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Tras la huella del indio

Turismo selectivo en medio de los koguis en un sitio de película. A partir del 15 de junio se podrá disfrutar de las cabañas habilitadas para conocer este lugar maravilloso

Sandra Cardona
10 de junio de 2008 - 10:42 p. m.

Mientras el nombre Don Diego se vuelve familiar para muchos colombianos y todo por el alias de un narcotraficante continúa Ia lucha por rescatar ‘la huella del indio’ en Don Diego, una región del departamento del Magdalena que se ha convertido en una importante zona turística, sobre todo desde que el Gobierno avanza en el exterminio de los cultivos de coca que puede haber en los alrededores del lugar.

Abrir las puertas de su finca en el corazón de la vereda Don Diego, en el corregimiento de Palomino, para convertirla en un parque al que llamó Taironaka, se ha convertido para Francisco Ospina Navia, más conocido como El Capi Ospina, en una forma de mostrar otra cara de la región.

Desde que Ospina descubrió que entre los rastrojos y en medio de las plataneras de su finca, llamada La huella del indio, había restos de caminos, canales, terrazas y alcantarillados hechos por los tayronas, se obsesionó por recuperarlos y mostrárselos al mundo. “Cuando se limpió todo y vimos estas maravillas, llamamos a una persona que trabajó en la reconstrucción de Ciudad Perdida; él nos enseñó a restaurar las terrazas, y en esa tarea estamos. Llevamos siete arregladas, pero sabemos que hay más de 30”. Lo mejor es que en el proceso de reconstrucción ha encontrado una cantidad de objetos que le han permitido comenzar a hacer un pequeño museo.

El lugar es tan maravilloso, que no en vano fue elegido en 1986 por los productores de la película La misión, para filmar buena parte de la cinta.

Fue justamente una de las playas del río Don Diego, que pasa al lado del parque, la que se utilizó para la gran batalla de La misión. “Es tan hermoso este lugar que aquí se reconstruyó el pueblo indígena que muchos vimos en el cine. Pero eso no es lo único que nos enorgullece; es maravilloso tener este espectáculo de lugar y saber que además aquí estuvieron en realidad los caciques y chamanes haciendo sus labores tranquilamente, y que también pasaron por esta zona hacia La Guajira influyentes españoles como Juan de Castellanos y Gonzalo Fernández de Oviedo”.


En Taironaka, además de los vestigios indígenas y el río, hay verde por donde quiera que se mire. Hay tres cabañas habilitadas para que puedan dormir los visitantes y una choza indígena construida por los koguis que tiene un encanto especial. “Es una copia exacta de las que había siglos atrás en esta misma zona. En ella no hay ni un solo clavo y mucho menos un alambre; las paredes son hechas de caña brava, que los indígenas aplanan con piedras y tejen como si estuvieran haciendo canastos. Todo en esta choza es hecho con bejuco, fique y algodón. Energéticamente es tan importante, que es utilizada por los mamos koguis para hacer sus oraciones y a reunirse con los indígenas de la región.

La presencia de los koguis es otro de los atractivos del lugar. No es extraño ver corriendo niños indígenas entre los pavos, guacamayas y otros pocos animales que hay en Taironaka. En la parte más alta del parque hay un árbol llamado Macondo, que supuestamente sirve para ayudar a la gente a cargarse de energía positiva. “Este es un sitio tan importante, que hay indígenas que caminan dos o tres días para llegar aquí”, asegura El Capi.

Vale la pena aclarar que no es un lugar para todo el mundo. Si para usted las vacaciones ideales son en lugares llenos de ruido, música, aire acondicionado, radio y televisión, este puede ser el lugar equivocado. Aquí abunda el aire, pero natural; los sonidos que predominan son los del río y los de un sinnúmero de pájaros e insectos. Difícilmente entra la señal del celular y lo que sobra es la luz del sol, porque la otra depende de una planta eléctrica. Los amantes de la tranquilidad, la naturaleza, la arqueología y la historia disfrutarán, sin lugar a dudas, sobre todo cuando tengan la oportunidad de escuchar las vivencias de El Capi Ospina, un hombre enamorado hasta la obsesión de la geografía y la historia.

Por las anteriores razones, el turismo será selectivo, pues está comprobado que quienes no son amantes de las piezas precolombinas o la naturaleza, en vez de cuidarlas, lo que muchas veces hacen es dañarlas. Además, no se puede permitir el ingreso de cualquier persona, pues hay que tener en cuenta la fragilidad de los tesoros que allí se han encontrado. “No se puede pensar por ahora, por ejemplo, en grandes grupos, porque la gente que corre por los caminos puede desprender las piedras que con tanto trabajo hemos colocado de nuevo en su lugar. No tenemos un afán comercial. Queremos que la gente del común de Colombia y las autoridades conozcan esta otra maravilla que hay en el país”, afirmó El Capi.

Cómo llegar

Vuelo directo Bogotá-Santa Marta por aerolíneas nacionales. Taironaka ofrece busetas para llegar al lugar. Tel.: 422 7222. En la terminal de transportes se pueden tomar los buses que van a La Guajira y quedarse en el río Don Diego. Taironaka está a 200 metros de la carretera por donde pasa el bus. En transporte privado, a 60 km de Santa Marta por la Troncal del Caribe. $100 mil la noche por persona. Con desayuno y cena $120 mil. La entrada al parque $15 mil adulto y $12 mil niño.

Por Sandra Cardona

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