La mujer del eterno desnudo

La actriz, una leyenda del cine erótico gracias a su película ‘Emmanuel’, abrirá este sábado el Festival de las Artes organizado por La Cueva, en Barranquilla, presentando un corto animado: ‘Potor and me’.

Fernando Araújo Vélez
30 de enero de 2009 - 11:00 p. m.

Para los adolescentes que se colaban a cine de vespertina con bigotes medio pintados con corchos quemados y abrigos varias tallas más grandes, ante la mirada cómplice y burlesca de los porteros, que eran entonces la personificación de la ley, el orden y la justicia, y no simples asalariados aburridos, Sylvia Kristel era un nombre que no se podía pronunciar sino en voz muy baja y a algún confidente muy seguro, porque ella era mucho más que el pecado, y su película, Emmanuelle, un sacrilegio. Nombrarlas, siquiera, podía representar la excomunión católica, una figura que aquellos muchachos con ínfulas de recorridos no comprendían del todo, pero que imaginaban terrorífica.

Los adultos tampoco nombraban a la Kristel, como la llamaban en diarios y revistas. O por lo menos, no en reuniones sociales. Y si hablaban de Emmanuel era para dejar en claro, con gestos y palabras de indignación, “que los valores se han perdido, que no hay principios ni temor de Dios, que cómo es posible que exhiban semejante inmoralidad”. Nadie admitía haberla visto, pero pasaban las semanas y los meses y la película continuaba en cartelera. Cuando las reseñas de cine informaban que el filme, aquella historia de la escritora Marayat Rollet-Andriane que versaba sobre los devaneos eróticos de la  esposa de un diplomático, prohibida por  varios meses  en Francia, y por siempre en la España de los últimos tiempos de Franco, había recaudado más de 500  millones de dólares en 1974, los señores hacían cara de no comprender nada.

Sin embargo, muchos de ellos se habían fugado de sus rutinas cualquier media tarde entre semana para meterse de incógnito en algún teatro de Chapinero y ver Emmanuel, quizás, incluso, en más de una ocasión. Muchos años más tarde, tal vez a escondidas también, marcados por la eterna culpa que les había inyectado el catolicismo, leyeron las mil y una entrevistas que le habían hecho a Sylvia Kristel, y entre recuerdos nebulosos fueron sabiendo que el objeto de sus más íntimas fantasías había nacido en Ütrech (Holanda) durante el otoño de 1952, que había sido víctima de un abuso sexual a los nueve años en un  hotel propiedad de su  padre, que él, su padre, se había ido de casa una tarde cualquiera para no volver cuando ella apenas tenía 15 años, que su educación había sido en extremo religiosa, hasta el punto de que una de sus abuelas cubría los espejos en los que ella podría verse con periódicos. Que trabajó de mesera y en una bomba de gasolina, que fue secretaria, modelo y reina de belleza a los 20 años en un concurso denominado Miss TV Europe.

 Fue entonces cuando conoció a Hugo Claus, un artista siete años mayor que ella, uno de aquellos personajes vanguardistas que intentaban cambiar el mundo, y le propuso que se presentara en el casting para Emmanuel, “porque los desnudos –le dijo– confrontan a la sociedad, y de las crisis  surgen los cambios”. “Mi cuerpo era más interesante que mis palabras”, diría luego, mucho después de haber rodado otras versiones para cine y televisión de la misma historia, de haber confesado su adicción por las drogas, su vida disipada, sus locuras y tristezas. Hoy, Sylvia Kristel se ha convertido en una señora que sólo toma vino de cuando en cuando, que pinta, recuerda, sigue buscando el amor, y produce cortos como el animado Topor and me que presentará este fin de semana en el Carnaval de las Artes de Barranquilla.  “Nada que ver con la mujer prohibida de los años 70”, dirán algunos señores, admitiendo que de alguna forma, ella colaboró con su desnudez e insolencia en los cambios que el mundo comenzaba a vivir por aquel entonces.

Por Fernando Araújo Vélez

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