En la tarde, está erguido, con los brazos abiertos en posición de listo para la pelea, sobre el escenario grande. Es el turno de las preguntas sobre su polémico ensayo Dios no es bueno (Debate), en el que combate con munición tan gruesa como efectiva a la religión. Y entre el público, lleno absoluto, algunas caras de ansiedad y disgusto se mezclan con el jaleo de su nutrida parroquia.
Una señora se confiesa disgustada como ‘miembro de la iglesia británica’ por lo que tiene que oír. “Diría que soy demócrata y plural, pero no sería verdad”, le espeta irritado Hitchens. “No puedo con quienes me dicen que Dios les habla”. “¿Agnosticismo?”, se interroga en otra de sus andanadas. “No puedes decir no sé. Si no sabes, no crees y si no crees, no crees. Si dudas si tragarte que las vírgenes pueden tener hijos y los muertos resucitar, entiendo que te escondas tras una palabra como agnosticismo”.
Ése es Hitchens y en el festival galés conocen bien su estilo, fascinante como una película de terror. “Es un arrogante y ¡apoyó la guerra de Irak!... pero vende”, resumía la encargada de la librería, vieja espectadora del show de Hitchens, tras dos horas de firmar ejemplares.