El padrino de los asteroides

El astrofísico Orlando Naranjo llegó a Colombia para celebrar este sábado el bautizo del asteroide 79889, que descubrió el 8 de enero de 1999.

Gabriela Supelano
25 de junio de 2010 - 12:12 a. m.

Justo en el momento en que estaba decidiendo su nombre, lo llamó Nohora Elizabeth Hoyos, directora de Maloka, y le propuso que los niños que participaran en actividades del lugar, lo bautizaran. Y “ellos escogieron ponerle ‘Maloka’, que también es la casa grande de los indígenas”, dice Naranjo, quien además de ser un apasionado por el universo es profesor de la Universidad de los Andes en Mérida, Venezuela.

A lo largo de su carrera ha descubierto más de 600 asteroides, de los cuales 37 han sido certificados por la Unión Astronómica Internacional. Hace unos años decidió que sería buena idea dejar que los niños escogieran los nombres de los asteroides descubiertos. Estos bautizos “se han hecho en Brasil,  España, Venezuela, Colombia y Polonia, en donde un niño de seis años nombró a uno ‘Ziwa’, que significa ‘vida’”.

A pesar de su notable entusiasmo, este científico no siempre se inclinó por los astros. “Empecé la universidad estudiando química, pero la física me atrajo como fuerza de gravedad y terminé haciendo una licenciatura en física y después una especialización y doctorado en astrofísica”.

Según Naranjo, estos descubrimientos y los de sus colegas son  importantes para la ciencia por dos razones. La primera es que proporcionan explicaciones sobre la formación de nuestra galaxia y, la segunda, ayudan a prevenir una colisión de algún cuerpo en movimiento con la Tierra.

Naranjo también trabaja en el Observatorio Nacional de Llano del Hato, localizado en Mérida, en donde tiene cuatro telescopios grandes para diferentes usos y gracias a los cuales ha podido descubrir miles de asteroides. Su secreto para garantizar el éxito de esta compleja misión es utilizar principalmente el telescopio Cámara Schmidt, “en el cual no vemos directamente el cielo sino que tomamos imágenes fotográficas de éste y así nos damos cuenta de la presencia de nuevos elementos”.

Por Gabriela Supelano

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