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“Le tengo miedo a la oscuridad”

Rafael Nadal reconoce que es desordenado y que cuando se queda solo en casa no puede dormir. También sacó tiempo para hablar de Íngrid Betancourt.

Juan José Mateo, Melbourne / Especial de El País para El Espectador
02 de febrero de 2009 - 11:00 p. m.

Rafael Nadal no pudo comenzar la temporada de mejor forma: logrando el título del Abierto de Australia, su sexto grande, su primero en Melbourne y derrotando nuevamente a su máximo rival, Roger Federer, quien —en la ceremonia de premiación— no pudo contener el llanto.

Nadal, quien se afianzó al frente del escalafón mundial, se convirtió además en el primer español que triunfa en Australia.

¿Qué sintió cuando vio llorando al todopoderoso Roger Federer?

Ver a un gran campeón como Federer cómo expresa sus sentimientos hace grande este deporte. Él estaba destrozado y para mí era complicado, porque tengo una excelente relación con él.

¿Ya tiene un sitio en casa para poner su nuevo trofeo?

De momento me sobra espacio, pero claro que quiero crear una habitación y colocar todas mis copas, sobre todo esta, porque es un Grand Slam que no confiaba en ganar después de las semifinales.

¿Cree que podrá mantener este nivel todo el año?

Intentaré estar ahí todas las semanas y dar mi máximo. Aguantar el nivel de siempre, mental y tenísticamente, ahí tan arriba, va a ser muy complicado. Uno nunca sabe cuándo puede tener un bajón. Ojalá no pase este año, pero cuando uno lleva tiempo ahí es normal que empiece a tener alguna laguna.

¿Cuál es el rival que más miedo le da esta temporada?

Aquí no se puede tener miedo, porque sólo es un juego. Hay mucha gente buena. Está Federer, que seguirá arriba. Él sólo


puede perder con alguna gente: Cilic, Djokovic, Murray, Del Potro, Tsonga, y contra mí, espero. Si consigue ganar, tendrá mucha confianza para poder aspirar de nuevo a todo.

¿A qué le tiene miedo usted entonces? ¿A la oscuridad?

Uff... Eso lo aseguro. Soy bastante miedoso. Si algo no soy, es muy valiente.

Eso es un titular.

No tengo ningún problema. Quedarme solo en casa no me gusta nada. Si mis padres se han ido a cenar, irme a mi cuarto, apagar las luces, e irme a dormir es matemáticamente imposible.

¡Se hunde un mito!

Es imposible que dure un minuto. Si hago eso no duermo toda la noche. Oigo ruidos por todo los lados. Me quedo en el sofá, con las luces encendidas y la televisión encendida. De pequeño me costaba mucho: era el típico que se iba a dormir y que, a la media hora… a la habitación de los padres.

Sus amigos dicen que a veces los desespera con su desorden.

Estoy intentando mejorar. Tengo un problema: tengo muchas cosas. Llego con tres bolsas de ropa, porque me he ido un mes, con el ordenador, el Play… llego a mi cuarto, está impecable, y a la hora ya no está impecable. Mi madre, la pobre, se habrá pegado unas horas de trabajo, y en poco tiempo ve que todo se ha ido al traste.

¿Qué es lo que menos le gusta de ser el número uno del mundo?

No noto ningún cambio. No me tengo en mejor consideración ahora. Todo depende de cómo uno se sienta. Mediáticamente, ya estaba al nivel de ahora.

Le sorprendió que Íngrid Betancourt, secuestrada durante años por las Farc, dijera que el círculo de su vida se había cerrado al verlo durante la entrega de los Premios Príncipe de Asturias.

Eso es un discurso. Lo agradezco. Es una persona que estuvo seis años ahí metida, que pasó un calvario, que podía tener un trastorno mental… y salir y predicar al mundo para que todo eso pare, es de admirar. Es un ejemplo a seguir, un ejemplo


para no rendirse. Lo más normal sería decir: “He salido, voy a vivir mi vida, a intentar esconderme y estar tranquila”. Ha buscado un camino totalmente contrario. Es ejemplar.

¿Por qué el tenis masculino español nunca había ganado un grande en pista rápida, en este caso en el Abierto de Australia?

Este torneo nos coge muy pronto, porque somos jugadores de ritmo. Según pasan los meses, tenemos más seguridad. Por eso Australia nos cuesta. ¿Por qué no hemos ganado el Abierto de Estados Unidos? Porque es el más difícil para nosotros. Es una pista distinta, la bola no coge efecto, es hueca, se pega en la raqueta, y eso nos perjudica.

¿Cómo sintió a la distancia la victoria de la Copa Davis?

La vi en casa. El de Fernando Verdasco fue un partido de muchos nervios. Yo lo veía muy fácil, tranquilo, muy sencillo. Acasuso es un gran tipo, pero no está acostumbrado a jugar esos momentos. Desde la tele, que se ve todo más fácil, yo lo veía claro. Me puse nervioso. Perdió el tercer set, y yo no lo entendía. Lo veía, de nivel, por encima. No le gritaba a la tele, pero sí llamé al fisioterapeuta (que estaba en el banquillo durante el partido), a Julián, y le dije: “¿Qué le estáis diciendo? ¿Pero lo estáis viendo?”. Me dijo que le estaban diciendo lo mismo, pero que estaba nervioso.

Luego se fue de vacaciones. ¿Cómo lleva a los ‘paparazzi’?

Con naturalidad. No hago nada malo. Después, no me parece correcto, ni para mí, ni para nadie, que esté en la piscina de mi casa y pueda venir alguien a sacarme una foto y publicarla. Es una falta de intimidad y privacidad brutal. Los políticos ahí tienen mucho que ver: es un tema a cambiar. Desde mi humilde punto de vista, desde mi forma de entender el mundo, ver por la televisión que constantemente se dicen barbaridades, que se persigue a una persona, no es una cosa productiva para la juventud y la sociedad.

¿Siguió la elección de Obama como presidente de los EE.UU.?

Lo único que puedo opinar es que parece el presidente del mundo, que probablemente va a ser un cambio importante. Entre todos los desastres que hay, todas las guerras, la violencia y todas las desgracias que hay en el mundo, parece que es una nueva esperanza. El mundo lo necesitaba. Una esperanza, una imagen nueva que parezca que lo puede arreglar todo. Seguramente no pueda, porque es casi imposible arreglar todo el mal que se ha hecho.

El deporte ayuda a convencerse de que las cosas pueden cambiar.

Seguro. Seguro que va a mejorar. Yo confío, pero este señor tiene una presión brutal: todas las expectativas que se han creado… en parte es bueno, pero en parte no lo es. Por bueno que haga, parecerá que nunca es suficiente. Tendrá una vida complicada, pero bienvenido sea. Si está decidido a cambiar cosas como las guerras, a evitar que pasen desgracias como la de Irak y Gaza, será un gran bien para todos.

Por Juan José Mateo, Melbourne / Especial de El País para El Espectador

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