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Falleció el poeta Mario Rivero

A los 74 años sus latidos poéticos pararon de bombear las hermosas palabras que tanto enriquecieron su lírica.

El Espectador
12 de abril de 2009 - 10:07 p. m.

La poesía colombiana se quedó sin uno de sus máximos exponentes al conocerse este domingo el deceso del poeta antioqueño Mario Rivero (1935-2009). Nacido en Envigado, fue cofundador de la prestigiosa revista literaria Golpe de Dados, cuyo bautizo corrió por cuenta del crítico literario Juan Gustavo Cobo Borda, quien aportó el nombre para la publicación en la que ininterrumpidamente ha colaborado.

Este escritor recuerda con dolor y aprecio al poeta Rivero, y reseña que con Poemas Urbanos, su primer libro publicado en 1966, “parecía traer consigo un aire nuevo a la poesía colombiana, un aire de obrero de Coltejer y de puticas de barrio en Medellín, pero en realidad él venía de la poesía norteamericana contemporánea, como es el caso de William Carlos Williams, y, aún más sorprendente, de la milenaria poesía china en la antología de Marcela de Juan. Es decir, que lograba combinar el smog crapuloso de la ciudad con la tradición picaresca que bien podía arrancar de François Villon y otros malandrines siempre un poco al margen de la ley. Pero Rivero no se quedó allí y fundó la revista Golpe de Dados”.

Cobo Borda trae a la memoria a un Rivero generoso, ancho y siempre transeúnte por la séptima de Bogotá, que fue convocando a todos los amigos desde Aurelio Arturo hasta los más jóvenes poetas para ofrecerles su entusiasmo y de vez en cuando un tango como su ya clásico para Irma la dulce.

Añade que este galán de las letras que seducía a secretarias y senadoras con su encanto de aparente hombre rudo, “fue en realidad —desde su cueva en La Candelaria— el que nos enseñó a percibir una nueva ciudad deteriorada, mal oliente, pero irrevocablemente nuestra, la que subsistirá en sus baladas y en sus hondos y perturbadores salmos últimos donde vuelve a hablar con Dios y con su corazón trémulo y siempre humano”.

El crítico en cuestión no olvida las explosivas citas gastronómicas que en varías ocasiones le cumplió al poeta, quien sobre la mesa siempre tenía lista una suculenta bandeja paisa acompañada —como buen bohemio— de algún licor y, por supuesto, con charlas llenas de poesía y arte.

Por El Espectador

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