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Contrastes reales

Un recorrido por el significado del Reinado de Cartagena, sus valores, su moda y su imagen.

Julián Posada / Especial para El Espectador
14 de noviembre de 2008 - 04:00 p. m.

Existe un vínculo particular entre la élite de nuestro país y la realeza europea. Para algunos colombianos ligados a ciudades con pasado virreinal o apellidos ibéricos no hay nada igual a Madrid y lo que ella representa, para ellos la revista Hola es un “must” y el encuentro casual en Cartagena con la realeza emparentada con algunos privilegiados es todo un sueño aspiracional. ¿Será acaso por eso que el resto de los mortales en provincia también hemos desarrollado un vínculo afectivo con los reinados y las reinas que son, a fin de cuentas, una versión barata de lo mismo?

Aquí existen reinados de todo tipo, desde el de la tetona (para la vaca con mejores ubres en el municipio de Yalí, en Antioquia) hasta el de Cartagena, que representa una verdadera fiesta que pretende integrar a muchas regiones de este país.

Lo que sucede hoy es que el encuentro de Cartagena ha perdido mucho de su lustre y al parecer el único que no desea enterarse es el dueño del mismo; las crisis lo golpean y desde hace años la moda ha reemplazado mucho el papel que él desempeñaba, sobre todo en términos de aceptación y reconocimiento. Hoy son más famosas las modelos que las reinas y el negocio del modelaje les permite facturar mucho más y durante más años que el del reinado. Además, en el mundo del modelaje la moral está más acorde con el presente, pues al único que aún parece preocupar si una niña desfiló o no en ropa interior es a la organización del certamen. Esas ideas pacatas acerca de la pureza e integridad se ven excluyentes, caducas y obsoletas en una sociedad urbana que se desea incluyente.

Desde hace años se ha venido perdiendo interés en el tema, quizá porque en circunstancias horribles de nuestro país el reinado ni se inmutó, Armero caía y Cartagena de rumba, Cartagena popular se inundaba y el Corralito de Piedra con sus falsos monarcas seguía impasible coronando una reina que muchas veces “desinterpretaba” el sentir nacional… el que antes congregaba las élites terminó por congregar a los indeseables del cartel de los sapos y ahí fue Troya.

Sin darse cuenta se coronó (si por ello se entiende el verbo que se ha empleado para coronar cargamentos, mujeres y un largo etcétera) lo no “coronable” y se convocaron allí personajes de ingrata recordación; para rematar se eligió por primera vez lo nunca imaginable, una negra; la mezcla se hizo insoportable en un país que se dice tolerante, pero que detesta involucrarse con el otro. A Cartagena le tocó aceptar a una mujer con otro color… quizá si hubiesen anticipado lo que sucedería con Obama lo habrían encontrado chic.


Pero donde resultó ser más excluyente el reinado fue en el tema de la moda y la inversión en vestuario de cada una de las candidatas, los departamentos ricos enviaban a su reina con un ajuar y un diseñador que envidiaría el sultán de Brunei, mientras que los más pobres mordían el polvo y envidiaban a los ricos. La organización fue duramente criticada y acudió a fórmulas que ahorrasen costos a las participantes y blindasen la intromisión de dineros de orígenes oscuros en el concurso. Es ahí donde aparecen la moda y los diseñadores, inicialmente a través de alianzas con terceros no siempre muy serios y más interesados en figurar que en colaborar y después de la mano de un personaje que como Diego Guarnizo ha involucrado de manera formal a muchos diseñadores no “reales” y ha procurado cambiar la cara al concurso; de no ser por alguien como él el reinado habría hecho aguas hace años.

Frente a estos problemas la moda fue vista como una vía salvadora y al convocar a otros diseñadores distintos a los que tradicionalmente vestían a las reinas se creyó encontrar un vehículo de supervivencia al certamen. Al mismo tiempo se procuró acercar las reinas a las pasarelas de moda, pero una cosa es diseñar para las reinas y otra bien distinta es ponerles a ellas prendas creadas con el objetivo de ser llevadas en la calle; al transformarlas en modelos, ellas se convierten en mujeres de la vida real, pero paradójicamente se despojan del ángel que los trajes de los diseñadores de vestuario “real” les crean, un ángel que las diferencia.

El uniforme, en cambio, lo único que ha hecho es homogeneizarlas y en un evento en que ya muchas son idénticas, este no crea diferencias, por el contrario: iguala y democratiza, que es su razón de ser. Es por ello que aunque las involucren con los diseñadores y su mundo, los colombianos sólo las recuerdan en los trajes creados para los momentos como la coronación o el desfile de fantasía que ya no son ni siquiera una muestra del kitsch nacional.

De esta forma, la solución aparente a un problema sólo prolonga la agonía del enfermo, no serán los diseñadores de moda los que salven el certamen, es sólo la reinvención la que lo logrará y para reinventarse hay que repensarse y derribar corrales de piedra y pensamientos atávicos.

Por Julián Posada / Especial para El Espectador

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