El Magazín Cultural

Escritora de palabras nobles

A los 87 años, se cerró su círculo de vida en Barranquilla, la ciudad que la vio nacer. Tributo a la poetisa Meira Delmar.

Carlos José Reyes * / Especial para El Espectador
23 de marzo de 2009 - 10:00 p. m.

Con paso silencioso y discreto, Meira Delmar se ha marchado hacia la verdad del sueño que entrevió en uno de sus libros de poemas. Había nacido en Barranquilla en 1922, de padres libaneses, de quienes recibió el nombre de Olga Isabel Chams Eljach, así como una memoria secreta del mundo árabe, sus leyendas y fábulas milenarias, que forjaron en ella un refinado gusto por la belleza, el amor y la nostalgia, que se traducen en una obra poética de excelencia, que nos permite situarla al lado de las grandes figuras femeninas de la lírica latinoamericana, como Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni o Gabriela Mistral. Para Meira, el mar, su espejo y espacio afectivo, equivale lo que fue para Emily Dickinson su jardín personal.

Su obra poética está contenida en unos pocos libros, gestados a lo largo de años con paciencia benedictina, con el cuidado de los orfebres que tienen plena conciencia de la delicadeza y finura del material con que trabajan: Alba de olvido, Sitio del amor, Verdad del sueño, Secreta isla, Laúd memorioso y Alguien pasa. El amor, la nostalgia y el olvido van formando un tejido de vida y de sueños: la experiencia escrita contempla los vacíos y las apetencias de la vida, con una intensidad tal que la ausencia se transforma en presencia gracias a la magia de las palabras. Su poesía recuerda los golpes de luz de los impresionistas, los acordes de un laúd en la lejanía, así como la persistencia de un único amor transformado en amistad y diálogo poético a lo largo de la vida.

Meira dirigió durante 36 años la Biblioteca Departamental del Atlántico, que hoy lleva su nombre, hasta convertirla en una de las bibliotecas públicas más importantes del país. A lo largo de los años, cultivó profundas relaciones de amistad con los principales escritores colombianos. En junio de 1951, al comentar la reciente publicación de su libro Secreta isla, Gabriel García Márquez escribió: “Deseo llamar la atención a los lectores de Secreta isla sobre la diafanidad verbal, la nobleza de las palabras con que el poeta entrega su estremecimiento interior. A quienes seguimos, desde la publicación de Alba de olvido, hace diez años, la trayectoria de esta exquisita y a un tiempo fuerte escritora, nos corresponde advertir la casi verticalidad con que progresa la gráfica de un dominio idiomático”.

 En efecto, Meira fue recibida con honores como miembro de la Academia Colombiana de la Lengua en 1989 y en 1994 el Instituto Colombiano de Cultura le entregó la medalla de honor al mérito. En los últimos años Meira había ido perdiendo gradualmente la vista, lo cual le hacía imposible la lectura, que ocupaba la mayor parte de su tiempo y su intimidad.

Su viejo amigo García Márquez le pagó un lector, para que la acompañara en sus horas disponibles y le leyera los libros que ella escogiera. A los 87 años, vividos en íntima comunión poética, Meira ha cerrado su círculo de vida en Barranquilla, la ciudad que la vio nacer y en la que se desenvolvió su parábola existencial. Por eso, queremos despedirla con los últimos tercetos de su Canción leve:

¡Ay, que se detenga el tiempo ahora que somos dueños del tesoro milagroso de los sueños!

¡Ay, que se detenga el tiempo ahora que está el amor, con un repique de fiesta, cantando en mi corazón!

* Dramaturgo, historiador y escritor bogotano.

Por Carlos José Reyes * / Especial para El Espectador

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