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Nuquí es otro mundo

Un destino casi virgen donde la belleza sobrepasa lo humano.

Liliana López Sorzano / Enviada Especial
22 de julio de 2008 - 09:22 p. m.

Todo es exuberante y generoso en el Pacífico colombiano, la lluvia, la selva, la humedad, los atardeceres, las playas, y es paradójico que dentro de tanta abundancia la gente tenga tan poco, y que dentro de tanta belleza haya tanto olvido. 

La mayoría de las casas de Nuquí  son de  madera, pero carecen de la calidez del material porque la sal del mar y la pobreza se han metido adentro. El gris predomina y el barro de las calles contrasta con las botellas de colores que cuelgan de un extremo a otro y con una euforia comunal que se desata a raíz de las fiestas de la Virgen del Carmen (del 8 al 16 de julio).

Ir en esta época a Nuquí es una experiencia que demuestra que el realismo mágico no es exclusivo de los libros. Todo el pueblo parece poseído por una fiesta llena de bunde y currulao. Niños y adultos salen por la tarde a la calle y al ritmo de una chirimía de mucha percusión empiezan un baile que recuerda al pogo de los punks. 

Más allá del pueblo se abren con grandeza unas playas marcadas por un espejo de agua que deja la marea alta en la arena cuando está en baja, perfectas para vaciar la mente del frenesí urbano. Más allá del pueblo hay otro mundo por descubrir. 

En el norte del municipio está la Ensenada de Utría, esa gran entrada de mar que se sale de los libros de geografía de primaria para volverse palpable y real. Funciona como la matriz del Pacífico donde las ballenas jorobadas o yubartas dan a luz después de su viaje migratorio. El avistamiento de estos mamíferos se puede hacer desde julio hasta octubre. El hecho de sólo observar la nube de aire que expulsan de sus pulmones es recordar la emoción infantil que produce el asombro de las primeras veces, es un espectáculo que acelera el corazón.

Aquí se encuentra también uno de los Parques Naturales Nacionales reconocido por tener cuatro de los ecosistemas más amenazados del planeta (manglares, estuarios, arrecifes coralinos y bosque húmedo tropical). En agosto, este parque espera


tener listo un restaurante y unas cabañas con los que se planea promover el turismo de la zona, siempre con el sello del ecoturismo, protegiendo el medio ambiente y mitigando la pobreza de la comunidad local. A pesar de que últimamente la región goza de una fama de inseguridad, las fuerzas militares tienen una presencia permanente a lo largo del territorio. 

Desde Anrusí hasta Nuquí es posible caminar de corrido varias playas de distintas arenas y diferentes colores con escasas dificultades en el camino. Recorrerlas es como probar que el paraíso tiene cabida en la tierra, es desenchufarse, es quedarse sin aliento y llenarse de ese respiro natural que desintoxica el alma y el cuerpo.

En el sur, y más exactamente en Pico de Loro y Pela Pela se encuentran las mejores olas de Colombia para los amantes del surf y para todos aquellos que quieran aprender este deporte, tan poco popular en el país. Los nativos se han vuelto expertos con las uñas. Las tablas de madera de una cama se convierten en tablas que desafían los movimientos circulares del mar. No todo pasa en la superficie. El buceo es otra práctica muy atractiva porque los arrecifes coralinos ofrecen espectáculos subacuáticos. 

Y si de vegetación se trata, en Coquí hay ecoguías organizados que ofrecen caminatas por varios senderos entre bosques y quebradas, como también recorridos a remo por los manglares.

La gastronomía no se queda atrás y sorprende. Pescados increíblemente frescos de carnes blancas como el Bravo u  oscuras como el Albacora se preparan fritos, a la plancha o en guisos a base de  leche de coco, acompañados con patacones, arroz con coco o croquetas de yuca.

Contrario a una imagen preconcebida,  es fácil llegar y no es costoso en comparación a otros destinos de la misma línea.

No basta con describir en palabras a Nuquí, simplemente hay que vivirlo.

Por Liliana López Sorzano / Enviada Especial

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