El Magazín Cultural

Los héroes en la poesía de Miguel Hernández

Fragmento de la única conferencia de Colombia que se presentará en España durante el III Congreso Internacional en homenaje al escritor. Una mirada más allá del hombre de izquierda o del mártir.

Jorge E. Rojas / Otálora *Especial para El Espectador
23 de octubre de 2010 - 08:00 p. m.

La obra de Miguel Hernández ha sido estudiada de manera sistemática desde perspectivas múltiples y enriquecedoras. Sin embargo, han predominado los acercamientos que valoran en él al poeta comprometido con una ideología o al mártir de la libertad. Aunque estas afirmaciones son en esencia válidas, considero que lo que se puede llamar la leyenda hernandiana se ha convertido en una acumulación de asertos parciales y de verdades a medias que terminan por ocultar la verdadera significación de su poesía y su aporte al desarrollo de un lenguaje poético.

Los estudiosos han resaltado los temas centrales de su creación; es indudable que vida, amor y muerte se constituyen en los ejes temáticos, pero a lo largo de su obra adquieren énfasis diversos. Mi propósito es destacar uno de los aspectos que parecen enlazar su compromiso estético con su preocupación por la justicia.

Es una producción de altísimo valor literario que, en segundo plano, expresa un claro compromiso ideológico y humano. El autor asume el proceso creador con particular diligencia, pues al tiempo que elabora un ritmo adecuado al sentimiento que quiere expresar, realiza una selección de imágenes sobre las cuales sustenta una compleja estructura de significación.

El conjunto de poemas que he seleccionado tienen como denominador común la honda expresión del dolor que produce la muerte de un ser humano o las condiciones de miseria, explotación o injusticia en que viven otros seres humanos.

Al final, todo este sentimiento se agrupa en el del propio poeta, que ya no es solamente el emisor de un mensaje que expresa el dolor de otros, sino que es él mismo el sujeto que padece y el testigo que denuncia ese dolor, el sujeto que padece la injusticia y el artista que lo expresa. Pone su empeño en la elaboración de un lenguaje artístico, construye un rico sistema de sonoridades y produce un amplio juego de significados; todo para objetivizar un sentimiento, para convertirlo en objeto concreto-sensible, en obra de arte que le permite revivir en el lector algo de ese sentimiento original.

Estos son los héroes de Miguel Hernández, el portero del equipo de fútbol de Orihuela, su amigo y mentor Ramón Sijé, el niño yuntero que representa la semilla de todos los jornaleros desprovistos de tierras y sometidos a la explotación, la miliciana que expone su vida por una lucha que considera justa y, finalmente, el propio poeta encarcelado por sus convicciones que intenta superar el odio y vencer la desesperanza.

A diferencia de Píndaro, que se especializó en cantar al vencedor en los juegos atléticos, Miguel Hernández puso su verso al servicio de estos personajes que lucharon por el sustento, por la tierra, por la libertad o por la esperanza.

I

Quiero comenzar con uno de sus poemas de adolescencia titulado Elegía al guardameta, muy poco conocido y que tiene un epígrafe que dice “A Lolo, Sampedro joven de la portería del cielo de Orihuela”. Se trata de un texto complejo y difícil, en la medida en que está lleno de juegos verbales, metáforas atrevidas y dislocaciones sintácticas propias del gongorismo que en esa época elaboraba el autor. Sin embargo, lo que quiero destacar son dos cosas: en primer lugar, que se trata de una elegía funeral, puesto que el poeta fallece en un accidente dentro del campo de juego, y, segundo, que este es el primero de los que he llamado “héroes” de Miguel Hernández, en tanto el joven poeta muestra una clara preocupación por el destino de personajes de la vida cotidiana con hondo arraigo popular. El texto destaca ante todo el valor del protagonista como ser humano.

Se trata en este caso de una variante de la silva, composición que combina versos endecasílabos y heptasílabos enlazados con una rima consonante que se organiza en estrofas de cinco versos; me parece importante destacar la cuidadosa elaboración formal que construye un ritmo particular y elabora un sistema de sonoridades para  lograr la expresión adecuada del sentido. La composición destaca el heroísmo del protagonista que murió cumpliendo su misión y para ello el poeta construye su texto como una conversación con el difunto en la que destaca algunos aspectos de su última actuación; merece ser resaltado el rico juego de imágenes que consolidan el texto como, por ejemplo, la del silbato que no logra detener a la muerte:

Tu grillo, por tus labios promotores,

de plata compostura,

 árbitro, domador de jugadores,

director de bravura,

¿no silbará la muerte por ventura?

