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El poeta del júbilo y la alegría de vivir

El  26 de mayo inicia el Festival de Poesía con México como invitado de honor y un reconocimiento al poeta samario. Federico Díaz-Granados, poeta y periodista, hace una semblanza de su padre, miembro de la Generación sin nombre.

Federico Díaz-Granados / Especial para el espectador
22 de mayo de 2008 - 08:21 p. m.

Mi padre escribía en una máquina de escribir Royal color gris mientras del bafle de una grabadora salían algunos viejos vallenatos del maestro Escalona, Rags de Scott Joplin, sinfonías de Richard Strauss y algunos sones del Trío Matamoros compilados por él mismo en casetes que denominó “Demonio interior”.

Así transcurrió mi infancia, entre libros apilados en una biblioteca, largas jornadas de matiné y vespertina en cines en el Centro de Bogotá y reuniones en casas de amigos escritores donde desde el afecto se hablaba de literatura y política y todo lo que para mí podía ser la verdadera música del mundo.

Aquella biblioteca era un azaroso tejido de afectos donde me encontré con libros de todos los colores, tamaños, texturas y contenidos. Había en esa estantería algo de misterio y de maravillosa fascinación, quizá, porque pensaba que allí se escondían aventuras, personajes, sucesos que despertaban en el niño que yo era una intensa curiosidad por escarbar tesoros perdidos, paraísos extraviados y héroes repentinos.

 Ese mismo azar me llevó a hermosos poemas y a nombres que de tanto repetirse se volvieron hogareños y cotidianos. Fue por esa razón que mi infancia se vio habitada de libros y poemas y de nombres como Ernest Hemingway, Julio Cortázar, James Joyce y William Faulkner, entre otros.

Después vendrían las peñas folclóricas chilenas en las que mi padre hacía entretenidas disertaciones sobre la vida y obra de Pablo Neruda y los recitales en cafés y galerías cuando comprendí que el nombre de José Luis Díaz-Granados era un nombre indeleble en las letras nacionales. Aquello lo confirmé la noche del  lanzamiento de la edición definitiva de El laberinto en la Galería Pluma en marzo de 1984 y una tarde de noviembre de 1985 cuando vi en la vitrina de la Librería de la Editorial Oveja Negra, del antiguo barrio Sears, la primera edición de su novela Las puertas del infierno en la popular colección Biblioteca de Literatura Colombiana.

Alguna vez mi padre me recogió en el colegio a deshoras. Era muy temprano y escaparme antes de tiempo de las  clases de primaria resultaba una aventura insospechada. La razón, quería que lo acompañara a un almuerzo privado con Gabriel García Márquez, hecho que marcó para siempre el rumbo de mi vida. El premio Nobel conversó conmigo como si fuera un adulto cuando apenas tenía escasos 9 años.

Aún conservo los souvenirs que me trajo de la Unión Soviética. Esas muñecas que se reproducen hasta su mínima expresión, samovares y escudos del ejército rojo. Fue para esos días de la Perestroika que el osito Misha entraba a mi vida de la mano de ese inmenso poeta que además era mi padre, así como años antes entraron también de su mano Luke Skywalker y Leia Organa de Alderaán de la pantalla gigante y Ferdinan’d, de las páginas de animadas de El Espectador.

Para el Mundial de fútbol de España en 1982 hice con mi padre el respectivo álbum. Maradona, Zico y Platini eran las láminas más difíciles y sin embargo gozamos cada partido como si se tratara de cierta épica. Para la final en el Santiago Bernabeu cada uno hizo su apuesta: él apoyó a la Italia de Paolo Rossi y yo a la Alemania Federal de Karl Heinz Rumennige. El desenlace, Sandro Bertoni y Joao Avelange entregaron la Copa FIFA a Dino Zoff, arquero capitán de la selección Italiana.

Aún le debo a mi padre aquella apuesta, como también le debo la devoción por la literatura. Supe que a mi casa había ido una tarde de lluvia el poeta León de Greiff; visitamos muchas veces al maestro Luis Vidales y fueron memorables tantas tertulias con Germán Espinosa, Álvaro Miranda, Luis Fayad, Armando Orozco, Pedro Manuel Rincón, Héctor Rojas Herazo, Manuel Zapata Olivella y los primos escritores Óscar Alarcón y Pepe Stevenson.


