En su mundo el castigo no existe. Los palabreros, esos hombres portadores de la palabra y la sabiduría wayuu, aseguran que resarcir una falta, devolver la armonía arrebatada, “no será posible si el individuo es separado de su núcleo vital”. El castigo no es necesario. Sólo el trabajo y la compensación simbólica a través de bienes podrán devolver la paz al agresor y al agredido.
Este saber ancestral, que abofetea los principios con los que Occidente ha intentado rehabilitar a los descarriados, está en la base del sistema normativo de la comunidad indígena que ha habitado desde siempre La Guajira. Y aunque no haya quedado jamás consignado y no conste en ninguna escritura, hoy podemos conocerlo gracias a que habita en la memoria de esos palabreros, verdaderas autoridades morales, que llevan bajo el sombrero todas las normas que rigen esta comunidad.
Esas ideas del mundo y la justicia transmitidas de generación en generación fueron justamente reconocidas esta semana como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Unesco. “Esta declaratoria busca visibilizar manifestaciones tradicionales de la humanidad que merecen ser reconocidas. Su efecto es la salvaguardia, es el compromiso ante el mundo de que Estado y comunidad trabajarán por protegerlo”, explica Adriana Molano, coordinadora del grupo de Patrimonio Inmaterial de la Dirección de Patrimonio.
Edicto Barroso, uno de los palabreros wayuu más respetados de su comunidad, sentencia al respecto: “Este reconocimiento es significativo porque fue un trabajo apropiado por nosotros mismos, para elevar nuestro espíritu y ponerlo como ejemplo para más culturas. Pero no sólo esperamos que se haga visible, sino que también se trabaje para permitir la supervivencia de los valores tradicionales”.
El prestigio que Edicto Barroso ha ganado dentro de su clan es proporcional a la cantidad de conflictos que ha resuelto con sus argumentaciones, usando la palabra. Este hombre con bastón, falda, alpargatas y sombrero viaja kilómetros para visitar y escuchar las razones por las que una familia está en conflicto con otra. Es una especie de comisionado de paz, que debe evitar a cualquier costo una acción violenta en retaliación, acciones que en muchos casos son exigidas por las mujeres de las familias, quienes piden a los hombres que la sangre derramada se cobre con sangre. “Se trata de entender cuáles son las razones de unos y de otros y tratar de llevarlos a través de la palabra y del recuerdo de los ancestros a un acuerdo y a la consecución de una compensación justa”, añade Sarakana Pushaina, otra de las autoridades wayuu que trabajó por esta causa.
Los palabreros han hecho posible el diálogo y la resolución pacífica de conflictos durante décadas y han sido los guardianes de la armonía que a veces las imprudencias del hombre le roba a la naturaleza. Con la declaratoria de la Unesco, explica Guillermo Ojeda Jarariyu, coordinador de la Junta Mayor de Palabreros, “sentimos que tenemos permiso para mostrarle al mundo cómo nuestra tradición puede inspirarlo en el ejercicio pacífico del diálogo”.