O la del fotógrafo que inmortalizó su muerte:

Y te quedaste en la fotografía,

a un metro del alpiste,

con tu vida mejor en vilo, en vía

 ya de tu muerte triste,

sin coger el balón que ya cogiste.

O la rebuscada sintaxis de la estrofa final que intenta concluir:

El marcador, al número al contrario,

le acumula en la frente

su sangre negra. Y ve el extraordinario,

el sampedro suplente,

vacío que dejó tu estilo ausente.

Y así, la interrogación que da inicio a la arquitectura del poema introduce el tema de la muerte en las cuatro primeras estrofas, en las doce siguientes representa una conversación con el deportista y concluye  resaltando la ausencia. En la última estrofa  la relación tu/yo que constituye la estructura del poema se diluye para subrayar la ausencia como hilo conductor y concentrarse en el vacío final.

II

Después de muchos poemas, recogidos en varios libros, publica El rayo que no cesa, compuesto por textos escritos entre 1934 y 35. Se trata de un libro con un diseño arquitectónico específico, con una estructura intencional que consta de 30 composiciones distribuidas en una organización casi simétrica, pues en la mitad exacta ubica un texto complejo en el que utiliza la analogía entre el barro y el sufrimiento en el que el yo lírico se sitúa. Pero el más importante texto de este libro es la muy conocida Elegía a Ramón Sijé. Este es el segundo héroe del poeta que quiero destacar. Tres años menor, fue su compañero en el colegio hasta que Miguel debió abandonar sus estudios para ayudar en el trabajo familiar; sin embargo, la entrañable amistad que se desarrolló entre estos dos personajes y el intercambio intelectual que se desarrolló a partir de un permanente diálogo hicieron que se convirtiera en mentor y maestro de su condiscípulo.

También aquí se trata de la expresión del dolor que se construye a partir del paralelismo tú/yo jugando con la ausencia y la presencia del amigo; el repetido contraste entre el pasado y el presente se resuelve en el nosotros que aparece en la estrofa final que, precisamente, requiere cuatro versos para recordar que siguen siendo “compañeros del alma”. No me detengo en este texto, pues ha sido analizado en numerosas ocasiones.

III

En Viento del pueblo, de 1937, aparece el conocido poema El niño yuntero, que consta de 60 versos organizados en 15 cuartetas compuestas de versos de arte menor.

Miguel Hernández creyó que con la poesía podría transformar su mundo.  En este poema denuncia la situación de explotación y miseria de los niños campesinos del sur de España. Dice cosas como:

Nace como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y de un insatisfecho arado.

Más adelante señala:

Empieza a vivir, y empieza

a morir de punta a punta

levantando la corteza

de su madre con la yunta.

Aquí el poeta propone una transformación, pero lo hace por medio de lo que mejor sabe hacer, su poesía, por medio de un cuidadoso  juego de ritmos y de imágenes. Quiere construir por medio de su palabra. Por medio de un rico sistema de paralelismo y oposiciones destaca su denuncia. El poema retoma las imágenes de la naturaleza, pero ya no con la mirada idílica de su primera época, sino para oponerla a ese niño que la trabaja en su miseria. Ideas como yugo, arado, estiércol, lluvia, raíz, olivo, encina, rastrojo, barbecho, se consolidan como un sistema significativo que, al tiempo que alude al trabajo del campo, se convierte en testimonio de la miseria, pues se opone a otro conjunto de ideas como humillado, cuello perseguido, herramienta a los golpes destinado, tierra descontenta, insatisfecho arado, etc.

En las primeras diez estrofas se describe la condición del niño trabajador con tal fuerza que prepara al lector para cuando el poeta explicita su sentimiento y se asume como testigo. Y llega a la respuesta que le da sentido a todo el texto:

Que salga del corazón

de los hombres jornaleros,

que antes de ser hombres son

y han sido niños yunteros.

