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Vida y obra en el oficio

En este medio, en el que se considera "un dinosaurio", le ha tocado levantarse varias veces. Lo ha hecho con rebeldía y asumiendo que su máximo compromiso es con la verdad.

Juan Carlos Piedrahíta B.
17 de octubre de 2010 - 02:00 a. m.

La filosofía le dio el rigor, pero también le proporcionó el primer golpe profesional. María Elvira Samper era profesora en un colegio de monjas y como no se conformó con reproducir el pénsum establecido, la acusaron de instigar a las adolescentes al anarquismo. Dos años duró compartiendo sus conocimientos con las alumnas. Les dio la oportunidad de conocer a Aristóteles y Platón en su contexto histórico, pero también les amplió el panorama presentándoles textos de Nietzsche y otros autores que se consideraban de avanzada.

Luego, haciendo escuela en Inravisión, propuso un formato más dinámico para impartir la clase de español a los alumnos de Primaria por televisión. Ahí la responsabilizaron de incluir dramatizados en la educación.

No todo está inventado para esta mujer, a quien los más allegados llaman Monita. Para ella el universo es nuevo, así se considere de la era jurásica y por eso ha liderado algunas de las iniciativas mediáticas más importantes de los últimos treinta años en Colombia. Participó en el nacimiento de la revista Semana, en donde a pesar de pertenecer a una familia vinculada a los medios por antonomasia, le dijeron por primera vez que era una periodista. Ella escribía las reseñas literarias en la revista Nueva Frontera y colaboraba en la realización de Consultorio Jurídico; además tenía en su haber las décadas en las que su abuelo Luis Eduardo Nieto Caballero (LENC) y su mamá, Lucy Nieto de Samper, ya habían cosechado en este oficio.

Su inseguridad, particularidad que según dice conserva hoy incluso después de recibir el Premio de Periodismo Simón Bolívar por su vida y obra, hace que desconfíe, que no trague entero y que le dé una segunda mirada a cualquier información. Así lo hizo desde la reconocida publicación cuando escribía sus notas en una máquina Olivetti que después aventaba a alguno de sus colegas para que él pudiera hacer su trabajo. El mismo procedimiento lo aplicó al mando del Noticiero de las Siete, en el que quedó en vitrina pública durante más de tres minutos cuando José Pardo Llada renunció al aire y se dedicó a atacarla sin contemplación y sin que ella pudiera asumir la vocería de su defensa. “Es que a mí me han capado más de una vez”.

 Y tiene razón, cada golpe profesional ha sido más fuerte que el anterior. El proyecto de QAP, con su intención de profundizar las noticias, desarrollarlas y no sólo titularlas, puso de nuevo a María Elvira Samper en el centro de la información y aunque considera que los periodistas no deben ser la noticia, sino el vehículo para comunicarla, así como los responsables del contexto, fue una de las que estableció con propiedad los alcances del Proceso 8.000.

 Sin embargo, el revés más duro lo vivió a comienzos de este año con el cierre de la revista Cambio, en la que invirtió durante una década no sólo dinero, que todavía debe en buena medida, sino todos sus conocimientos. “Yo soy más conocida en las salas de redacción que en los cocteles. No soy de las que da órdenes y después de publicado critica. Mi trabajo no es congraciarme con los periodistas y, aunque he hecho muy buenos equipos, lo que prima es mi responsabilidad frente al oficio”, dice esta mujer a quien la filosofía le enseñó a ir por el camino central y el oficio del periodismo la motivó a no tomar atajos.

Apartes de un discurso memorable

Los principios no se negocian ni por poder, ni por círculo político, ni mucho menos por dinero.Han sido décadas turbulentas y los periodistas, no siempre bien preparados, nos hemos visto enfrentados a múltiples violencias.No hemos salido en general bien librados en el cubrimiento de los diálogos con la subversión, por falta de más análisis, independencia de las voces oficiales y por la dificultad para superar la condena visceral de la barbarie de la guerrilla.

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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