómetros, se convirtió en la galería de arte al aire libre más grande del mundo. El East Gallery Project convocó a más de 106 artistas de todo el mundo para que hicieran sus proclamas de libertad. Entre los murales en donde quedó consignado el famosos retrato The kiss, de dos hombres besándose, creado por el artista ruso Dimitri Vrubel, estuvo también la pintura neoexpresionista Parlo d'amor (Hablo de amor), del joven artista catalán Ignasi Blanch. Esos fueron los inicios del artista español que celebraría a lo largo de los años esa función pública de la ilustración. Un muro, un hospital, tiendas de ropa o libros infantiles se convertirían en los lugares en donde sus jovencitos hechos de trazos sueltos y cachetes repujados dejarían plasmado su espíritu.

“Con el trabajo del muro, esa especie de tres rostros sueltos, quise hablar de algo que los jóvenes queríamos reivindicar en ese momento: el amor. Pero a la vez no quise pasar por alto esas dudas que a todos nos acechaban sobre qué íbamos a hacer con el futuro”, recuerda por estos días Ignasi Blanch, quien está de visita en Colombia dictando unos talleres de ilustración.

Sin embargo, en los convulsos principios de los años noventa su propio futuro se resolvió parcialmente cuando de regreso a Barcelona se convirtió en profesor de ilustración y descubrió que si los libros y las editoriales parecían lugares estrechos y casi inaccesibles para sus dibujos y los de los alumnos, ellos encontrarían otros lugares, como perpetuando su experiencia en Berlín, en donde el arte de la ilustración ganara un valor casi político. “Qué propuestas podíamos hacer creativamente en la ciudad donde residíamos, en el país en dónde habíamos nacido”, fue una de las convicciones que lo llevó a extender el imperio de sus dibujos a las paredes públicas de ciudades y centros médicos.

Claro, no tardarían las editoriales más reconocidas de España en querer tener sus dibujos de jovencitos introspectivos, retratados siempre en momentos de soledad, cuyos gestos parecían evocar a ese adulto que se “puede anticipar en cada niño”, para que ilustraran las páginas de libros infantiles.

Blanch ilustraría así el libro Fill de rojo, de Joan Portell, un mirada de niño a la Guerra Civil española  que se haría acreedor del Premi Llibreter 2008, del Gremio de Libreros de Cataluña, por la crudeza y eficacia con la que texto e imágenes explicaban la guerra.

Este y otros trabajos como el de Alicia en el país de las maravillas le aclararían aún más el camino a este ilustrador, que se volvería movilizador de una tendencia que empieza a alimentar a las casas editoriales de todo el mundo: la inquietud de los adultos por coleccionar libros ilustrados y novelas gráficas. Blanch cree que sus personajes hechos de trazos inspirados en los movimientos de la bailarina Pina Baush, siempre en blancos y negros,  deben habitar indefinidamente el mundo de los niños y el de los adultos.

Por Angélica Gallón Salazar

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