IV

En este mismo libro (Viento del pueblo) aparece el poema Rosario dinamitera, que consta de 5 décimas, que en realidad son dos redondillas con rima abrazada. Este texto es particularmente interesante, pues aquí Hernández recupera la décima espinela compuesta por dos redondillas con rima abrazada, unidas por dos versos de enlace que repiten las rimas última y primera de cada redondilla. Pero más interesante que la métrica es la escrupulosa observancia de la tradición, según la cual el tema de la estrofa se plantea en los cuatro primeros versos y en los restantes se completa el pensamiento mediante un ascenso y descenso de ideas, cuya transición se encuentra en el quinto verso (Quilis), como se puede comprobar en la primera décima:

Rosario, dinamitera

sobre tu mano bonita

calaba la dinamita

sus atributos de fiera.

Aquí, sin duda, se encuentra el planteamiento no sólo de la estrofa, sino de todo el poema, de tal suerte que los seis versos restantes, así como las tres estrofas siguientes, son un desarrollo de este pensamiento:

Nadie al mirarla creyera

que había en su corazón

una desesperación

de cristales, de metralla

ansiosa de una batalla,

sedienta de una explosión.

Del mismo modo, el poema se construye mediante el paralelismo entre la caracterización de la protagonista, que sacrificó su mano, y el sentido de la lucha. Hay un atractivo juego de sonoridades sustentado en la rapidez del verso corto que avanza raudo hacia el final efectista en la segunda parte de la cuarta redondilla:

Digna como una bandera

de triunfos y resplandores,

dinamiteros pastores,

vedla agitando su aliento

y dad las bombas al viento

del alma de los traidores.

V

En Cancionero y romancero de ausencias, que recoge poemas de 1938 a 1941, es decir, de los últimos años de la Guerra Civil y de su encarcelamiento, predomina una visión pesimista y desengañada pero termina con un poema que se conoce con el título de “Antes del odio”.

Ha llamado la atención de algunos críticos entre quienes quiero destacar a Carlos Bousoño, quien en un artículo publicado destaca el carácter progresivo del poema que se va intensificando y complejizando por medio de un estribillo “Sólo por amor”, que si bien se repite lo hace dentro de lo que Bousoño denomina movilidad semántica, en la medida en que va intensificando su significado “va elevando su tono y su emoción a cada estrofa, para culminar en las dos últimas, cima climática de no sobrepasable contenido”.

Hernández diseña, entonces, una estructura formal, un sistema rítmico al servicio de un sentido que expresa en la primera mitad del poema melancolía y pesimismo pero en la segunda, por contraste, “significan una graduada sublimación del sufrimiento en algo como gozosa redención a través del amor” (Bousoño, 259).

Para el poeta Leopoldo de Luis, en este poema Hernández concibe su propia vida como un acto de amor que encuentra como respuesta el odio. Su amor a la naturaleza, a la vida, a la libertad le ha traído el odio, la injusticia, el dolor; pero el amor triunfa y el poeta se siente libre por lo cual concluye con una estrofa optimista.

No, no hay cárcel para el hombre.

No podrán atarme, no.

Este mundo de cadenas

me es pequeño y exterior.

¿Quién encierra una sonrisa?

¿Quién amuralla una voz?

A lo lejos tú, más sola

que la muerte, la una y yo.

A lo lejos tú, sintiendo

en tus brazos mi prisión,

en tus brazos donde late

la libertad de los dos.

Libre soy, siénteme libre.

Sólo por amor.

Miguel Hernández Gilabert

(Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, 28 de marzo de 1942)

Este año ha recibido homenajes en las universidades Nacional, La Salle y de Antioquia. En Colombia los versos de Hernández han tenido un gran impacto desde los años 50, no sólo a nivel urbano (sus poemas se leen, por ejemplo, en Bogotá en los buses de Transmilenio), sino rural con ediciones de todo tipo. En una veintena de países de Latinoamérica y del mundo habrá otros homenajes por iniciativa del Instituto Cervantes, aunque los más importantes serán en España. En la Biblioteca Nacional de Madrid se realiza una exposición permanente, serán reeditadas las obras completas para 5.000 bibliotecas y esta semana habrá conferencias y recitales  en universidades como la Internacional Menéndez Pelayo y la Complutense de Madrid.

* Magister en Letras Iberoamericanas y profesor asociado de la Universidad Nacional.

Por Jorge E. Rojas / Otálora *Especial para El Espectador

 

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