El Magazín Cultural
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¿Qué hace el arte por la actualidad?

Además de embellecer, el arte habla de conflictos y dolores de las sociedades.

Ana Cristina Vélez * / Especial para El Espectador
21 de septiembre de 2008 - 07:18 p. m.

Todos los monumentos antiguos, vistos hoy como obras de arte, cumplieron en sus orígenes la función de recordar y conmemorar los asuntos sociales importantes. No somos conscientes de su finalidad original, porque fueron hechos con técnica, acumulación de conocimiento y belleza; fueron realizados con el fin de volverlos especiales y sobre todo valiosos, y de hecho lo lograron. Hoy, transcurridos más de 2.000 años, los exhibimos, guardamos y consideramos obras de arte.

El arte ha servido para contar la historia y costumbres de los pueblos, así como para fines sociales. Lo que no se realiza de una manera “artística” es susceptible de no ser considerado valioso; por tanto, puede abandonarse y consecuentemente perderse. El Museo de Antioquia, los asociados al proyecto Destierro y reparación y los artistas que allí participan retomaron la posibilidad de servir a la memoria de los pueblos y a la creación de un sentido social por medio del arte.

Se aunaron esfuerzos para que veamos con ojos nuevos lo que dejamos de ver por culpa de la habituación. El fin es impedirnos olvidar, desconocer o dar la espalda a la situación de casi tres millones de personas en Colombia. Los artistas hacen un llamado al público, difícil de eludir. Se ha organizado un conjunto de acciones, como la gran exposición, conferencias, conciertos, performances y obras de teatro que nos obligan a tomar conciencia sobre una realidad desesperante e injusta, que se perpetúa.

La exposición resalta un hecho: el arte ha servido a los medios para denunciar, y debe ser un propósito no sólo de una minoría sino una empresa común de gran envergadura. Si puede parecer una moda, una disculpa el escoger estos temas, se debe a la herencia que nos acostumbró al arte en función del mismo arte.

Por medio de manifestaciones  como fotografía, video y cine, la realidad del destierro en Colombia y en otros lugares del mundo  se levanta frente nosotros con ímpetu. Comunican detalles en los que no habíamos pensado.

La mujer que pasa el río a caballo, con su niño en la grupa, va preocupada de no ahogar en el río las gallinas que acarrea empacadas. No podríamos imaginar la magnitud de personas que huyeron en fila de San José de Apartadó. A través de los detalles más insignificantes se amplía nuestro conocimiento y personalización de las tragedias. Éste nos involucra y al estar involucrados nace el deseo de actuar. Mencionaré algunas, entre muchas magníficas, porque transmiten con especial claridad y fuerza su mensaje.

El fotógrafo Jesús Abad Colorado no ha tenido miedo de visitar y registrar los sucesos espantosos que continúan ocurriendo en Colombia. Sus fotografías, tal vez la obra más contundente de esta exhibición, cuya veracidad es evidente, nos obligan a sentir compasión, a compartir la angustia del destierro, la tragedia de las pérdidas afectivas y materiales y la incertidumbre frente al futuro. Allí vemos nuestra historia revelada por un ojo valiente, elegante y justo, pues nunca exagera, ni minimiza los acontecimientos; nos muestra las cosas como son.


La serie de fotografías de Ruanda, del fotógrafo Jonathan Torgovnik, cuenta sobre el lugar de la mujer en los conflictos políticos: junto con los niños, ellas son las dolientes principales. Se enfoca en la historia común de todas las mujeres sobrevivientes al conflicto político-social: ver asesinado al marido, muchas veces torturado, ser despojadas de las pertenencias, de la tierra, y ser violadas sin tregua, muchas veces hasta la muerte, con la condena irónica de procrear hijos, y la incertidumbre sobre si será posible amarlos. Lo punzante es que más tarde estos niños se convierten, en muchos casos, en la salvación, pues son la única ayuda para enfrentar la vida. Es una contradicción dolorosa, que hace llorar.

La imaginación humana y la capacidad de sobrevivir con felicidad se reflejan en un video, Bocas de Ceniza, de Juan Manuel Echavarría, en el que cada persona filmada va cantando su tragedia. Es la ambigüedad del dolor: cantamos a la vida porque en el fondo nos alegramos de ser sobrevivientes. Juan Manuel Echavarría también exhibe su obra Réquiem, formada por lápidas que cambian de color y de imagen y explican la multiplicación de los muertos.

Hay una larga historia detrás de estas lápidas. La gente las adopta y las cuida. Adoptan y cuidan un muerto que no es el propio. Es terrible traer a la mente, y esta obra nos obliga a hacerlo, el hecho de que los muertos se multiplican en un abrir y cerrar de ojos. Las lápidas cambian, porque los muertos son otros, nuevos. Se ha usado para ello dos imágenes holográficas superpuestas.

Volvemos a pensar en las fumigaciones asesinas al apreciar la obra de María Elvira Escallón, conformada por un conjunto de fotografías cuadradas que se disponen con el formato de los calendarios de pared. Allí se revela el proceso de extinción de las plantas. La secuencia dejar intuir,  el momento en que cae el veneno. Es un trabajo cuya forma es cómplice del contenido, sencillo y elocuente. En el evento del Museo de Antioquia, el arte está allí para responder a la realidad. En mucho tiempo no se había visto en Medellín una exhibición tan importante.

 * Crítica de arte.

 

Por Ana Cristina Vélez * / Especial para El Espectador

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