El Magazín Cultural

Una tierra que suena a nostalgia y melancolía

Los sonidos autóctonos de Talaigua, en Bolívar, y los estilos urbanos del rock de Doctor Krápula se mezclan sin conflicto. Totó y Mario representan dos generaciones de artistas comprometidos con el país. Ella es cantaora tradicional y él es el vocalista de una reconocida banda del rock nacional.

Juan Carlos Piedrahíta B.
26 de junio de 2008 - 03:04 p. m.

Totó la Momposina es folclor genuino. Mario Muñoz, líder de la banda Doctor Krápula, expone con convicción su condición rockera. Ambos se llenan de orgullo al decir que son artistas, los dos están complacidos de representar ese amplio espectro al que todos coincidimos en llamar ‘Música Colombiana’, pero sus sensibilidades les alcanzan para darse cuenta de que en este país el arte debe echarle una mano a la problemática social. 

El Espectador los reunió para que hablaran de sus pasiones, de sus ancestros y sobre todo de su especialidad: la música. Totó  y Doctor Krápula son los invitados especiales a esta descarga (jam) con sabor a trópico y tono melancólico. Estos dos personajes son tan solo un abrebocas de lo que será el Gran Concierto Nacional-Música para la Convivencia, una iniciativa del Ministerio de Cultura, con la producción artística de Iván Benavides.

Totó la Momposina (Totó).– El gran concierto que se va a realizar el 20 de Julio es una demostración más de que en Colombia no solamente existe la cumbia, ni el mapalé, ni el currulao, ni los bailes de acordeón... aquí, tanto en lo armónico como en lo melódico, existen miles de posibilidades.

Mario Muñoz (M.M.).–  Nosotros tenemos tantas influencias y tantas músicas que nos han llegado que todo eso termina en una sola dirección y con una identidad propia. La unidad de nuestro sonido está marcada por lo que el colombiano vive día a día, por su cotidianidad. A uno como músico lo circundan muchas cosas, la geografía, la parte social y todo eso termina complementado su formación artística.

Totó.– Claro... es que incluso a través de los instrumentos no se podría llegar a una verdadera identidad, porque nuestra música, nuestro folclor, ha representado el sentimiento cotidiano de un pueblo. Pero esa pertenencia local se pierde cuando alguien del exterior escucha nuestras tradiciones. En ese momento pasan a ser universales.

M.M.– Lo que pasa en este país es muy particular porque una generación de músicos asimila lo que aprendió la anterior, y todos esos saberes se van pasando por tradición oral y por tradición musical. Muchos artistas jóvenes heredamos también un compromiso socia para que las condiciones cambien. A mí me gustaría que los médicos, los abogados, los artistas y todos quienes tenemos que ver con alguna disciplina nos enfoquemos hacia un cambio.

Totó.– Lo que pasa es que esta especie perdió la capacidad de enamorarse del mundo y eliminó el respeto por los semejantes y por la naturaleza. En este momento no existe el equilibrio para desarrollar las palabras ‘paz’, ‘amor’ y ‘justicia’. Y como no hay ese equilibrio, se creó un sentimiento de individualidad. A muchas personas en Colombia se les ha olvidado que el sol sale para todos.


M.M.– Eso nos pasa mucho a los artistas que crecimos en Bogotá, porque se nos olvida lo importante que son los ancestros.

Totó.– Eso todavía no ha pasado en Talaigua (Bolívar), mi tierra, porque allá hay muchas manifestaciones folclóricas que se conservan intactas. Pero las personas que salimos de ahí aprendemos otras cosas y por eso logramos que no todos los cantaores y músicos de provincia sonemos igual.

M.M.– Sin embargo, uno en la capital tiene la fortuna de conocer a personas y sonidos de todo el país. Por eso yo definiría el sonido urbano como toda aquella posibilidad que le ofrece a uno la geografía urbana para componer. Es una conjunción de múltiples experiencias. Yo no he tenido la oportunidad de ir a Talaigua, pero ella sí ha estado muchas veces en esta ciudad, y eso te ha marcado, creo yo. Es que lo urbano no existiría sin la influencia del exterior y sin lo rural.

Totó.– Así es... En la tierra hay un triángulo conformado por América, Asia y Europa, y todos aprendemos de esos continentes, lo que pasa es que lo recibimos y lo asimilamos de diferente manera.

M.M.– Eso es lo que ocurrió con el vallenato, un sonido de la provincia que primero se interpretaba con una guitarra, procedente de España, y terminó tocándose con un acordeón, instrumento originario de Alemania. Hoy puede ser el sonido que más nos identifica ante el mundo y no se toca con un instrumento autóctono.

Totó.– Te voy a contar la verdadera historia. El acordeón entró a Colombia por donde entró todo en nuestro país: Cartagena… no llegó ni a La Guajira, ni a Barranquilla, ni al Cesar. En la heroica está el Canal del Dique y por ahí empezó la popularización de este ritmo que tuvo en los afluentes del río Magdalena a sus principales cómplices, porque colaboraron con la penetración del vallenato en todas las regiones del país.

M.M.– Sin embargo, a mí este país no solamente me suena a vallenato. En el corto tiempo de vida que tengo, Colombia me ha parecido una banda sonora con música de circo, con muchos tonos disonantes, porque todo el mundo se empeña en dar un espectáculo que se supone que está bien y que en el fondo, en la trastienda, no está tan bien. Aquí una cosa es lo que se muestra al público y otra lo que se esconde. Desde que yo existo no se ha admitido que aquí hay guerra evidente.

Totó.– Para mí Colombia está inmersa en un sonido universal. Este país, al que yo le digo con todo el corazón ‘Locombia’ o ‘Locumbia’, tiene una infraestructura inmejorable y su potencial es inmenso. Al estar bañado por dos océanos y por tener al río Magdalena está bendecido con toda la buena energía, y eso lo hace inmensamente rico. Pero a la vez tiene tantas preocupaciones que no puede sonreír.

M.M.– A mí me tiene muy triste este país, y por eso mi música también es un poco triste. Yo creo que si Colombia pudiera cantar o hablar, lo haría con melancolía y nostalgia.

Totó.– Pero si los artistas trabajamos en cadena, los buenos resultados se escucharán.

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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