Alba es mi madre y supe de un cinematográfico rapto provocado por mi padre en el Expreso del Sol desde Santa Marta y supe que de esa historia de amor nacieron muchos poemas, pero mi motivo de orgullo era visitar algunos bares de los ochentas  para escuchar la versión de uno de esos poemas que había inspirado mi madre a mi padre en la voz de Iván y Lucía: “para mi loca vida al mediodía, un día tras día que todos el sol regó la lluvía  y el alba al medio día aún era alba, más sutil que un minuto transparente”.

Supe por mi abuela que Juan Gustavo Cobo Borda y Álvaro Miranda llegaron una tarde a la vieja casa de la calle 45 en el barrio Palermo y le informaron a mi padre que el domingo siguiente saldría en Lecturas dominicales una página escrita y escogida por el entrañable Héctor Rojas Herazo sobre la poesía de la denominada Generación sin nombre, a partir de ese momento un nuevo grupo de poetas posteriores al nadaísmo irrumpía en el parnaso nacional.

Pero fue en el suplemento Brújula de El Informador de Santa Marta donde apareció por primera vez la foto de la Generación sin nombre. Dicha foto fue tomada en 1968 en el patio de la casa de Juan Gustavo y retrata a los entonces novísimos poetas Darío Jaramillo Agudelo, Álvaro Miranda, David Bonells Rovira, Juan Gustavo Cobo, Augusto Pinilla,  Henry Luque Muñoz y José Luis Díaz-Granados.

La llamada Generación sin nombre festejó la aparición de El laberinto en 1968,  que tenía como contenido un poema experimental que mi padre había escrito años atrás, que con los años se fue convirtiendo en una unidad orgánica que aparecía en ediciones aumentadas hasta la definitiva de 1984.

Agasajos en casa de David Bonells y Darío Jaramillo dieron la bienvenida a la primera publicación del grupo. Manuel José Díaz-Granados, samario de pura cepa, el padre, la figura tutelar y  permanente en la poesía de José Luis había muerto hacía poco en Fundación. Dionisio Araújo Vélez improvisó en un acordeón para José Luis El mejoral, del maestro Escalona: “ Yo pensé que un mejoral iba curarme este gran dolor/ pero que me va a curar si es una pena de amor”.


Han pasado los años, miro hacia atrás con los ojos empañados y me lleno de flashes e instantáneas. Releo los poemas de mi padre y reconozco sus grandes temas: la búsqueda del padre, el lenguaje, el júbilo y el amor en todas sus manifestaciones. Ahora, cuando soy testigo del homenaje que le tributará el XVI Festival Internacional de Poesía de Bogotá, y cuando su director, Rafael del Castillo, me encomendó preparar la antología que con este motivo publicará el Instituto Caro y Cuervo, me reencontré no sólo con esos poemas que me han conmovido, sino que me volví a encontrar con la gran fiesta que fue mi infancia.

Por eso será siempre para mí el poeta del júbilo y la alegría de vivir, esa fiesta que compartimos en la Pelotillehue de Condorito o en la Ciudad Gótica de Batman o la Metrópolis de Superman con Christopher Reeve. Viajamos muchas veces en el Halcón milenario de Han Solo mientras oíamos de manera recurrente la Suite Guerra de las galaxias de John Williams e hicimos de la poesía no sólo un oficio, sino la razón absoluta de nuestras vidas.

XVI Festival Internacional de Poesía de Bogotá

Poetas colombianos y latinoamericanos se reunirán una vez más para difundir sus más bellos versos. El punto de encuentro será en el XVI Festival Internacional de Poesía de Bogotá (FIPB) que se inicia este 26 de mayo con un recorrido hasta Zipaquirá en el Tren de la Sabana.

Durante 15 años, el festival ha convocado a importantes exponentes de la poesía, y en esta oportunidad contará con la presencia de más de 70 escritores entre nacionales e internacionales, provenientes de Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, España, Guatemala, Nicaragua y Uruguay.

El país invitado de honor es México. A propósito de este reconocimiento a la poesía del país azteca, se realizará el seminario ‘La poesía mexicana contemporánea no descansa en paz’, actividad académica que se centrará en los versos escritos por los poetas posteriores a Octavio Paz. Generaciones, tendencias, temas y autores serán revisados a la luz de su influencia y proyección en las letras iberoamericanas, con énfasis en lo que toca a los colombianos.

Esta edición del festival llegará a su fin el 31 de mayo. Durante los seis días de poesía habrá diversas actividades en la Casa de Poesía Silva, colegios, universidades y las bibliotecas públicas de la ciudad. Además, los municipios de la Sabana de Bogotá también tendrán su programación.

Informes:              www.poesiabogota.org


 

Por Federico Díaz-Granados / Especial para el espectador

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