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El diario del dolor

Un día como este viernes, 80 años atrás, nació en Fráncfort Anna Frank, una de las víctimas del Holocausto judío.

Fernando Araújo Vélez
11 de junio de 2009 - 09:31 p. m.

Un platónico amor adolescente, surgido y alimentado en el oscuro subsuelo de su casa en Ámsterdam, en donde tuvo que vivir por dos años para salvarse de la muerte, y sus palabras, sus sentimientos, temores y razones hechos letra en un diario que le regaló su padre cuando cumplió 13 años, fueron las razones que comenzaron a volverla inmortal. Una noche, Anna Frank escribió en una de las primeras hojas de aquella libreta de cuadros rojos y blancos, “Espero que seas un gran apoyo para mí”. Otra noche, julio de 1942, garabateó en el tosco holandés que había aprendido en su refugio, que “nadie, ni yo ni nadie, se interesará por los problemas del corazón de una escolar de 13 años”.

Desde el día de su nacimiento, 12 de junio de 1929, Annelies Marie Frank vivió para sufrir. Apenas había cumplido cinco años, cuando sus padres se la llevaron con ellos a las volandas hacia Ámsterdam. Los nazis acababan de llegar al poder en Alemania. Las campañas contra los judíos se multiplicaban. Las historias de vejaciones, insultos, atropellos y crímenes se regaban por toda Alemania, aunque pocos pudieran confirmarlas. Los Frank huyeron antes de que las cosas empeoraran y montaron un negocio de especias, pero en 1940 tuvieron que esconderse en la trastienda de su casa, porque “el enemigo” había ocupado el territorio holandés. En un principio fueron los Frank y nada más. A las pocas semanas, don Otto acogió a unos vecinos. Su hija se enamoró de uno de los muchachos de la familia con la que compartieron el cuartucho-escondite de la calle Prinsengracht.

Sin embargo, alguien los delató ante la Gestapo y el 4 de agosto del 44 los detuvieron. Anna Frank fue enviada a Auschwitz. Su familia y la familia de su novio ideado, a otros lugares igual de tétricos. A comienzos de marzo de 1945, Annelies Marie falleció de tifus en la prisión de Bergen-Belsen, pocas semanas antes de que los aliados hubieran llegado. Su madre y su hermana también perecieron.

El único sobreviviente de los Frank fue don Otto, quien en el año de 1947 publicó la primera versión del diario de su hija en holandés, páginas dolorosas por lo ilusorias, párrafos compasivos  que, no obstante, terminaron por ser tergiversados por editoriales que intentaban limpiar la imagen de los alemanes, y eliminaron largos fragmentos. Con el tiempo, cada letra volvió a su lugar y todo fue exacto, contundente y triste, como aquel sueño que le comentaba Anna Frank a Kitti, su amigo imaginario: “Imagínate qué interesante sería que yo publicara una novela sobre la casa de atrás”.

Por Fernando Araújo Vélez

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